consuladopPor José Gandour @gandour

Mucha gente los odia: El rockero que no entiende de amalgamas, el vallenatero tradicional que detesta que hayan corrompido las bases tradicionales del género, el hipster que siente que van en contravía con lo que el mundo (su mundo) pide. Los desprecian hasta aquellos que creen que los grupos musicales que tienen picardía en el contenido de sus letras deberían desaparecer. La falta de humor, como dirían en la televisión, es perjudicial para la salud, definitivamente.

Se llaman Consulado Popular y vienen haciendo ruido hace un buen rato. Es más, un par de ellos se sostuvo un buen rato animando parrandas vallenatas en matrimonios, fiestas de adolescentes, trasnoches cuasi ilegales y cuanta excusa tuviera un ciudadano con ánimo de fiesta para contratarlos. Igual, como si estuvieran esas clásicas figuras del bien y el mal sobre sus hombros, el espíritu punk que vivía en ellos desde la adolescencia nunca dejó de molestar. Algún día el diablo y el ángel (escoja según sus preferencias quién es quién) se tenían que juntar y negociar en un bacanal que debían hacer para mezclar sus intenciones. ¿El resultado? Bueno, las canciones de Consulado Popular son veneno fusionado que contagia a cualquiera e invade de desazón a los más amargados. No esperen la elegancia lounge de Bomba Estéreo o el reposo rítmico de Mitú. Esto va por otro lado: Esto es  Johnny Rotten, perdido en los paisajes calurosos de la región caribeña, buscando la ruta a Magangué, esperando llegar para gritar sus maldiciones mientras la doña del pueblo lo calma con un buen sancocho de pescado. Los nuevos sonidos colombianos también van por el camino de la rabia y la carcajada desenfrenada.

P.s. Recordando bellos momentos de antaño, acudimos a los archivos de nuestro extinto espacio en Konradio para traer la entrevista que realizamos con Consulado Popular en diciembre de 2014.

 

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