Por José Gandour @gandour Fotos de Karin Richter

Bogotá necesita un festival público de gran tamaño, con espíritu ecléctico, abierto a todas las edades, a realizarse durante tres días seguidos en diferentes tarimas, todas ubicadas en el Parque Simón Bolívar, donde se demuestre a ciencia cierta lo diversa que es la música en la capital colombiana y confirme su ánimo creativo y experimental. Todo esto estaría pensado para bien de los ritmos folclóricos nacionales, el jazz, la salsa y, por otro lado, aquellas expresiones sonoras que dejamos por fuera, a la hora de ponerle el título de «Al parque», de los eventos organizados por la Alcaldía Mayor.

Hace tres años y medio, después de un tiempo intenso de preparación, el equipo de trabajo de la gerencia de música del Instituto Distrital de las Artes (Idartes) presentó al director del estamento de ese entonces una idea interesante en la cual se proponía juntar tres de los cinco festivales populares organizados desde sus oficinas, en procura de un resultado que fuera mas allá de la suma misma de espectadores. Se trataba de meter en un mismo fin de semana largo, de la forma que lo hace Rock al Parque, los festivales de Salsa, Jazz y sonidos colombianos. Se trataba de un evento con un futuro de seguro  crecimiento, ya que hubiera sido un certamen de sonido abierto, que buscaría evolucionar acorde a lo que se producíría musicalmente día a día, sin necesidad de encerrarse en las etiquetas, y donde, por fín, podrían caber los géneros urbanos despreciados por los ámbitos tradicionales y donde, al mismo tiempo,  la experimentación y las nuevas tendencias podrían tener una vitrina interesante. Un festival para toda la familia, con una riqueza de texturas sonoras sobresaliente, que, a la vuelta de unas pocas ediciones, tendría la posibilidad de convertirse en el evento de mayor convocatoria de la ciudad y, por que no decirlo, de mayor relevancia internacional. Todo esto, bajo el nombre de Bogotá Suena. 

La idea era buena, pero llegó a manos de un director poco capacitado para ejecutarla. La idea fue aceptada, pero nunca se consultó a los distintos gremios musicales para acompañarla. Fue lanzada con un simple resumen de prensa,  a destiempo, de forma confusa y con todos los errores posibles en su redacción, sin, además, un respaldo inmediato de los mismos promotores para defender el concepto. Lo que hubiera podido ser una ceremonia que convocara al entusiasmo y la celebración, con todos los argumentos y herramientas de presentación a su favor, fue una exageradamente tímida carta enviada a deshoras a los medios de comunicación. Eso lo único que provocó fue desaliento y rechazo.  Y ante las críticas generadas por algunos músicos y periodistas que nunca entendieron lo que pasaba, Idartes se encerró en el silencio, sin nada que responder.  Todo se empeoró cuando el Alcalde, Enrique Peñalosa, que no sabía nada del asunto y al que no se le había contado de qué iba todo este proyecto, fue a una entrevista televisiva con María Jimena Duzán, creyendo que iba a hablar de movilidad y otros problemas de la ciudad, y se encontró debatiendo sobre el fin de Jazz al Parque, no teniendo en cuenta que Duzán es la esposa de uno de los jazzistas más reconocidos del país, Oscar Acevedo. Las respuestas del burgomaestre fueron penosas, ya que, en lugar de aceptar su desconocimiento en la materia, se puso a decir cualquier barbaridad al respecto.

Como consecuencia de ese desencuentro vino el llamado del alcalde al equipo de Idartes de ese entonces para reclamarles el por qué de dicha desinformación y la cancelación inmediata de Bogotá Suena. A los pocos meses, después de varios actos fallidos durante su administración, el entonces director de Idartes fue destituido. Desde entonces, han sobrevivido los tres festivales al Parque nombrados (Colombia, Jazz y Salsa), de manera individual, convocando en cada caso una minoría especializada en cada género, sin emocionar ni fomentar el crecimiento significativo de una nueva audiencia. 

Estamos en 2019, en una ciudad cosmopolita, con ganas de demostrarle al planeta de qué está hecha. Bogotá necesita un evento donde, de manera masiva, el público, de manera gratuita y abierta a todos los estratos sociales,  escuche la música del mundo en su más destacada amplitud. Donde,  en un mismo día, en una tarima pueda ver a Wynton Marsalis, en otra a Herencia de Timbiquí y en otra a La 33, y en medio de todo eso, tenga a Tego Calderón, Rosalía, LCD Soundsystem y Julio Victoria. A algunos les parecerá un revoltijo sin forma (un sancocho, dicho de manera local), pero lo que estamos haciendo ahora no termina de servir, no va para ninguna parte y no favorece ni siquiera a los géneros que ahora se promueven. Todavía la audiencia bogotana ve al Jazz como un estilo lejano, incomprensible, hecho para una élite pretenciosa. A la Salsa se le observa como una categoría artística vetusta, que ha perdido vigencia y que sólo convoca masas cuando viene una figura clásica a los escenarios. Colombia al Parque tiene fundamentos interesantes, pero no termina de convencer a la hora de reunir al público esperado. Un festival unificado, a la vuelta de un tiempo, lograría hacer crecer de verdad el interés por lo que se hace en esas esferas y, de paso, daría nuevas claves para resolver el panorama musical de la ciudad. 

La Administración Peñalosa despedició la oportunidad de desarrollar este proyecto, que hubiera podido ser su gran contribución a la cultura de la capital colombiana. Sin esperar mucho de los candidatos que aspiran a sucederlo en su cargo, es posible que todo lo dicho acá quede en una simple ilusión y en alegatos hipotéticos, pero desde ya es bueno poner este tipo de bocetos en la mesa para discutirlos, en bien de la ciudadanía, y de sus artistas. Es hora de darle a la ciudad una herramienta que sume a las industritas culturales y que ponga aún más en el mapa a esta urbe. En fín, es hora de hacer un intento de verdad con Bogotá Suena. 

 

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