Por José Gandour @gandour

Fotos Ana María Camejo

(Nota del editor: Al cambiar recientemente nuestra plataforma, Zonagirante.com dejó de tener en línea muchos de sus archivos, especialmente los referentes al festival Rock al Parque. Mientras nos preparamos para cubrir la edición 2015, recuperamos fotos y textos del año pasado, sospechando que lo planteado en aquel entonces todavía tiene validez en estos días.).

Texto escrito el 20 de agosto de 2014:

Ya salió la foto en todos lados. Una imágen aérea que muestra lo absolutamente lleno que estaba el Simón Bolívar el último día de Rock al Parque, clara muestra que la asistencia (como dicen los aficionados a los toros) llegaba hasta las banderas. Era lógico que eso sucediera. El cartel era lo suficientemente atractivo para que estos números se cumplieran. Quienes fuimos al festival podemos certificar que el público estaba contento. El objetivo principal de los organizadores se cumplió. Oficialmente se habla de más de cuatrocientos mil personas durante tres días. Ahora, aprovechando las caras de felicidad de los responsables de las instituciones de la Alcaldía de Bogotá involucradas en este evento, permítanos a algunos de los que ustedes consideran críticos irrefrenables armar un debate dentro del marco de respeto que todos merecemos. Déjennos arrancar con una pregunta: La fiesta estuvo buena, pero, esto, aparte de hacernos felices durante 3 días, ¿qué más pasó?

Comencemos punto por punto: Todos los años reiteramos, en este tipo de conversaciones, el principio con el que nació este festival, el cual era fomentar y dar base sólida a la escena rockera bogotana. Si, se incluye tener invitados internacionales, que a su vez traigan intercambios reales con otras escenas musicales y completen un cartel de manera interesante. En los últimos tiempos no se ha podido evitar que haya muchísimo más interés en las bandas extranjeras visitantes que en el material local. Es lógico, estamos en una escena con muchos puntos por desarrollar y donde aún muy buena parte de la población rockera de la ciudad no conoce el talento bogotano. Las bandas aspiran a presentarse en el festival pero no tienen bases sólidas para que el público las reconozca. La gran mayoria de las agrupaciones bogotanas no ha recorrido a fondo los barrios de la capital y la comunicación que mantiene con sus potenciales seguidores es escasa.

Hagamos un poco de historia: En los primeros años la misma entidad que llevaba a cabo el festival, organizaba otras actividades musicales a lo largo de los meses a través de la geografía bogotana. Teníamos eventos como Las noches de paz, noche de Rapanrol, donde, en temporadas navideñas, se ponía en el mismo escenario a una agrupación de rock con un proyecto de rap distrital y se montaban conciertos de convivencia de tribus urbanas. Existían los conciertos de los sótanos de la Avenida Jiménez, lugar en el centro de Bogotá, donde cada viernes por la noche al menos dos agrupaciones presentaban su trabajo. Bajo el nombre Tomas de Miedo, se organizaban presentaciones en sectores de alta inseguridad para que la cultura diera batalla a la violencia cotidiana. Eso, por alguna razón u otra (quizás falta de tiempo, pereza, falta de espectacularidad frente a los medios, no sabemos) se dejó de hacer y todo se redujo al festival propiamente dicho.

Si ustedes toman un mapa de Bogotá y observan donde se realizan cotidianamente los conciertos, verán que no salen de una zona que ocupa menos del 10% de la ciudad. Además, si observan más detallamente, verán que la mayoría de estos sitios son locales nocturnos, destinados a mayores de edad, porque se consume alcohol. Aqui viene un punto interesante: siempre escuchamos que algunos personajes de la escena rockera aseguran que la gratuidad de la entrada a Rock al Parque ha perjudicado el resto de eventos del año, porque se ha malacostumbrado al público, pero nadie incluye en el cálculo de dicha afirmación que muchos de los que asisten al festival no vuelven a los conciertos de las bandas porque los sitios de presentaciones son lejanos a su barrio, se restringe la entrada por razones de edad (y en otros casos por despreciables decisiones clasistas) y que, aparte de eso, estamos en una ciudad con profundos problemas de transporte nocturno. A partir de ahí dejenme retomar las cifras de asistencia de Rock al Parque y volver a asegurar algo: hay público para el rock de la ciudad, pero la música no llega adecuadamente a todo el perímetro bogotano. Y para que esto suceda, la Alcaldía de Bogotá debe, al menos, facilitar sus auditorios y sus teatros para este tipo de actividades. En Bogotá, cada una de las 20 alcaldías locales tiene auditorios o espacios adecuados para organizar eventos constantemente. En algunos casos han sido concebidos con grandes inversiones y su utilización es bastante baja. La Alcaldía debe buscar entre los potenciales empresarios barriales o entre el personal de las alcaldías locales quién se haga cargo de dichos conciertos. Sin eso, el que llamamos orgullosamente “el festival gratuito más grande del continente” se queda en un gran hecho de entretenimiento para la ciudad, pero no contribuye realmente, más allá de los tres días de programación, al fomento de la industria cultural de la urbe.

