Por José Gandour @gandour

Normalmente (y ustedes lo saben) los experimentos sinfónicos que rinden tributo a los artistas rockeros son, por decir lo menos, aburridos. Tienen una pretención ceremonial con aspiraciones elitistas muy rimbombantes y tediosas. Incluyo en ese listado (y asumo la responsabilidad por ello) ese experimento que hizo Gustavo Cerati llamado 11 episodios sinfónicos, realizado en agosto de 2001 en el Teatro Avenida. La verdad es que de toda su obra, ese capítulo fue el menos interesante.

Un año después de su desaparición, sus amigos, Alejandro Terán (el mismo que dirigió la orquesta hace 14 años) y Tweety González, como director general del proyecto, montaron, en el marco del Mercado de industrias culturales de Argentina (MICA), el espectáculo La alfombra mágica de Gustavo Cerati – Travesías sinfónicas, todo en el auditorio La ballena azul, del Centro cultural Nestor Kirchner.

Transmitido por la Televisión Pública argentina hace pocos días, el resultado de este homenaje fue sorprendente. Échenle la culpa a la nostalgia, pero también a la sabiduría del montaje. Desde el comienzo Terán, un personaje dispuesto a romper el cliché ceremonioso de la ocasión, le dió alegría, a través de su postura y la de sus músicos, a todo el concierto. Además, la sabia decisión de incluir la bateria de Fernando Samalea en el concierto, le dió un feliz frescura a todo el marco musical, atando de manera ideal con la audiencia. La elegancia tradicional e incorruptible de la vestimenta orquestal se llenó de detalles, de colores que dieron a entender que el espectáculo conducía al júblilo, no a la lágrima por el ausente.

Los invitados vocales de la ocasión fueron de lujo. Algunos eran más que obvios, por ser compañeros de carretera: Richard Coleman, Leo García, Leandro Fresco. Sorprendió agradablemente la presencia de Leandro Aristimuño, Lucio Mantel, Nicolás Rainone, Carlos Casella y el chileno Gepe, representantes de jóvenes generaciones latinoamericanas que también vivieron a pleno la música de Cerati. Se agradeció la presencia femenina de Loli Molina y Elena Roger, un detalle de fina coquetería y de impresionante interpretación que dió un matiz sobresaliente a las versiones interpretadas.

¿Lo más destacable? En mi opinión, los mejores momentos se vivieron con la versión de Crimen, de Aristimuño (una voz inesperada para este tema, pero su sensibilidad alivió y sobrepasó el momento), la emotiva interpretación de Raiz, por parte de Fresco, y la juguetona versión que hizo Loli Molina de Engaña, quizás el punto cumbre del evento.

Les dije al principio, no tengo una buena opinión de esos homenajes sinfónicos a los artistas rockeros. Pero, afortunadamente, existen meritorias excepciones a la regla. Por ello los invito a disfrutar este gran recital, que no sólo trae un buen recuerdo de Gustavo Cerati sino que lo enaltece de dichosa manera.

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