Por José Gandour @gandour Foto Simona Malaika @simonamalaika

Este año, como lo conté en un artículo anterior, no estaba en las mejores condiciones físicas para afrontar el festival, pero aún así, tenía claro que quería ir. Cuando llegué a primera hora el día sábado y me ubiqué durante unos minutos frente a la tarima Plaza, me aguanté las ganas de lagrimear un rato. Estaba emocionado, pero por esas cosas idiotas de la adultez, no dejé que nadie viera mi exhaltación y menos viendo inicialmente una banda metalera. Era un triunfo muy personal y quería a toda costa evitar que más de uno, y menos gente con la que no tengo mayor relación, me tratara como víctima o algo parecido. Yo estaba contento por haber llegado a mi Ithaca particular, pero yo había ido al Simón Bolívar a ver bandas, a cumplir con una labor periodística y no a jugar a destacar entre tanto artista que merecía mayor atención. Así que a trabajar. Igual, le agradezco a todos los que gentilmente se acercaron a saludar, a los que ayudaron en momentos incómodos y, especialmente, a los que me hicieron reir, conservando el brillante espíritu que merece el ambiente del festival.

2018 fue una buena edición. No la más brillante, pero tuvo sus momentos destacables. Este año he comprendido que el éxito del festival, curiosamente, no depende de si trajeron a tal o a cual. En general pocas veces Rock al Parque ha fallado estrepitosamente en la conformación de su programación y este año estuvo lejos de ello. Desde lo personal puedo discutir algunos enfoques de la curación, especialmente la menor participación de agrupaciones latinoamericanas, pero no puedo negar que hay un esfuerzo por mantenerse vigente en los géneros expuestos y en los riesgos asumidos, sabiendo que hay un presupuesto limitadísimo y unas complicaciones burocráticas dignas de un sistema público que se complica solito en sus decisiones. Si siento que hubo una equivocación extraña: Pussy Riot. Díganme anticuado, pero no creo en esos proyectos que ofrecen shows en diversas partes del planeta al mismo tiempo. Yo no sé si hubo ingenuidad a la hora de la contratación o pleno conocimiento que esto iba a ocurrir de parte de los organizadores. En todo caso el público terminó decepcionado. Hubo discusiones por redes sociales con las mismas chicas rusas donde algunos aficionados alcanzaron a preguntar si lo que habían mandado a Bogotá era su show de tercera categoria, ignorando la cantidad de asistentes y el prestigio del festival al que asistían, prefiriendo dar un espectáculo más completo en Edimburgo, seguramente frente a muchas menos personas. Es una situación rara de la cual no vendría mal escuchar una explicación al respecto. 

Fue un festival variado, diverso y colorido. Y ahí, teniendo eso como fortaleza, es donde siento que la institución organizadora comete incomprensibles desaciertos en su presentación. Es innegable que este año disminuyó la asistencia general y el cubrimiento particular de los medios. El problema, insisto en este punto enfáticamente, no fue el cartel. Hay un problema en el enfoque promocional que se le da a Rock al Parque, que simplemente repite lo que pasa, pero no transmite lo que debe decir. Es increíble que al interior de la Alcaldia de Bogotá no comprendan que en sí los festivales al Parque (y más este específicamente) son únicos en el mundo, y son dignos de ser publicitados como ejemplos de convivencia por los cuales todos los habitantes de esta ciudad, sin importar si les gustan los estilos musicales exhibidos o no, deben sentirse orgullosos de semejante evento cultural, político, ciudadano y social. A Rock al Parque se le promociona con elementos demasiado obvios, demasiado cerrados en su concepto, limitantes y limitados, manejando conceptos ya vetustos y arcaicos de lo que es el Rock, comenzando por la imagen que publican en sus afiches hasta los lemas propagandísticos usados. El festival no es solamente para unos radicales que siempre definirán el género de manera anticuada y hasta fascista: Es para todos aquellos que quieran en la ciudad disfrutar de la buena música y que, seguramente, si nos damos la oportunidad de invitarlos adecuadamente, cada uno de ellos encontrará al menos una banda para disfrutar en su recorrido por el festival.

Yo me quedo con las presentaciones de los congoleños Jupiter & Okwess, con la elegancia de Dancing Mood, la gozadera de Chico Trujillo y con el deleite sonoro de Liniker E Los Caramelow. Por cuestiones físicas, me perdí de Lee Ranaldo Trío, Bala, Kadavar y la Tokio Ska Paradise Orchestra. Ya habrá otras oportunidades, espero. En todo caso, desde ya deseo estar mucho mejor para Rock al Parque 2019  y ahí si saltar como se merece la ocasión. 

Ps. Agradecimiento especial a nuestro equipo de trabajo, a Simona Malaika, a Clara Sofia Arrieta y especialmente a mi amiga y terapeuta Maria Camila Martínez, quien estuvo al lado mio (y de otros rockeros lesionados, jajajaja) y se gozó su primer Rock al Parque de principio a fin, dándome más razones para terminar contento.

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