Por José Gandour @gandour Fotos Simona Malaika @simonamalaika

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A las pocas horas de finalizada la vigésimo quinta edición de Rock al Parque, se publicó la esperada foto del dron: Un Parque Simón Bolívar a reventar, donde, como dirían las abuelas, no cabía un alfiler. Las cifras desbordaban lo suficiente para justificar cualquier apelativo sublime al respecto. Llovieron las frases prosopopéyicas y barrocas, llenas de halagos desbordantes, y no faltaron los cánticos de triunfo de la organización, donde se habló de orgullo estridente, victorias, éxitos, contundentes derrotas a los críticos, humillación a los pesimistas y rechazo autoritario a todo aquel que tuviera algo que decir que no fueran loas a los encargados de semejante proeza. Y si, lo primero que hay que decir es que hubo en general muy buena música en los tres días del festival, que todos tratamos de afinar nuestras turbias voces al lado de Fito Páez, Los Amigos Invisibles, Babasónicos, La Vela Puerca y otras grandes estrellas de talento innegable. Eso desde el principio se sabía, para eso trajeron a esas leyendas de calidad más que comprobada, eso fue lo que la buena masa fue a ver e iba a lo seguro. Siempre, desde el anuncio de la elección realizada por Idartes, dijimos que jugarsela por artistas de larga trayectoria era jugar a lo fijo. Muchos, miles, volvieron contentos a su casa y eso está muy bien. La institución encargada del certamen cumplió con esa parte de su compromiso. Ahora bien, ¿qué precio tuvo que pagar para que eso se diera?

Vamos por puntos:

-Comencemos haciendo preguntas que siempre haremos cuando hablamos de Rock al Parque, como evento organizado con dinero público: ¿Para que sirve el festival? ¿A quién le debe ser útil? ¿Para qué debería servir?

Esta edición de Rock al Parque tuvo claras intenciones de usar a Rock al Parque como panfleto politiquero desde la Alcaldía de Bogotá. Por esa razón cambiaron la fecha original del evento, por ello reestructaron la idea de todo lo que se iba a desarrollar este año en las localidades de la ciudad, por ello gastaron cantidades insólitas en la contratación de algunos artistas. Todo para levantar los índices de popularidad de un burgomaestre claramente impopular, más entre la franja más joven de ciudadanos. Un alcalde que nunca le gustó Rock al Parque, que siempre pensó que el festival era un innecesario elefante blanco, que no sólo planteó acabarlo en su primera administración sino que al volver a asumir su cargo, hace ya casi cuatro años, intento borrarlo de nuevo, nombrando con indicaciones claras  a un ineficiente primer director del Instituto Distrital de las Artes que por suerte no resistió un año de labores. Se sintió a leguas que Rock al Parque estaba siendo usado, en un año electoral, para que nadie se olvidara de Peñalosa y quedara marcado el camino para su sucesor. ¿Todo lo hecho cambia la imagen del personaje entre los habitantes de la capital? Lo dudo bastante, pero ahí se fueron unos cuantos pesitos para intentarlo.

El festival, tal como fue hecho, le sirvió poco a los que más deberían recibir beneficios del evento: los músicos de esta ciudad. Los organizadores hablan de números, nosotros nos permitimos responderles en este momento con números:

-Sólo hubo 26 de 72 bandas musicales bogotanas en el festival. Un poco  más de la tercera parte del cartel. (No juguemos a incluir a los representantes de los proyectos Crea, que, por más que insistan, no hacen parte activa aún de la escena local. Son apenas aspiraciones en desarrollo, que dan más fe de un proyecto educacional distrital  que de una realidad musical, que ojalá prospere).

-Se presentaron más de trescientas bandas a la convocatoria distrital de bandas que deseaban participar en el festival. Clasificaron cuarenta agrupaciones para las audiciones de selección final y sólo una, una!!!, tenía voz femenina. Eso es gravísimo en un momento donde, si revisamos a fondo lo que sucede en Bogotá, estamos viviendo un momento tremendamente interesante con el talento mujeril. Una oportunidad perdida.

