rivas3Por Santiago Rivas @Rivas_Santiago

Foto Simona Malaika @simonamalaika

Este lunes fue un día lleno de sonidos y propuestas muy distintos entre sí, que se reunieron en el parque más como parte de una serie de experimentos, que conforman la línea que desde curaduría se le dio al cierre, normalmente dedicado a la noble tarea de convocar a la mayor cantidad de gente posible, para que el informe de gestión nos permita tener festival en los años por venir.

El tercer día de Rock al Parque es una jornada que busca darle gusto a lo que se entiende como “el gran público” y eso normalmente termina por generar un pastiche, al menos en la memoria de alguien que haya intentado estar desde el comienzo. Así fue un poco, pero creo que vale la pena tratar de desentrañar los experimentos o apuestas que se hacen desde curaduría y programación, que vienen desde el año pasado y que se hicieron evidentes el día de ayer; también hay que hablar, cómo no, sobre los puntos altos de la programación del tercer día de Rock al Parque, que créanlo o no, es un evento construido en torno a la música.

La primera apuesta es la de abrir la tarima del tercer día con un grupo de alto nivel. De hecho la programación del escenario plaza tuvo a grupos reconocidos desde el primer minuto —Pulenta, Providencia, Che Sudaka, Cafres—. Me parece un buen experimento, que al menos con los periodistas ha funcionado, porque fueron  muchos los que llegaron a ver las bandas desde temprano. Ahora hay que terminar de convencer a la gente, que es la sustancia de todo el asunto, pero ahí van bien.

La otra apuesta fue la tarima de metal, que sigue la línea del concierto del sábado en la Media Torta: no soltar a ningún sector del público durante el festival, lo que me parece una movida inteligente. El problema es que fue tan inteligente que se les fue un poco de madre, en términos de aforo y sonido. De manera que si van a traer a leyendas del nuevo metal suramericano como A.N.I.M.A.L., vale más que los pongan en una tarima grande, con sonido suficiente, espacio para prensa y toda la parafernalia. Claro, esto no podían saberlo sino hasta ayer, cuando vieron la acogida tremenda de la tarima Eco.

El tercer experimento, que se hizo durante todo el festival, fue el de poner bandas nacionales (locales muchas) en medio de dos invitados internacionales. No es una movida nueva, salvo porque se trata de bandas que no cuentan con el fervor de la gran mayoría, con la excepción tal vez de Koyi-K-Utho. Si esto termina ayudando a entrar en contacto con el gigantesco público del distrito a las bandas de mayor reconocimiento en los circuitos más comerciales y más ligados a otros festivales de música, está por verse.

Ahora hablemos de música: los puntos altos de la programación que yo pude ver (porque me perdí Pulenta y Providencia, sobre quienes oí buenísimos comentarios), empezaron con Los Cafres. Es más un asunto de empatía que de gusto, porque no soy muy afín al reggae, menos al que se hace con tantas dosis de azúcar, pero son una muy buena banda. Guillermo Bonetto es un tipo carismático a rabiar y todo el mundo le responde, lo que convierte a estos veteranos del reggae rioplatense en una banda que siempre hay que ir a ver.

Cápsula es una tromba: un power trio en toda la dimensión de la palabra, porque suenan como un puño. El cantante parece diseñado, en cuerpo y alma, por el equipo de Peter Capusotto, porque se encuentra en un rollo muy “somos rebeldes”, sin explicar muy bien de qué se trata esa rebeldía, pero eso es lo de menos. De verdad que tienen un sonido cuyas raíces son perfectamente identificables, pero que no suena a viejo o repetido, todo lo contrario. Quienes tuvimos la fortuna de estar allá en el escenario Bio, supimos agradecerles que hayan aparecido. Para mí fue la mejor banda del día.

Vetusta Morla, a quienes vi no más un rato, son una gran banda. Tienen un rollo que los hace extraños en Rock al Parque, por su sonido sensible y a ratos suave. Pero tienen mucha fuerza en escena. Me dicen que el cantante anduvo braveando en escena, y me cuentan que se trató de fallas en el sonido y desacuerdos por los retrasos del día. Sobre el sonido hablamos luego.

Soziedad Alkohólika tiene una gran fanaticada, que les cantó todo. Son un buen grupo, tocan de memoria y el cantante es un excelente front man, que a ratos parece paciente de Tourette, acabando cada canción con “ostiamecagoendios, qué placerazo”. Tienen unos huevos inmensos y su generosidad permea la forma en la que tocan: un despliegue de fuerza muy refrescante.

Café Tacvba es, en mi humilde opinión, una de las cinco mejores bandas del planeta. A ellos no creo que les importe esta apreciación en absoluto, que no es solo mía. Eso solo los hace más grandes. La versatilidad de su música, el espectáculo alegre que dan —en el cual se incluyen temas dolorosos como los estudiantes desaparecidos y otros crímenes del narco y el poder corrupto en México—, la manera en que hablan con el público, la cancha que tienen para sortear situaciones como la del sonido de ayer, los hacen una banda que podría venir a cerrar Rock al Parque cada año. Dudo que quieran, pero ahí les queda ese arroz en bajo.

Ahora sí, el sonido: no sé qué habrá pasado, pero estas cosas merecen una revisión. Hay accidentes y circunstancias imposibles de predecir, pero la lluvia, las multitudes y el trajín de las consolas de sonido sí son predecibles en Rock al Parque, de manera que hay que revisar muy bien cuál fue la razón para que a Vetusta Morla, Diamante Eléctrico y Café Tacvba les haya tocado un sonido tan plagado de errores. No estoy de acuerdo con las pataletas que pueda hacer uno u otro en el escenario, pero creo también que son perfectamente comprensibles.

Nos vemos el próximo año, espero.

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