Por Santiago Rivas @rivas_santiago. Fotos David Micolta @davidmicolta

Nadie creyó que Estéreo Picnic fuera a cumplir diez años alguna vez. Como amante de la música, no puedo menos que estar agradecido. Primero, por tener un segundo espacio para disfrutar de conciertos a gran escala. Segundo, porque Páramo ha demostrado ser una empresa dispuesta a escuchar las voces críticas, sin tratar de acallarlas y en cambio evaluando qué pueden hacer para hacer caso de las observaciones. Tercero, estoy agradecido porque sé que en algún momento fue muy duro sacar adelante el festival y, aunque todavía resulte estresante y complicado, gracias al esfuerzo que han hecho, nadie puede negar que se trata de un patrimonio de la ciudad. Ese trabajo se les agradece.

Para su décimo cumpleaños, decidieron cambiar de sitio, ampliándose, para hacer caso de un clamor general. Se les estaba quedando pequeño el lugar anterior y pudieron superarlo. Claro, el peregrinaje ahora es más largo entre tarima y tarima, lo que obliga a sacrificar algunos conciertos en pro de la salud muscular (cómo estamos de viejos, mija), pero el sonido no se cruza. Ideal si se pudieran hacer los corredores para personas con discapacidad, pero todo, me imagino, se irá solucionando paso a paso.

A continuación, una serie de listados sobre la música, que debe ser siempre lo más importante, y algunas opiniones impopulares, que nunca deben faltar.

Los descubrimientos:
Lo más feliz de cada festival es la posibilidad de conocer grupos nuevos. Siempre es una ocasión feliz, pero en concierto los grupos tienen que probar especial finura y por eso creo que las cosas que uno descubre en festival, se quedan con uno para siempre. Estos fueron los míos

The Kitsch: unos salvajes. Desde la primera canción hasta la última conservaron su energía intacta. Tienen un sonido que nadie más está haciendo en este país, de punk-surf-garage, con un formato que les va a servir para tocar en tarima grande, tanto como para chochales de diverso tamaño. Quiero todo lo que hayan grabado alguna vez, porque de verdad su presentación estuvo muy buena. Pusieron a bailar a una amiga en traje de baño de leopardo. Se entiende la alusión a los pulps y el porno (kitsch, efectivamente) de los 60-70, pero si no la hubieran puesto, no habría hecho mayor diferencia. Les aconsejaría, en cambio, que se armen una indumentaria más pulida que los solos brasieres y el desnudo en calzoncillos tipo Flea. Puede ser lo mismo, pero con más intención. Pero qué sé yo. Por algo dicen que los consejos son tan malos, que los damos gratis.

Las Yumbeñas: Alguien osó decir que se trata de un grupo de “pink punk”. Me parece una denominación machista y más bien insuficiente para el sonido de estas muchachas (y su baterista), que tuvieron loco a todo el mundo en su escenario. Viéndolas, uno no se imagina la música que van a hacer y eso solo hace más provechosa su presentación. La coreografía de los amigos ayudó, porque era la combinación perfecta entre mamar gallo y hacerlo en serio. Mucho poder en el sonido, una composición muy simple y muy sencilla. Mejor dicho, punk. Del bueno.

Khruangbin: Uno de los descubrimientos más gratos para la mayoría de los asistentes, este grupo tejano combina perfectamente el virtuosismo en los instrumentos, con el Groove. Su puesta en escena es sencilla, lo que es muy fácil de hacer cuando es tan bello como ellos tres, sobre todo guitarrista y bajista. Hacían riffs de funk, a los que le metían algo de rock clásico, y un sonido como cabaretero que los va a poner a rodar mucho por este país. Gran acierto de curaduría.

Irie Kingz: Claro que ya los había oído. Es solo que no sabía quiénes eran ellos, ni de dónde venían. En un momento de transitorio alzheimer (toco madera), que achaco simplemente a la senilidad que produce el cansancio en combinación con el whisky, los confundí con el grupo húngaro Irie Maffia, pero por supuesto eso es simplemente que estaba muy desubicado. Claro, cuando empezaron a reventar la tarima con ese tumbao tan especial, la combinación del dub, el dancehall y el roots que ellos hacen, que se combina y se mejora con la cadencia sanandresana, las influencias del mode up y de la música urbana, se completa la ecuación. Unos cracks. Ahora que ya me los presentaron como es debido, me declaro fan de su trabajo.

