Por José Gandour @gandour Foto de Oscar Perfer @perferoscar

Hay que decirlo tal cual: Fue un buen festival. No necesitó de las más grandes luminarias como para seducir al público presente ni para evitar que los asistentes sintieran que se había recuperado de alguna manera el espíritu de tiempos pasados. Fue un evento con momentos mágicos que sobresalieron por encima de las desgracias que predecían los más pesimistas. Hubo bien ambiente y salvo las estupideces de quienes no pertenecen a esta escena y querían romper el encanto del certamen todo salió correctamente. Rock al Parque 2017 funcionó, a pesar del bajo presupuesto, de cierta incoherencia comunicacional y de aquellos que aún exigen medidas fascistas para medir el rock en su significado.

Igual, ante la avalancha de la programación del Instituto Distrital de las Artes (Idartes) para el resto del año, no es mucho lo que se dice sobre las enseñanzas que deja el festival y no se genera un sano debate sobre lo sucedido. Igual, eso, si no se promueve desde el sector público, lo deben motivar los medios que se hicieron presentes en Rock al Parque.

Desde Zonagirante.com creemos que todavía hay mucho por hacer y no tanto por el lado artístico (eso la curaduría del festival ha demostrado que cada vez lo tiene más claro), sino en el impacto que debe causar este y los demás eventos con el apellido «Al Parque». Este y los otros festivales que hace la Alcaldía de Bogotá para asistencia gratuita de los ciudadanos deben ser más útiles para la escena. Ya hemos insistido en otros artículos sobre lo limitada que es la promoción y de cómo ésta se encuentra enfocada mayoritariamente en decir quien viene, dándole poco realce a las propuestas locales. El error está en creer que a estos proyectos les basta con estar por el festival para conectar con la prensa y los promotores, siendo ese el momento en que menos atención reciben, por parte de los reporteros, ante la abrumadora oferta del festival. El mayor objetivo que tiene la escena bogotana en su festival es obtener las herramientas para que el público asistente conecte con sus representantes y pueda, a partir del evento, seguirle la pista durante el resto del año. Ahí es donde los organizadores fallan.

Rock al Parque debe crecer, por el bien de las bandas bogotanas, en su labor de extender lazos con otros países. El único intercambio internacional que funciona en este momento entre el festival y otros entes foráneos es el establecido con el sello mexicano Intolerancia y la verdad no termina de satisfacer, no sólo porque las bandas que últimamente han venido por parte de esta empresa no son las mejores representantes de la escena del Distrito Federal y sus alrededores, sino porque no es totalmente interesante lo recibido por las agrupaciones locales que son seleccionadas para ir a México. Hay que abrir más puertas y conectarse con otros frentes. Se trata de completar todas las veces que sea necesario el círculo que consolide la presencia fuera de las fronteras de los grupos bogotanos y que dicho objetivo fluya en bien no sólo de los artistas sino de la misma ciudad que los acoje. La idea es posicionar nuevamente a Rock al Parque como uno de los principales centros musicales del continente y consolidarlo como espacio innegable de reprocidad cultural latinoamericano.

Para todo ello una propuesta que de entrada no será bien recibida para algunos de los encargados de la organización del festival: Hay que crear urgentemente una oficina permanente de festivales  en la Alcaldía de Bogotá. Llámenla como quiera, pero debe haber desde las entidades públicas un espacio durante todo el año que facilite la expansión del talento local no sólo en la misma ciudad sino frente al mundo entero. A nivel capitalino, sobran los escenarios subutilizados por todo el perímetro urbano que deberían ser ocupados de forma constante por las expresionmes culturales de la ciudad. Tenemos que formar público y, no sólo pensando en términos de justo entretenimiento para la población sino para fomentar un sector que debe ser relevante en nuestra economía nacional: Las industrias culturales. A su vez, dicho modelo debe incluir intensamente las posibilidades de exportación de dichos artistas a cualquier escenario del orbe. El esfuerzo monetario debe ser conjunto entre las entidades estatales y el sector privado, teniendo claro que a la vuelta de unos años debe ser rentable, debe afianzar puestos de trabajo y debe traer bienestar directa o indirectamente a la ciudadanía. Pero para lograrlo, debe existir una oficina con planes concretos a futuro que desarrolle estos temas.

En fin, Rock al Parque trae a colación muchos más temas que los generados en decenas de presentaciones durante tres días en el Parque Simón Bolívar. Si esas discusiones se dan y se comienzan a obtener resultados, se podrá hablar de manera más confiada de la utilidad del festival. Zonagirante los invita a ese debate durante el resto del año y ojalá los implicados puedan atender nuestros cuestionamientos.

Gracias a todos nuestros lectores por haber estado al lado nuestro durante el desarrollo de este especial. Registramos increíbles estadísticas de visitas y sentimos su apoyo a lo largo de estos días. Su respaldo nos alegra. Seguiremos en pos de nuestro encuentro para seguir hablando de la música contemporánea latinoamericana, como lo hemos hecho en los últimos 18 años.

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