Por José Gandour @gandour

Nota del editor: Mientras encendemos motores textuales en Zonagirante.com, recuperamos un texto publicado en 2014 que, por cambio de plataforma  realizada hace un tiempo, no teníamos en nuestros actuales archivos digitales. Comienza 2018 y es año de mundial. Nos adelantamos al furor de la fecha y celebramos desde ya el ambiente del certamen, creyendo que este artículo todavia tiene vigencia y refleja la emoción que tenemos como aficionados.

a Guillermo Parra Bernal, un loco por el fútbol

Nunca fui un buen futbolista. Hubo un momento en el colegio que creí ser un decente stopper y metí uno que otro gol para el equipo de mi curso, y en el barrio algo la movia, pero no pasaba de ahí, la verdad. Eso si, era desde pequeño el más enfermo por ser un espectador atento a todos los buenos torneos que transmitía la televisión.

Recuerdo que en el mundial del 78 aplacé todo lo importante que podía hacer un chico de 12 años para ver el torneo entero y me vi hasta el último resumen con todos los goles del certamen sin importar que ya mis amigos estaban dando vueltas con sus bicicletas y ya habían cerrado el capítulo tranquilamente. El 82 me agarró en unas vacaciones en la playa, y en las horas más cálidas me tenía frente a la pantalla lamentando la expulsión de Maradona contra Brasil. En ese mundial vi uno de los mejores partidos de mi vida, ese que me hizo llorar de rabia cuando una Francia admirablemente multiétnica perdió contra Alemania. El 86, cómo no iba a ser así, volvió el Diego con toda y, mientras terminaba segundo año de Ciencias Políticas en Madrid, me hizo gritar el segundo gol contra los ingleses en la cara de unos cuantos racistas españoles de las residencias universitarias, esos mismos que repetían en el nutrido salón de la televisión que los “sudacas” no podrían hacer nada ante el poderío europeo.

El mundial del 90 me agarró casi despidiéndome de España, viviendo en un miniapartamento en el barrio de Malasaña, gritando locamente el gol de Rincón contra Alemania y luego bailando con unos vecinos argentinos por el triunfo contra Italia, mientras el barrio entero nos trataba de callar. El 94 fue el más triste de todos (y justo tenía que hacerse en un país poco futbolero). Un equipo colombiano que todos creíamos que iba a quedar campeón y que, en cambio recibió el peor de los desgraciados premios en la muerte de Andrés Escobar, un gran señor, un gran tipo. Aparte de eso fue el mundial donde a Diego “le cortaron las piernas”, justo en su gran retorno.

Cada cuatro años recuerdo que de pequeño veía una serie de televisión llamada Lou Grant, donde se narraba la historia de un editor de un periódico, uno que algún día dijo que si en primera plana de los diarios se podía ver reflejada la desgracia del planeta, en las páginas deportivas se podía leer cada mañana la capacidad de gloria del ser humano. Esa frase me ha reconfortado toda la vida. Admiro a los grandes deportistas, los que saben que las posibilidades de triunfo son mínimas y aún así siguen adelante. Aquellos, como lo vemos frecuentemente de este lado del mundo, que salen de los sitios más negados por la comodidad o la riqueza y logran, con sus terribles historias a cuestas, llegar al podio. Yo nunca he creído en los héroes militares, definitivamente he creído siempre en los héroes deportivos.

Por ese mismo hecho, por tener motivos que mueven la emoción sincera de los pueblos, creo que se han hecho grandes canciones a inmensas leyendas que se lo merecen. No creo para nada banales las palabras que Rodrigo, el cantante cuartetero argentino, cuando, en su canción La mano de dios, dice:

«Maradó, Maradó».
Llegó alegría en el pueblo,
regó de gloria este suelo…

O cuando el uruguayo Alfredo Zitarroza dice de Garrincha:

Lo lleva unido al pie, como un equilibrista unido va a la muerte,
lo esconde -no se ve-, le infunde magia y vida y luego lo devuelve,
y se escapa, lo engaña, lo deja, lo quiere,
y el balón le persigue, le cela, le hiere,
y se juntan y danzan y grita la gente,
y se abrazan y ruedan por entre las redes,
¡y se estremece la gente, y lo ovaciona la gente!

Cada vez que llega el Mundial, creo que no hay suficientes buenas composiciones para homenajear a los grandes futbolistas. Si, claro, alguien dirá, y con toda razón, que es dificil cantarle a algunas figuras del momento, que se destacan mas por vender shampoo en la televisión que por sus logros en la cancha. Pero no hay que dejarse engañar por las trampas de los tiempos modernos: A pesar de la FIFA, sus mafiosos y sus enredos, todavía hay héroes que se forjan durante los 90 minutos de un partido, todavía hay la capacidad de reir y llorar por un partido. Afortunadamente aún podemos ignorar las vallas publicitarias y seguir viviendo lo que pasa en el campo de juego.

 

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