Lo mejor:

St. Vincent: Creo, sin duda, que fue el mejor show del festival. No solo porque se trata de una mujer llena de fuerza, talentosa como música, que tiene pensado cada segundo de su show, desde la guitarra que usa hasta el bailecito que hace, la posición de la rodilla, los videos preciosos que pone, etc., también porque al mismo tiempo se puede bailar y pensar a su ritmo, porque . Tal vez lo mejor era la sensación generalizada entre los “expertos” de que Colombia no estaba preparada para ver algo tan sofisticado como St. Vincent. Claro que lo estaba. Todo el mundo perplejo, por supuesto, pero rendido por completo a la fuerza de la que, si bien puede que no se convierta en reina del pop, siempre será la líder de la resistencia.

Portugal, The Man: Nunca imaginé que fueran a ser así en vivo. Son buenos, eso ya lo sabía, y tocan muy buena música, componen excelentes canciones, todo. Pero la fuerza que desplegaron en el escenario fue inusitada. Al menos para mí. Valió la pena correr desde la puerta para llegar a verlos el sábado.

Alcolirykoz: Cada vez son mejores. Una locura lo que hacen con el flow, cómo moderan el ritmo, se intercalan y se superponen las voces. Una locura lo sencillo, pero además lo poderoso de la orquestación. Nosotros los rolos los amamos, y eso se vio por el lleno del escenario cuando ellos se presentaron, cerrando la tarde del viernes. No era un horario fácil, pero lo sacaron con mucha elegancia. Vuelvan más y más, acá los estaremos esperando.

Bajo Tierra: No les dieron el mejor horario, yo creo que dudando si habría suficiente gente en Bogotá para recordarlos y bailarlos o si habría suficiente público paisa para ir a apoyarlos. Cumplieron y el público también. Mucha gente para verlos a las 4:30pm el domingo y una buena presentación. Están sonando muy bien, tanto, que temo por el futuro de Parlantes (mentira, es molestando). Vamos a ver si sacan algo nuevo, o si fue simplemente un bonito reencuentro. De todas formas, muchas gracias.

Seun Kuti & Egypt 80: Lástima que los pusieron tan tarde, lástima que los dejaron sonar tan atronadoramente duro, porque muchos salimos expulsados hacia afuera de la carpa de AXE. Seun Kuti es un dignísimo heredero de su padre. Suenan como una tromba, con esa cadencia del afrobeat que no pasa de moda. Es una demostración de poder como pocas, pero no es solo eso. Seun Kuti sí se ha encargado de actualizar y mantener vigente el sonido que heredó. SI no fueron a oírlo, es el momento.

Los Espíritus: Este ya se sabía. Vinieron a Circulart, vinieron a Rock al Parque. Si no estaban advertidos, espero que igual los hayan visto. Este grupo es el verdadero nuevo sonido argentino, una combinación de la herencia psicodélica y surf con el sonido de la percusión argentina, carnavalera y murguera, una buena combinación de elementos globales y locales. Y rock, sobre todo rock, que tanta falta hace.

Los imperdibles
Los headliners del festival fueron cuatro. Acá incluyo mis impresiones sobre sus presentaciones que, curiosamente, no me parece que haya sido de lo mejor del FEPX. Este es, sobre todo, mi complendio de opiniones impopulares.

