Por  Santiago Rivas @rivas_santiago Foto Oscar Perfer @perferoscar

Ha pasado una semana, y a nadie le importa ya lo que pasó en Rock al Parque. Como la noticia no es ya el festival, vale la pena aprovechar las lecciones que quedan, para festivales por venir y para el calendario cultural bogotano en general.

Lo primero es decir que la relación entre Rock al Parque y el público ha mejorado sustancialmente, lo mismo entre los medios y el festival. Pero no es solamente un asunto de cómo se percibe el festival. En realidad, Rock al Parque ha mejorado y sigue mejorando. Las razones son tres muy sencillas.

La primera es que existe una cabeza activa y visible en el festival. El esquema inmediatamente anterior, en el que no existía un doliente real y simplemente una entidad detrás del festival, estaba generando varios problemas. Chucky García me parece una excelente elección, pero podría ser cualquiera, siempre y cuando se trate de un criterio que está evidentemente al frente del Festival. No solamente es una mejor administración de la misma diversidad de siempre, sino la organización de un festival que busca leer al público y no simplemente darnos a entender que, por ser gratis, se trata de un favor que nos hacen.

La segunda es la continuidad. Chucky García ha sabido conservar su puesto, a través de un cambio de alcalde y dos cambios en la dirección de Idartes. Tal vez la gente no se da cuenta, de un lado o del otro del poder, pero el hecho de que el festival se haga sin tener el cuenta la polarización, ni las peleas casadas entre la administración presente y la pasada, hace que se trate de una gestión confiable.

La tercera es el cambio en el tono que ha tenido lugar desde hace unos años. Rock al Parque ha encontrado, gracias no sé a quién, un mejor manejo de sus comunicaciones en redes, prensa y frente al público. La voz del festival (ojo, la voz como construcción del discurso, no la locución del festival), su modo de hablar, era la de un adulto que trataba de imitar lo que entendía por “rock”, el tono de esa juventud falsa, como cuando algún producto pretende venderse al público futbolero con un jingle que simula un canto de barra brava, perfectamente masterizada. Mejor dicho: a leguas se notaba que Rock al Parque nos mentía, aunque tuviera buenas intenciones. Desde hace unos tres años, por ejemplo, le bajaron al discurso intenso de “la diversidad”, pero la diversidad siguió siendo respetada. Obras son amores.

Por otro lado, el afiche ha mejorado. El concurso para hacerlo solía ser más un generador de ruido que de buenas ideas, porque los diseñadores buenos no encontraban ni prestigio ni remuneración justa en la convocatoria; y los diseñadores malos son malos, claro. No me gustó el afiche de este año, y creo que en general falta trabajo, pero prefiero mil veces un afiche hecho así, con criterio y una idea definida, que uno dejado al azar por un comité de jurados, sin mejores opciones que lo que les llegó en el correo, siempre y cuando tuviera el papeleo de la convocatoria bien hecho.

Lo último está en los detalles: hace unos años ya no es un azar saber si la zona de prensa va a estar bien o mal. Antes daban bandazos, a veces poniendo computadores de alta tecnología, a veces obligándonos a sentar en el piso. No había nada claro, porque nadie estaba aprendiendo nada. El hecho de que las cosas tiendan a pulirse es una excelente señal.

Hay cosas por mejorar, como siempre: el diseño de producción está fallando, aunque haya tenido mejoras este año. Es decir: se nota menos la polisombra blanca, y es una buena cosa que las tarimas “secundarias” tiendan a crecer (este año, la tarima BIO tuvo más gente por momentos que el escenario PLAZA), pero el diseño de pantallas no corresponde a un festival del tamaño de Rock al Parque. A veces, de verdad, menos es más. Pero lo principal es el sonido.

No puede ser que a estas alturas del partido sigamos teniendo problemas técnicos de sonido en un festival que se ha hecho 23 veces, mucho menos en el escenario principal. Tiene que haber una manera de hacerlo funcionar, un protocolo o un plan. No me refiero a los accidentes, que siempre pasan, sino a presentaciones enteras de grupos que sonaron mal, o momentos en los que la gente apostada más atrás dejó de oír lo que pasaba, o cualquiera de los muchos momentos en que el festival falló en ese aspecto. Es importante que ese mismo criterio, ese espíritu que ha mantenido a rock al Parque mejorando, arrope de alguna forma la parte técnica. No sé si sea posible, la verdad, pero sería bueno de ver.

En general, el balance es muy positivo. No importa si nos gustan o no los grupos que vienen cada año. Lo importante es disfrutar de la música, y darle a Rock al Parque su justa medida, el lugar que se merece. Tal vez, si muchas de estas estrategias se acoplaran al resto de los festivales, empezando por la comunicación con el público y la visibilización del trabajo, crecería la audiencia de lo que hasta ahora han sido bonitos momentos, sin mayores repercusiones para el gran público, que siempre está ahí, esperando a disfrutar de la música.

Pero lo principal es entender la importancia que tiene Idartes para la ciudad. No vale la pena matar una buena idea, solo porque otro la tuvo. Vale la pena, en cambio, dar un giro hacia lo mejor y tratar de llevar las buenas ideas hasta el máximo de sus posibilidades. Ojalá Rock al Parque siga por ese buen camino, dándonos mucho de qué hablar (y ojalá, más para dibujar). Acá seguiremos en Zonagirante, pendientes del festival que nos pertenece a todos.

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