-La convocatoria de shows especiales, abierta para bandas vigentes de más de doce años de historia, tuvo todas las irregularidades pensadas. Con el permiso de la Gerencia de Música, se permitió por primera vez en la historia del festival que uno de los organizadores, el curador mismo del certamen, fuera jurado, hecho sin excusa, aunque cumpliera sus labores ad honorem. A partir de ahí, lo sucedido con Pedrina (artista que no cumplía por ningún lado con los requerimientos de la misma convocatoria) y  Doctor Krápula (cuyo retiro del festival no se puede simplemente explicar con la falta de un paso burocrático), sumando a ello que eran diez los cupos asignados y que sólo se seleccionaron siete ganadores de dicha convocatoria, sin dar ninguna explicación al respecto, crea todos los mantos de duda que esperemos sean explicados claramente. Las respuestas sobre estos temas siempre han sido evasivas y seguramente ellos esperan que la gran cifra de asistentes al festival disipe todos interrogantes sobre los procesos. Lo dudo.

-¿Vieron alguna banda distrital en la programación del día final, en el horario de mayor audiencia, en el escenario principal? ¿No era el momento culmen para exhibirle a la ciudad (y al mundo) un ejemplo de aquello de lo que está hecho el rock de esta ciudad? Entre la poca publicidad oficial que recibieron las propuestas bogotanas seleccionadas y el desinterés de los organizadores de construir a partir del festival para la escena local algo que vaya más allá de los tres días de Rock al Parque, podemos sospechar que para ellos el Rock bogotano es incómodo y poco importante en sus planes reales de cultura musical. ¿Les parece exagerado? Sólo una muestra: Comparen los anuncios hechos para todos los invitados internacionales, el despliegue que se les brindó. Ahora vayan y revisen cuánta información se dió desde el departamento de prensa sobre los escogidos en las dos convocatorias distritales, la hora en que se hicieron estos anuncios y la repercusión que intentaron obtener.

¿Será tonto insistir con aquello que afirmaba desde siempre que el festival Rock al Parque fue hecho para favorecer a la escena bogotana y que los invitados internacionales eran la cereza del pastel que le daba el sabor final al evento? Si es así, volvemos a lo mismo: Rock al Parque es un gran gasto de entretenimiento que no logra construir industria cultural, economía musical o, mínimo, bases para seguir creciendo en materia artística en una ciudad donde los siguientes trescientos sesenta y dos días al año, la Alcaldía poco o nada hace al respecto.

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Puntos finales por el momento:

-El curador afirma en una entrevista que el show de cierre de la Filarmónica de Bogotá se venía pensando hace un año. Si eso es verdad, no entiendo varias cosas. Una de ellas la constante improvisación que se sintió en el escenario con los cantantes invitados, y, por otro lado, que realizaran la prueba de sonido el mismo día de su compleja presentación, faltando dos horas para la apertura de puertas del parque, haciendo que la programación se retrasara hasta tres horas después de lo convenido. Muchos, muchísimos se quedaron a ver el espéctaculo, salieron a las dos y pico de la mañana a encontrarse con una ciudad que desde unas horas antes ya no tenía transporte público y donde los vehículos particulares que transportaron a algunos de ellos hicieron su agosto cobrando tarifas absurdas para llevarlos a casa.

-Veintipico años después y el canal público de la ciudad, Canal Capital, en el único momento de su programación donde logra un rating decente en todo el año, no ha aprendido a transmitir con un sonido adecuado los conciertos del festival. ¿Y saben qué es lo peor? Que Idartes tiene que pagarle a ellos por hacer dicha transmisión y son ellos los que se quedan con los derechos de lo exhibido. El mundo al revés.

-Juanes, ok. Esa es una evidencia clara que era más importante la cifra final que cualquier otra cosa. Les sonará muy radical lo que diré a continuación, pero su presencia corrompió el sentido del festival. Juanes hace un evento similar gratuito por su lado y lleva casi la misma cantidad de gente que estuvo ese día en el escenario Plaza. Él no necesitaba el festival y Rock al Parque, en su espíritu original, no necesitaba a Juanes. La idea de Rock al Parque siempre fue exhibir la novedad, lo emergente, lo que había nacido entre nosotros, lo que crecía al amparo del festival. A partir de ahí, ya quien venga, con tal de mostrar la foto del dron reventando el Simón Bolívar hasta sus límites, puede traer al artista mainstream del momento, desde Shakira, Sebastian Yatra o el holograma del difunto Diomedes Diaz, y dirá que hizo el Rock al Parque más exitoso de la historia. Eso será simplemente, por su contradicción, una mentira difícil de superar. 

 

 

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