Por José Gandour @gandour

Foto Oscar Perfer

Amigos bogotanos, amigos aficionados a la buena música en América Latina: Les propongo un juego. Deslíguense por un momento de sus actuales preferencias políticas, de sus amores y sus odios frente a los personajes del poder gubernamental. Olvídense de todos los memes y falsos twits que han visto durante estos días y hagan un esfuerzo verdadero para no recordar lo obtuso que ha sido tal o cual alcalde para transmitir sus ideas, creando incertidumbre, rabia y burla entre el público atento a las noticias. Respiren profundamente y hablemos de manera casi exclusiva de hechos musicales. Si ya lo han logrado, después de un rato de relajación y se han desconectado por un momento de las redes sociales, hablemos tranquilamente de la convenciencia de hacer un gran festival ecléctico de entrada gratuita dentro de la capital colombiana.

Comencemos con un dato: La historia de los festivales «Al parque» realizados en Bogotá arranca en 1995 y desde entonces se adoptó para su etiquetado referencias de los géneros que iban a ser representados por los artistas invitados. Debemos admitir, veintiun años después, que en muchos casos esas etiquetas han envejecido y le han permitido a radicales nostálgicos y rabiosamente severos cerrar fronteras alrededor de las definiciones y han intentado, a veces con éxito, mantener nuevas tendencias por fuera de los eventos. Han logrado formar guetos por momentos irreconciliables que promueven divisiones, que impiden la formación de nuevos públicos y donde se crean áreas grises en estilos musicales, que, ante su amalgama de sonidos, se ven excluidos por decisiones inflexibles. Ante las estrictas interpretaciones que se han impuesto a lo largo de estos años hemos visto el constante cuestionamiento por la participación de algunos artistas que se salen del molde y que, curiosamente, buena parte de ellos son los representantes más conocidos del sonido local en el mundo: Sidestepper, Bomba estéreo, Systema solar y otros.

Nos hemos quedado con viejos rótulos que marcan los eventos y que a veces alejan al público general de la oportunidad de conocerlos, de integrarse a su escena, de servir de manera efectiva en la exhibición de sus músicos. Algunos de los festivales al parque dependen demasiado del artista extranjero invitado y convocan unos pocos miles de espectadores a sus jornadas. Salsa al parque ha tenido momentos masivos a partir de la presentación de personalidades como Willie Colón, Rubén Blades y otros, pero ha sido muy dificil para las agrupaciones locales destacar dentro de su programación. Si pensamos en Colombia al parque, a lo largo de su existencia ha tenido problemas de definición y su contenido no ha podido convocar la cantidad de gente que merece. Jazz al parque es un evento con grandes estrellas internacionales, pero, seamos sinceros, la gran mayoria de nosotros sería incapaz de nombrar, sin consultar internet, a mas de un representante colombiano entre sus favoritos del género, más en una ciudad que no tiene una emisora referente a este estilo y que no tiene un local nocturno exclusivamente dedicado a la difusión de esta música. Pero ojo, nadie está diciendo que estos festivales deben simplemente desaparecer del mapa. Nadie debe cerrarle la oportunidad de difusión de sus obras a los artistas incluidos en estas esferas. Es más, se les debe dar la oportunidad de poder llegar al gran público a través de una gran fiesta ecléctica.

Me recuerda mi amigo Daniel Casas, antiguo coordinador de Rock al Parque y periodista musical descatado desde hace tres décadas, que nadie se queja con los carteles de los últimos años del festival de jazz de Montreux, donde se han presentado artistas tan diversos como Santana, Frank Zappa, Camaron de la Isla, Sting, Deep Purple, New order, Parliament-Funkadelic, Van Morrison, Black Eyed Peas y muchos otros. No ha habido una voz destacada diciendo «¿Cómo se atreven? ¡Eso no es jazz!». Este año está confirmada la presencia de Messhuga, Slayer, José González, PJ Harvey, ZZ Top, M83 y Neil Young y nadie inunda facebook y twitter mostrando su indignación. Alguna vez, hace varios años, entrevisté a Luz Marina Rodas, quien era directora del festival de jazz del Teatro Libre, y ella, al pedirle una definición de la palabra Jazz, me respondió con una sonrisa «Jazz es libertad». Ese, señoras y señores, creo que debe ser el espíritu que rodee un festival masivo como el que se merece la capital colombiana.

¿Se imaginan un festival del tamaño de Rock al Parque, donde en una tarima esté, por citar un ejemplo, Wynton Marsalis y en otra Totó la Momposina? ¿Un espacio donde en un escenario esté tocando La Sonora Ponceña y a pocos metros podamos ver a Herencia de Timbiquí? ¿Un evento donde Maite Hontelé, Real Charanga, Bituin, Colectro y Palo Alto son, entre otros, puedan tener la oportunidad de enfrentarse a una gran cantidad de asistentes, en el marco del que podría ser el evento musical más importante de Colombia? Si se hiciera de esa manera, cualquier residente bogotano y cualquier visitante que tenga la ciudad podría sentirse bienvenido a asistir sin suscribirse a ningun precinto.

Ahora bien, rompamos con el ejercicio que les propuse al principio y volvamos a la política. Bogotá Suena (nombre con el que fue anunciado el nuevo evento), hay que decirlo con todas las palabras, tuvo una presentación deficiente, inoportuna y equivocada, en medio de una absurda batalla entre prejuicios y errores de actuales y anteriores burgomaestres de la ciudad. Bogotá Suena es una buena idea presentada torpemente ignorando las barricadas establecidas en una ciudad histérica donde cualquiera dice algo y hay alguien que se siente con todo el derecho a refutarlo de manera violenta. Un proyecto que se ha tergiversado con la desastroza defensa que ha hecho el actual alcalde y cuyos detractores, con tal de buscar el derrumbe de la actual administración, han envilecido con sus mentirosas afirmaciones.

No se sorprendan si Bogotá Suena muere antes de ser implementada, no se asombren si llega a ser un paso en falso para calmar a las fieras. Yo, separándome de cualquiera de los extremos de las tóxicas batallas entre las posiciones encontradas, desearía que funcione, y que creciera, en bien de la cultura artística de Bogotá, y por encima de los colores políticos de los gobernantes por venir.

 

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