Kendrick Lamar: Todos ya sabemos que KL es una máquina. Uno de los músicos más interesantes de los últimos diez años, el rapero más relevante de la actualidad y ganador, por si fuera poco, de un premio Pulitzer. Sin embargo, y esta es mi opinión impopular, los raperos jamás serán buenos actos de cierre de tarima. Todo lo hizo bien, empezando por rapear a 2.600 metros de altura. Las visuales bien, el sonido bien, la música bien. El problema es la naturaleza del rap, que es una música verbal, en la que el tono de la voz va adquiriendo, en nombre de la cadencia, una cualidad fluida pero repetitiva. El rap es excelente, cuando se lo acompaña con una orquestación que no solamente marque el ritmo sino que haga algo de melodía (una trompeta y una batería como en el caso Alcolírykoz) o un componente francamente bailable. Kendrick Lamar es, objetivamente, de lo mejor que se ha traído a Bogotá, y objetivamente se lo puede disfrutar por completo, pero no me divertí tanto en su presentación. Por supuesto, no lo habría puesto en otro lugar que no fuera encabezando una tarima principal, de manera que mi opinión impopular no es una crítica o algo que crea que se debe resolver, simplemente es algo que pasa así y no va a dejar de pasar, porque yo sí quiero ver a los mejores raperos del mundo en la tarima del festival (Anderson Paak, Jay-Z, incluso el mamonazo de Kanye).

Niche: En la historia de Estéreo Picnic ha habido varios momentos emotivos, pero dudo que haya habido uno solo como la presentación de Niche. Al comienzo, todos sabíamos que era una apuesta arriesgada, porque parecía estar fuera de lugar, pero el afecto de la gente por este emblema de la música colombiana (no solo de Cali), superaba por completo esa sensación de extrañeza. Desde la primera canción hasta la última, todo el mundo absolutamente transportado, loco por la salsa de Niche. Incluso muchos como yo, que no gustamos de la salsa romántica, de la que Niche se hizo gran exponente a partir de finales de los ochenta, estábamos felices cantando. El gran problema es que el sonido estuvo infame. No mal, no regular, infame. Suena como una sobreactuación, y nadie más está hablando de ello, al menos que yo haya leído, pero no puede ser que el número que todo el mundo estaba esperando, hubiera sonado así. Claro, la mayoría de las personas no se ocupa de eso, simplemente se lo gozan, pero no es excusa. Tampoco lo es que seguramente la culpa recaiga en el ingeniero de la banda y no en el equipo del festival, porque alguien tenía que haberse puesto la diez en un momento así. El mejor sonido de cualquier tarima se puede encontrar siempre en los alrededores de la cabina de sonido, y de ahí hasta el final del público debería sonar igual, porque ellos saben a qué tamaño de escenario se enfrentan. En Niche todo sonaba ahogado, salvo las congas (menos mal, por que si no, ¿cómo bailábamos?). La línea de vientos ahogada, el solo de clarinete ahogado (justo en el momento en que metió un pedazo de un tema de Lucho Bermúdez, encima), a veces la voz se iba, a veces incluso el bajo, que por mera física es lo que más distancias cubre, se perdía en las canciones. No me parece que se justifique. Obvio, ya pasó, y seguramente este reclamo no solo llega tarde, sino que va a ser tapado por la euforia general. Que sirva para el futuro, porque no es para que reventemos, pero una aventura es más bonita cuando se oye bien.

Underworld: Creo que no puedo ser objetivo. Llevaba años esperando verlos en vivo, y sonó exactamente como suena en mi cabeza, la densidad del sonido electrónico de los noventa / dosmiles y esa sensación de libertad que viene con la voz en vivo, más el baile, más la máquina en vivo y en directo, tan superior a los DJs (tan distinto, sobre todo. Lo que hacen los DJs vale la pena también, no se me deliquen). Me sentí nostálgico, de cuando era capaz de enrumbarme sin estar poniendo yo la música, de cuando era una sorpresa cada cosa que pasaba. Como redescubrir la noche otra vez, a los diecinueve. Algunos medios salieron a decir que no había dado la talla. No sería capaz de decir tal cosa. Tal vez ellos estaban esperando una banda, qué sé yo. Seguro no fue tan potente como una presentación de The Prodigy habría sido, pero sí seguro fue tan poderosa como una presentación de Underworld, y eso es ya bastante.

