Por José Gandour @gandour

Foto Oscar Perfer @oscarperfer

a mi familia y a los cercanos.

Hace unos días un estimado amigo, partícipe intenso hasta hace un tiempo de todas las actividades de Rock al Parque, y ahora un firme desilusiado del festival, me preguntaba por enésima vez que por qué todavía sentía esta pasión por el evento. Él no entendía cómo, después de 23 años de haber visto nacer el certamen, seguía escribiendo al respecto y discutiendo los detalles más íntimos del mismo.

La verdad, hubo un momento que pensé «otra vez la misma cantaleta», «otra vez sus quejas y sus decepciones», pero reflexioné y aproveché la oportunidad para responderle, como si quisiera dejar en claro de una vez por todas mi posición. Le dije que tenía cinco argumentos para ello:

1. Rock al parque siempre ha sido importante en el desarrollo de Zonagirante.com, independiente de si tal o cual edición me gustó o no. Mi página nació en 1999 y desde entonces, sospecho que, ha sido el medio digital más firme con el cubrimiento del festival. Es más: Zonagirante fue inicialmente una sección del extinto periódico semanal Suburbia, un impreso al cual, acorde a la filosofía que ayudamos varios a construir, siempre le cautivó la idea de un festival gratuito, abierto a todo el público y que involucrara a la cada vez más fuerte escena rockera de la ciudad.
2. En general, yo tengo una historia de mucho cariño con el festival, sin quedarme en uno que otro episodio desagradable. Ahí fui testigo de la primera presentación masiva de Superlitio, sorprendiendo al público bogotano que aún los desconocía. También estuve en 2005 en el desbordante concierto de Suicidal Tendencies, cuando vi a Mike Muir invitando a los asistentes a trepar a la tarima, rompiendo las barreras de seguridad y (si, de manera irresponsable, hay que admitirlo) haciendo felices a los pocos que lo lograron. Ese mismo año lloré asistiendo a la mejor agrupación que he visto en el festival en su historia, los chilenos The Ganjas, tocando esa emocionante sinfonía psicodélica de ocho minutos llamada Dancehall Estuve tras bambalinas buena parte de las ocasiones en las cuales Pornomotora puso a cantar a decenas de miles su canción Izquierdo. Fui testigo de la preparación que asumieron los asistentes a la edición 2016, cuando al ver en el cartel a la banda Baroness, se aprendieron disciplinadamente la mayoría de sus temas para disfrutar a fondo su acto, asombrando al mismo John Dyer Baisley, que, seguramente, no esperaba mucho de dicha función en tierras desconocidas. Así tengo un montón de momentos en mi memoria, formados a lo largo de todo este tiempo.
3. El tema de políticas públicas culturales, y más las que hacen referencia a la música, me apasiona, y hago defensa férrea de la existencia de Rock al Parque, por encima de los intereses de los gobernantes de turno, porque es uno de los pocos eventos donde personas de muy diferentes estratos sociales conviven en un mismo espacio sin tener ninguno de ellos privilegios por encima de los demás. Mientras los festivales privados venden «un mundo distinto», Rock al Parque promociona la convivencia de todos, es así de fácil.
4. Cada año, no importando si el cartel me atrae o no, me encuentro con amigos que solo veo en estas actividades. Hacer parte de la prensa que cubre Rock al Parque me ha puesto por momentos en situaciones incómodas, ya que en muchas ocasiones he sentido que la organización no ha dado todo de sí para que el festival tenga los resultados anhelados. He tenido peleas extensas con algunos de los responsables del evento porque para muchos lo que pasa en el parque es cuestión de unos días y una vez sucede lo que sigue simplemente es dar señar de chequeado y continuar como si nada hubiera ocurrido. Pero, a la vez, cada vez que llego al Simón Bolívar, sé que me voy a cruzar con más de un conocido con el que renovaré la conversación del año pasado y reinventaremos el mundo del rock en extensas charlas y, una vez termine el certamen, esperaremos encontrarnos en la próxima edición para seguir reafirmando nuestras palabras.
5. Ahora si, el punto más importante.  Este año en particular, saber que Rock al Parque se llevaría a cabo entre el 18 y el 20 de agosto, me sirvió de fecha de referencia para poder potenciar mi recuperación. A finales de febrero tuve una crisis de salud que casi me mata y que por poco, como mínimo, casi me genera la amputación de mi pie izquierdo. Al llegar a la clínica, marqué 449 en la medición del azúcar de mi cuerpo y estuve a pocos minutos de un coma diabético. Estuve un poco más de un mes en el hospital y luego pasé a un hogar de recuperación para seguir sanando mis falencias. No caminé durante cuatro meses y cuando le advertía a Adiela, la jefe de curación que me ayudó a curar mis heridas, que pretendía ir a Rock al Parque, se reía y se asustaba a la vez. Desde que me levanté de la cama, le dije a Maria Camila, mi fisioterapeuta, que diseñáramos la forma de llegar tranquilos al Simón Bolívar. Si, yo sé, suena loco. Igual me perdí varios conciertos durante todos estos días. Me hubiera gustado ver a Deftones, a Depeche Mode, a Gorillaz, pero fueron demasiado cercanos al incidente. En cambio pensaba en agosto y lo veía más que posible. Ayer fui a recoger las acreditaciones de Zonagirante para cubrir de nuevo este festival. Llegué caminando con mi super bastón (se llama The Hurrycane, me lo regaló mi madre, y no saben la maravilla de instrumento que es). Seis meses después, con una dieta libre de azúcar, treinta kilos menos y con la mejor sonrisa en años, estaré los tres días del festival.

Luego, como le dije a mi amigo al final de la conversación, podemos discutir si Pennywise era la banda adecuada para cerrar la jornada final o si hicieron falta bandas colombianas y latinoamericanas en el cartel. Por el momento, simplemente Rock al parque, a mis cincuenta y dos años, me sigue emocionando y no me avergüenzo de ello.

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