Por José Gandour @gandour Foto Oscar Perfer @perferoscar

La gente confunde términos: Aquí no hubo censura, aquí hubo un miedo indebido  por efecto de la manipulación y la amenaza.

Al fín y al cabo, Idartes, entidad organizadora de Rock al Parque, había anunciado la presencia de Paul Gillman en su edición 2017, sabiendo todo al respecto del artista venezolano. Nadie puede alegar de parte de la institución de la Alcaldía bogotana que le faltara información a la hora de la contratación o que se omitiera su adherencia al regimen chavista en su EPK. Idartes libremente decidió traer a Gillman y su agrupación  al festival y anunciarlo junto con otras dieciocho bandas procedentes de distintas partes del mundo. Si Idartes hubiera creído indebida la ideología del músico, simplemente no hubiera contratado a Gillman y nadie se hubiera enterado.

Aquí lo que sucedió fue que un empresario, que hace 22 años ayudó a crear el festival y desde entonces se ha creído el dueño del mismo, se sintió herido de haber sido excluido de la negociación por uno de los principales referentes artísticos sumados al cartel de este año y adoptó la carta política para tomar revancha. Julio Correal, representante temporal  por estas tierras  de Calle 13 y Manu Chao, músicos que apoyaron a Hugo Chavez, usó,  en acto de desquite, sus relaciones con los medios y agitó a los opositores del régimen actual de Caracas. «Advirtió» (es decir, amenazó) a la directora de Idartes, diciéndole que el orden público del festival se podía ver alterado en el momento de la presentación de Gillman. Eso, lo digo asumiendo el costo de mis palabras, fue un acto de terrorismo. Por ello me molesta que la funcionaria en cuestión, en lugar de atornillarse en su decisión de defender, sobre los intereses políticos de unos y otros, y en pro de la libertad de expresión que ha expresado Rock al Parque durante sus 22 ediciones anteriores, se haya asustado y haya pasado lo que ya todos han visto. Ganaron la terquedad y la desfachatez de un empresario resentido, que utilizó las peores armas de escarmiento. No estoy siendo exagerado, pero, a partir de ahí, las bases estructurales del festival quedaron debilitadas, sentando un precedente peligroso.

Yo no veo a Idartes y su actual administración, como algunos especuladores dicen, haciendo cacería de brujas o persiguiendo grupos de discursos ideológicos determinados. No los veo diciendo, por ejemplo, que la banda alemana Heaven shall burn puede ser eliminada de la programación del festival porque ha expresado su solidaridad con los movimientos progresivos de América Latina, ni anulando la presentación de la agrupación china Zhaoze por venir de un país cuyo gobierno persigue la  libre expresión de sus ciudadanos.

Eso si, veo en Idartes una institución que parece retroceder ante la más mínima insinuación de ofender a determinados sectores o determinados personajes. Con está decisión Idartes ha empoderado a un personaje al que realmente le importa un bledo la política. Julio Correal no es derechista ni izquierdista, es Correalista. Lo único que le importa es su posición y su dinero y si no recibe su porción, ejecuta sus actos de sabotaje, sin temer sobrepasar límites. Lo vimos en 1997, cuando fue despedido de su cargo en el festival por la Administración Mockus, y con sus declaraciones trató de matar al festival. Lo vimos en 2004, en su pobre función de gerente comercial del evento, donde, a partir de todas sus fallidas estrategias de venta, aumentó el costo de Rock al Parque y la alcaldía tuvo que asumir dicho descalabro, desbaratando los presupuestos de varias instituciones públicas hasta fin de ese año. Sí, a este personaje fue al que le creyó Idartes para dejar de traer un artista ya confirmado, creando quizás la situación más incómoda vivida en la historia del festival.

Idartes no cambiará su posición por Gillman, a pesar de todo lo que se ha escrito y las protestas de muchos aficionados a Rock al Parque. Nos dicen que a Gillman simplemente se le aplazó la invitación, sabiendo todas las partes que eso no es verdad. La demora y luego la inexactitud del comunicado expedido por la institución pública ha incomodado a una porción masiva de la escena rockera bogotana. Faltando pocas semanas para el festival, el malestar puede ir en aumento y la confianza en el evento puede ir declinando. ¿Qué hacer ahora? Esto difícilmente se soluciona trayendo a otro artista y tapando el hueco. O haciéndose el loco, creyendo que si no se dice nada, todo lo solucionará el tiempo. Los directivos de Idartes tienen que recordar que Rock al Parque es un festival público que va más allá de la música. Es un evento que ha ayudado a construir convivencia en una ciudad violenta y que debe estar por encima de las conveniencias y expresiones ideológicas de sus participantes. Aunque sepa a poco, ya que, si temen por la seguridad de los asistentes al certamen si ahi se presenta Gillman, al menos deben darle la oportunidad de debatir, en cualquiera de los foros del festival, con sus contradictores, para llegar de algún modo a soluciones pacíficas. Gillman, de quién ya dijimos anteriormente que no es nuestro músico favorito ni mucho menos, igual debe participar en el festival de alguna manera, mientras se cumple el anunciado «aplazamiento» de su show.

Este tipo de hechos irresponsables no pueden volver a ocurrir. Es labor de Idartes acabar con la sensación de que Rock al Parque se ha vuelto un evento censurador y discriminador y eso no se soluciona con trapitos mojados con agua tibia.

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