Por Clara Sofía Arrieta @medeatica Foto de Simona Malaika @simonamalaika

Se terminó la maratón del rock y si bien el cuerpo está agotado también existe esa extraña sensación de vacío que sigue al final de un evento largo. Ir de un lugar al otro, sin descanso, con el vano deseo de no perderse nada, de abarcarlo todo.  Y si bien sabemos que eso es imposible, sí se puede hablar de una sensación global de lo ocurrido. Primero hablaré un poco de mi percepción del lunes festivo de cierre para después pasar a hacer unas anotaciones más generales.

Ayer también hubo un cartel bastante amplio y diverso: en el Escenario Plaza se hicieron presentes el punk y el ska; en el Escenario Lago estaba presente el rock en su expresión más pura; y el Escenario Eco se lo tomaron las chicas. Tal vez porque era lunes festivo, tal vez porque hacía un sol divino, tal vez porque ya estaba un poco más preparada para la rutina, tal vez porque me encontré con muchos amigos, esta jornada me resultó más tranquila. De nuevo, el gusto me detenía con mayor fuerza en los Escenarios Eco y Lago. Yo no oponía resistencia. Igual, vamos por partes.

En el Escenario Plaza estuvieron la fuerza y el baile muy presentes. Yo me eché mis buenas bailadas al son de Chico Trujillo, la banda chilena que entre cumbias y guiños a temas populares latinoamericanos, comenzó a sacarle la faceta más rumbera a los punkeros allí reunidos. Y así iban tomando la posta los paisas de la Mojiganga y por supuesto, los elegantes Tokyo Ska Paradise Orchestra. ¡Qué señora orquesta! Tenía mucha curiosidad de escucharlos y superaron mis expectativas. Su dinamismo y energía en el escenario encendieron hasta al más reacio. Pura buena onda nipona. Terminaron de conquistar al público de la Plaza cuando tocaron Eres de Café Tacuba. Brillantes, brillantísimos todos en sus trajes grises satinados. Y claro, la cosa se terminó de prender cuando los de Skampida, que celebraban sus veinte años, tocaron junto a algunos de la Tokyo Ska una versión bien rumbera de Black Hole Sun de Soundgarden.

Ahora bien, el cierre, no sólo de esta tarima sino del festival estuvo a cargo de la banda norteamericana Pennywise que logró cautivar incluso a los ajenos como yo. Varios amigos míos, fans de corazón de la banda, estaban completamente emocionados de poder ver una a la que hace tanto tiempo le rinden culto. Lo bueno es que fue emocionante para el público en general porque a todos nos hizo parte. Un momento memorable fue el homenaje que hicieron a The Ramones (Hey Ho Let’s Go), Bad Religion (Do What You Want) y Beastie Boys (Fight for Your Right) . Entre reivindicaciones de la libertad, la autonomía y fuertes críticas a la autoridad, Jim Lindberg dejó muy claro que él y los miembros de la banda estaban muy orgullosos de ser el plato fuerte de Rock al Parque.

Por su parte, el Escenario Lago se vistió de negro rock. Alfonso Espriella nos puso al tanto de en qué va su evolución musical. Pudimos ver a los fieles seguidores coreando las canciones de este artista que siempre escribe letras cargadas de sentido. Chévere también lo que pasaba en las pantallas durante su concierto. Alain Johannes Trio fue muy interesante. Me impresionó que siempre tuve la sensación de que eran más de tres sus integrantes. Uriel Dorfman, mi asesor de cabecera (el ingeniero de sonido que presenté en una crónica anterior), me explicaba que eso pasa cuando los músicos son excelentes. Acá teníamos una formación de trío, no clásica, donde el bajo era un sintetizador operado con la mano izquierda del tecladista, mientras que con la derecha cumplía la función normal de tecladista. Otro trío que se ocupó de mantener encendida la tarima del rock fue Lee Ranaldo Trio (ex Sonic Youth) que con un sonido más acústico y experimental nos mantuvo enganchados. Interesante poder verlos en un show propio. Kadavar de Alemania se encargó de cerrar y descrestar a todos los que estábamos en este escenario. Personalmente, me sentí viajando en el tiempo a ver una banda de rock de los setenta. Uriel me decía cosas como: formación de trío clásico, muy interesante, muy rockeros, guitarra Gibson furiosa, batería estilo Bonham. El comentario que le escuché a cuanto amigo me topé por ahí fue: “¡Qué banda tan hp!”

Para el final, dejo lo que más me gusta: el Escenario Eco fue de las mujeres. Mujeres rockeras, mujeres pop, mujeres punk, mujeres rudas, mujeres cisgénero, mujeres trans, mujeres oscuras, mujeres suaves, mujeres sexys, mujeres fiesteras, mujeres agresivas y mujeres de esas tantas otras características que me queda imposible llegar a enumerar. En primer lugar, debo decir que lo que más me gustó de esta tarima fue su variedad en cuanto a géneros (musicales y sexuales) porque suele caerse en el estereotipo fácil y creo que acá se dejó abierta, y de manera amplia, la pregunta sobre qué es lo femenino. Hubo baile y pogo pa todos los gustos. Me alegró además ver a tantos hombres por ahí gozándose esta tarima, porque siento muchas veces que cuando se reúnen artistas del género femenino (bien sea en la música, la literatura, el teatro, el cine, etc.) la cosa termina siendo de mujeres para mujeres con mujeres por mujeres. Y pues sí, está bien, pero es que el reclamo es que nosotras hacemos obra tan significante como la de los hombres y que no tiene la misma visibilidad. Es decir que no todos,-as,-es, la conocen porque no hay acceso. Así que esta tarima fue una en la que las artistas tuvieron la voz cantante (valga la obviedad): Durazno, Liniker E Os Caramelows, La Chiva Gantiva, Bala, V for Volume y Descartes a Kant armaron esta oferta tan variopinta. Tengo que hablar de la que fue mi banda favorita del día: Liniker E Os Caramelows. Bien puedan buscarla y hacerse su propia opinión. Los conocía de antes y es un grupo que me encanta así que me moría de ganas de verlos en vivo. Sí, su voz líder es una mujer transgénero. ¡Uy, uy, uy! Listo. Pasado el momento de atención absurda, morbosa y pendeja podemos darle paso al asunto fundamental: ¡qué bandota! Sonaban increíble, las dos voces femeninas se trenzaban hermosamente en ese portugués que no nos permite quedarnos quietos. Haber trabajado con chicas trans del barrio Santa Fe en dos piezas de Vividero Colectivo, (colectivo artístico del que hago parte), me ha enseñado que uno de los problemas que a ellas más las molesta es que su trabajo y sus talentos no son reconocidos de manera independiente de su condición sexual. Y claro, es importante que Liniker sea trans y que su figura sirva para reivindicar  los derechos y visibilizar a la comunidad LGBTIQ, pero creo firmemente que el día en que obviemos el hecho de que sea trans o no, y ese sea una rasgo como tener piercings o no, ese día, habremos madurado como sociedad. Y ayer, por un momento, cuando todos estábamos a merced de la gracia, los encantos y el desbordante talento de Liniker y sus caramelos, sentí que esa realidad es posible.

PD: Las observaciones generales quedan para la próxima entrega. Por lo pronto, felicitaciones a quienes organizaron esta versión de Rock al Parque 2018.

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