conclusionesrapPor José Gandour @gandour

Foto de Oscar Perfer

Acaba una edición más de Rock al Parque. Un festival que en su edición número 21 ha tenido algunos brillos y no pocos puntos oscuros, y aunque algunos medios y periodistas, no se sabe con qué intención, piden que no caigamos en la crítica, nos parece pertinente hablar sobre unas cuantas cosas al respecto.

Lo primero que hay que decir es que, por encima de todos los problemas que vimos, afortunadamente sobrevivió la música. Es cursi la frase, pero en medio del desorden organizativo y la negligencia de algunos encargados del festival, al menos hubo buenos momentos en los escenarios. Cada uno tiene sus instantes favoritos y podrá nombrarlos sin problema, por eso es que hay que desligar de buena parte de nuestras discusiones a los músicos. Afortunadamente pudimos ver la despedida de Nortec Collective, la presencia lisérgica de Cápsula, una estimulante sorpresa como Narcopsycotic, el ascenso de Pulenta y una que otra estimulante presentación adicional dentro de la programación. Si uno, como espectador, va en busca de música a Rock al Parque y no se entera de los inconvenientes que envuelven el desarrollo del evento, puede tener pocas quejas. El cartel de la edición 21 del festival, sin estar a la altura esperada, tuvo momentos interesantes.

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Rock al Parque 2015 tuvo uno de los peores días metaleros de la historia del festival. La afirmación no sólo es mía, quien pocos vínculos tiene con el género, sino que ha sido expresada por más de un aficionado y comentarista que sabe de la materia. La selección de los jurados de la convocatoria fue desafortunada, favoreciendo propuestas quedadas en el tiempo y pobres en su desarrollo. A su vez, los invitados nacionales e internacionales no ayudaron mucho a quitar las telarañas. Algún periodista dijo, no sin poca razón, que la jornada fue diseñada de tal manera que todas las agrupaciones parecían estar puestas como teloneras de la banda polaca Behemoth. En medio de tanta decepción, se puede destacar favorablemente la presentación de Sacred Goat, banda bogotana que poco a poco demuestra su crecimiento y pide pista para ser atendida en ámbitos internacionales.

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Aquí viene otra frase cursi: El festival hace mucho tiempo que es organizado por gente que no le tiene amor, y eso se nota.

Siendo el evento cultural de mayor presupuesto entre todas las actividades de la Alcaldía de Bogotá, parece ser hecho como un certamen político (y politiquero) antes que una verdadera fiesta musical para propios y extraños. Así como el año pasado decidieron botar la casa por la ventana, esta vez, sin que el puesto del burgomaestre estuviera en juego, se ahorraron la plata hasta instancias ridículas. Se notó en todo, hasta en lo más absurdo. Cosas tan vergonzosas como que la principal tarima del festival tuviera un permanente olor nauseabundo por la limitadísima cantidad de baños portátiles a disposición de los asistentes (que, además, no se limpiaban con la frecuencia necesaria), o las grotescas discusiones que había entre artistas y los responsables de la logística por falta de agua después de los conciertos. Sala de prensa de espacios extremadamente reducidos y sin suficientes enchufes para trabajar. Casi inexistente material promocional e informativo en el parque para conocer el horario de las presentaciones. Y si, algo que casi todos notaron: Problemas constantes con el sonido, punto en que se afectó por igual a los artistas locales y a los internacionales. ¿Alguien está haciendo la vigilancia debida del contrato de amplificación? Veinte años después de la primera vez que se hizo Rock al Parque, y el festival sigue teniendo problemas dignos de una kermesse barata. Falta de amor, insisto.

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Rock al Parque tiene, a pesar de todas sus falencias, un gran capital histórico para hacer intercambios internacionales más interesantes. Los encargados de este festival, a lo largo de su existencia, han tenido suficientes excusas para negociar con muchas instituciones contando el origen de su constitución, pudiendo narrar con la verdad cómo nació esta serie de conciertos para proponer paz y convivencia entre los ciudadanos de una sociedad agobiada por la violencia. Cualquier encargado de desarrollo cultural en instancias como consulados europeos, empresas de carácter mixto en todos los continentes y otros espacios similares, puede disponer de sus recursos para apoyar la labor de este evento. Sólo se requiere tiempo y disposición para generar los encuentros adecuados.

¿Sabían ustedes que en 2004, cuando se celebraba la décima edición del festival, una división de Naciones Unidas, conmovida por la historia de Rock al Parque, ofreció el dinero para contratar una destacada banda internacional, siempre y cuando esta agrupación estuviera comprometida con causas relacionadas con los derechos humanos? Aún así, nadie se movió. Unos se quedaron quietos porque afectaban a sus intereses personales, otros porque no sabían qué hacer y otros porque no les llamó la atención. Bueno, la situación, un montón de años más tarde, sigue siendo igual, y aún así escuchamos a los responsables quejarse por presupuesto y gastanto más de lo debido por el pago a los intermediarios de turno.

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Lo dijimos hace unos días. Esta fue una edición de transición. En pocos meses cambia la administración distrital y deben venir reformas en la política cultural de la ciudad. ¿Qué puede pasar? Ni idea. Nadie garantiza que los que vengan lo hagan mejor en sus labores. La cultura, y más específicamente lo que suceda con los festivales al parque, no hace parte primordial de la agenda de ninguno de los candidatos. Ninguno de ellos se asomó por el parque Simón Bolívar en estos días y seguro que más de uno dirá que lo que pasaba ahí era puro ruido. Ninguno debe creer en la posibilidad de transformación económica, social y humanitaria que contiene la cultura en esta ciudad. Ellos deben pensar que, a falta de pan, Rock al parque es simple circo para el pueblo. Seguramente la desidia continuará y este festival será sólo útil y favorecido por las arcas del Estado cuando la cabeza del burgomaestre de turno esté en peligro y necesite del simulado apoyo de las juventudes. Así es la vida en la capital del país del Sagrado Corazón.

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