Arctic Monkeys: Empecemos con la opinión impopular. Arctic Monkeys desafina mucho en vivo. Esto no es culpa de la organización, ni del ingeniero de sonido. Simplemente es así. Arrancaron con el hit más grande que han tenido en años (“Do I Wanna Know) y lo desafinaron completico. Claro, la magia del acto en vivo no radica solamente en la música, sino en el delivery, incluyendo la capacidad que tienen muchos cantantes y músicos en general de embarrarla con mucha gracia, y tal vez este fue el caso, porque la gente, lejos de oírlos, estaba dando alaridos de la emoción. Literalmente, alaridos. ¿Por qué pasan estas vainas? Normal. Todo el tiempo se encuentra uno con bandas que mejoran con la repetición, lo que, sin contar la edición y producción, permite grabar grandes discos y luego dar conciertos que son más carisma que música. Dicho esto, Arctic Monkeys fue un muy buen cierre de festival, con una escenografía preciosa y la gente entregada de corazón. Felicidades, y nos vemos a la próxima.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Por último, algunas notas finales:

El sonido de Niche: Niche fue solamente un caso específico. El sonido del festival estuvo muy bien, pero creo que la lección debe ser la de poder meter las manos en el sonido general, incluso si se trata de una serie de decisiones del ingeniero de la banda. A eso se suma el volumen que estaban alcanzando Seun Kuti y los Egypt 80 en la tarima AXE. Es posible que, incluso sin anotarlo, el próximo festival salga impecable. Sin embargo, y tal vez por eso estoy reiterándome en este punto, no veo que haya mucha crítica haciéndose en este momento. No sé a qué se debe, pero deberíamos quitarnos el miedo a señalar las cosas que no funcionan o no funcionaron. Estoy lejos de ser un enemigo de los organizadores, y esa mentalidad va a terminar por matar el ya escaso periodismo cultural y juvenil que tenemos en el país.

El exceso de plástico: Este es un asunto del que se han ocupado bien en Páramo (antes T310 y Absent Papa), pero hace falta pensarlo mejor. El consumo de plástico en los tres días de festival es gigantesco, y ameritaría pensar en una negociación con las marcas, para que se ocupen de eso. Hay algunos sitios que lo hacen por su propia mano, pero algunos siguen las viejas fórmulas. De nuevo, esto no es problema de la organización, pero creo que han creado una marca fuerte, con un peso muy grande, que podría perfectamente hacerse sentir y poner a funcionar aún más su lema de “un mundo distinto”.

Los fosos de prensa: Vamos paso a paso. Se ha mejorado, por supuesto. A título personal, debo agradecerles por permitirme este año entrar al foso a hacer mis dibujos, de los que acá dejo los mejores, pero hace falta pensar en un diseño que nos permita a todos tener el mejor ángulo. Lo digo por los fotógrafos, que se vieron en verdaderos problemas a la hora de fotografiar a las bandas, sobre todo a los bateristas, en un escenario tan alto. Mi propuesta, para que vean que no es solo criticar, es que hagan dos fosos, uno lateral con un par de escalones y el frontal. Al comienzo abren el frontal y luego el lateral, para que podamos tener ángulos suficientes y tiros de cámara sin molestar a la audiencia.

El negocio: al final de la presentación de The Kitsch, el cantante cerró diciendo algo que para muchos es un desafío, pero que no deja de ser una petición justa: “páguenles a las bandas nacionales”. Yo sé que hay muchas bandas que sí reciben un pago, por pequeño que sea. Sé también que, en la hoja de vida de cualquier artista, haber estado en Estéreo Picnic es una marca de prestigio, pero el prestigio no compra comida, ni paga recibos, mucho menos ensayaderos. La música es un negocio, y debería serlo para todos. No sé qué negociaron entre Páramo y The Kitsch, ni sé si ellos dicen la verdad, pero sí sé que existe una queja generalizada al respecto. Vale la pena que le pongan atención, porque, si algo, Estéreo Picnic debería empezar a irradiar al resto de la industria, cumplir su papel para que la música en Colombia sea más próspera, para todos los involucrados.

Por último, simplemente agradecer una vez más a la organización. El esfuerzo que hacen es enorme y la ciudad está en deuda con ustedes. Ojalá sepan tomarse a bien todas mis opiniones impopulares e impulsen en el resto de medios de este país el pensamiento crítico, porque solamente así se enriquece una industria. Continúen con el trabajo, que ahí vamos a estar. Felices diez años, y que sean muchos más.

 

 

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