Por Emiliano Gullo @emilianogullo

Nota del editor: Seguimos escarbando en los archivos de nuestros hermanos de ntd.la y nos encontramos con este fantástico relato de una leyenda caribeña: Compay Segundo. Habiendo pasado unos días de su cumpleaños, queremos corresponder a un tributo justo a un brillante representante de la música de nuestro continente.

“Hay una palabra que no existe para mí: el hastío”, decía Compay Segundo durante el día de su cumpleaños número 95, el último que festejó sin abandonar jamás su vitalidad adolescente. Tabaquero de oficio, Compay Segundo se forjó como músico autodidacta hasta convertirse en el rey del son cubano, género que desde su voz conquistó el planeta. En ese mismo cumpleaños también dijo que su sueño era vivir hasta los 106 años, como lo había hecho su abuela. Este 18 de noviembre hubiera cumplido 110.

Desde un rincón bien al sur de Cuba, en la localidad de Siboney, el adolescente Máximo Francisco Repilado Muñoz (Compay) se abría camino como vendedor de tabaco. Transcurrían los primeros años del Siglo XX en una isla poblada de cabarets gringos.

Fue justamente gracias a su abuela -una esclava liberada- que se introdujo en el mundo del tabaco cubano. El mito dirá luego que no tenía ni cinco años y ya había saboreado el humo. Con el paso de los años ingresó a la fábrica de habanos Montecristo, los puros que con la isla liberada se harían famosos por ser los preferidos de Ernesto “Che” Guevara.

Habían pasado pocos años de la guerra Hispano Americana (1898), en la que Estados Unidos le arrebató la isla a España -entre otras conquistas caribeñas- y por ahí andaba Máximo, siempre cerca del ron y esa guitarra de seis cuerdas que le volaría las caderas a todo el mundo: el tres. El mito también dirá que Compay Segundo fue el inventor del armónico, un estilo de guitarra que le agrega al Tres una cuerda de la nota Sol.

Compuso sus primeras canciones antes de los 30 años, momento para el cual ya había pasado por diferentes grupos de Santiago de Cuba. El Cuarteto de Trovadores Orientales, el Cuarteto Hatuey y el conjunto de Miguel Matamoros, entre otros. En 1948 se unió a Lorenzo Hierrezuelo y juntos formaron el dúo Los Compadres. Pero antes de salir a rodar por la isla, Lorenzo lo primereó. Se adueñó de la primera vocalía y se llamó Compay Primero. Máximo Repilado, entonces, fue Compay Segundo.

Después integró el sexteto Los Seis Ases, el Cuarteto Cubanacán, y fue clarinetista de la Banda Municipal de Santiago de Cuba. Es que Compay también tocaba, además del tres, la guitarra y clarinete. Para los años 80’s ya era una celebridad en la isla con su agrupación musical Compay Segundo y sus muchachos. Fue recién con el tema Chan Chan que su nombre sería la embajada de Cuba en el mundo. Gracias a esa canción, en medio de la guerra fría y el bloqueo, la música cubana se filtró por todas las fronteras. En rigor de verdad, el gran reconocimiento internacional vino diez años después. La grabación del tema fue en 1987. Pero el verdadero trampolín fue el disco Buena Vista Social Club, en 1997, que contó con la participación de otros gigantes del son cubano, como Ibrahim Ferrer,  Eliades Ochoa y el guitarrista estadounidense Ry Cooper. Casi de manera paralela llegó el último empujón: un documental sobre el club, con dirección de Win Wenders.

Ese mismo año, el disco de Buena Vista ganó varios premios Grammy en distintas categorías. El año siguiente, el documental de Wenders obtuvo el Óscar al mejor documental. Ahí sí: el mundo para Compay Segundo se había vuelto tan chiquito como su Siboney natal. Compuso más de 100 canciones y vendió más de 10 millones de discos; actuó varias veces en todos los continentes. Hasta el último minuto de su vida mantuvo la sonrisa prístina y el humo de su tabaco preferido; murió el 14 de julio de 2003, a los 95 años, de una insuficiencia renal.

 

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