Vamos a otro punto: Se pudo organizar un festival de este tamaño, con una inversión que llegó a una cifra cercana a los dos millones de dólares, y, sin embargo, no se organizó un buen plan de prensa, en el cual se incluyera de manera efectiva a las bandas bogotanas. No hubo una estrategia comunicacional para hacer partícipe desde el momento de su inclusión en el cartel oficial del evento a las agrupaciones seleccionadas por convocatoria para representar al Distrito Capital. Lo único que se hizo fue incluirlos en las poco útiles ruedas de prensa de los tres días, en medio de las presentaciones de los artistas mas destacados de la programación. Insistimos, a fuerza de jugar con su paciencia, pero si una nueva agrupación bogotana logra participar en el festival más grande de la ciudad, tiene todo el derecho a que su música y su nombre se conozca antes de llegar al día de su presentación, para tener más oportunidades de que su labor sea reseñada por los medios de comunicación, y, por tanto, ser conocida por los asistentes al evento. Dicha labor no le cuesta más a los organizadores y es su obligación hacerlo.

Por otro lado, creo que la respuesta a estos y otros inconvenientes de la escena rockera bogotana no está en burocratizar a través de mesas especializadas a los distintos géneros musicales. Ahí lo único que se hace es darle poder a unos personajes que buscan favorecer sus intereses personales y que no representan al sector. En el intento de hacer más fáciles las cosas, simplemente se estancan en el camino y escuchan las voces erróneas. Observen lo sucedido con Hip hop al parque, el manejo que tienen los supuestos representantes del gremio de todo lo que compete con dicho evento y vean el resultado. En lugar de incentivar una verdadera Unión de Músicos Independientes que incluya a todo el espectro artístico y discuta de manera democrática el entorno entero del ambiente musical, se glorifica a unos personajes que dicen ser propietarios de la verdad en su sector y que impiden los verdaderos avances que la escena musical requiere.

Otro más: Pareciera un tema menor, pero no. El afiche de Rock al Parque. Se volvió el chiste de todos los años. Ante las evidencias de un claro y descarado plagio, advertido además por las instancias asesoras del concurso convocado por Idartes, se decidió aceptar la mentirosa palabra del “diseñador” y se mandó un peligroso mensaje: Aquí, en materia de convocatorias de creatividad, sólo pueden triunfar los tramposos y los ladrones de ideas. Es también decir que no existen posibilidades de encontrar buen y genuino diseño en nuestra ciudad, lo cual es totalmente falso. Ya en muchos otros certámenes de otras entidades culturales se ha podido demostrar que existen las personas y las ideas adecuadas, ¿por qué, entonces, fallan los concursos en Rock al Parque? Es hora de hacer algo al respecto, investigar cómo se hace la licitación, quién pone las pautas de concurso, lo que sea. Pero ya a estas horas sólo se puede responsabilizar de este asunto a los organizadores del festival.

En fin, hay mucho por discutir. Hay mucho por debatir y no hay que tenerle miedo a esa conversación. Tenemos que tener en claro que las cifras que se presentan en los comunicados no arreglan las falencias, y las multitudes asistentes están ahí a pesar de los problemas. La foto final emite un mensaje incompleto. Podemos alegrarnos de ver la imagen de las masas acompañando al festival, pero quienes participamos a través de los años en la construcción de este espacio no podemos sentirnos satisfechos. Fueron 3 días de mucha alegría, ahora hay que pensar qué debemos hacer durante las otras 362 jornadas del año para que esto realmente sea más que un efímero instante y un buen recuerdo. La Alcaldía de Bogotá debe aceptar responsablemente este debate y actuar en consecuencia. Como decía Evita Perón: “Donde hay una necesidad, nace un derecho”, y esa si es la verdadera función política a cumplir por parte de las instituciones y no las de simple entretenimiento del pueblo.

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