Por José Gandour @gandour Fotos Simona Malaika @simonamalaika

Hoy, 10 de abril, el Instituto Distrital de las Artes (Idartes), entidad perteneciente a la Alcaldía de Bogotá, anunció los primeros invitados a lo que será la vigésimo sexta edición del festival Rock al Parque, a celebrarse los días 29 y 30 de junio y primero de julio. De entrada,a punta de grandes nombres, el burgomaestre de la ciudad y sus subalternos se aseguran que el Parque Simón Bolívar va a estar durante tres días hasta las banderas y no sería sorprendente que superaran las cifras registradas en la edición número veinte, cuando se calcula que asistieron cuatrocientas mil personas. Con eso garantizan la gran foto de la portada de los principales diarios locales al día siguiente, para placer y deleite de los funcionarios públicos responsables. Todo bien hasta ahí.

Igual al ver lo que traía el anuncio de hoy, nos permitimos cuestionar una serie de hechos que, sin caer en el reproche sin fundamento ni en la queja innecesaria, si hay que analizar con cuidado y poder discutir al respecto. Les propongo, por el momento, dividir el asunto en tres partes:

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Innegablemente el cartel internacional presentado para este Rock al Parque es muy llamativo. Casi que se podría decir que no tiene piezas sueltas, teniendo como objetivo volver a hablar de la impresionante masividad del evento. El año pasado las cifras de asistencia no fueron notables (oficialmente se habló de cienta ochenta mil personas, sesenta mil en promedio por día) y en las imágenes se notaron muchos claros en los espacios de la audiencia. Eso seguramente se discutió al interior de la Alcaldía y, aprovechando la importancia de llegar a los 25 (el viejo fetiche de los números redondos), se destinó un presupuesto importante para la realización del certamen. Por otro lado, para crear memoria política entre la audiencia (aunque las razones oficiales que se argumentaron fueron otras), se trasladó la fecha original del festival de noviembre (como había sido promocionada originalmente desde el mismísimo final de la edición anterior) hasta nuevamente mitad de año. Recordemos, 2019 es año de elecciones municipales y, antes de confundirnos con las campañas políticas, el interés del Alcalde es ser recordado por cada una de sus obras, incluyendo una grandiosa y llamativa realización de esta serie de conciertos que, irónicamente, quizo acabar en su primer mandato, por allá en 1998.

Igual, el cartel ha sido presentado con artistas de cuatro continentes e impresiona mucho. Pero quedan dos sensaciones al menos curiosas. La primera es que, sin exagerar, este festival contará con el mayor promedio de edad entre los invitados internacionales. La forma cómo se nombraba a cada una de las agrupaciones contratadas (salvo notables excepciones), era acudiendo a sus 20, treinta, cuarenta y hasta cincuenta años de recorrido en el ámbito musical. Estamos hablando de muchos músicos que superan los cincuenta años (algunos bordeando los setenta) buscando cautivar una audiencia mayoritariamente menor de treinta y veinticinco años. Nadie (mucho menos yo, que tengo 53) se opone a la presencia de músicos de todas las edades, con toda su experiencia, en un festival del alcance de Rock al Parque. Pero la labor de elaboración de este cartel no se hizo, como en años anteriores, teniendo un balance atractivo entre experiencia y actualidad. Hubo muy poco espacio para tomar riesgos sonoros, deleitarse con propuestas novedosas, con ritmos sorprendentes. La decisión fue exageradamente conservadora y se fue a lo seguro, a lo demasiado seguro. La sensación de descubrir lo que está sucediendo hoy en los ambientes alternativos de la música en el mundo, y especialmente en América Latina, lugar donde hoy por hoy pasa quizas gran parte de lo mejor que se está haciendo en materia artística a nivel mundial, se ha perdido en esta ocasión. Y eso es lamentable, ya que ese es uno de los privilegios con los que cuenta un festival de entrada gratuita y patrocinado por el Estado: El no tener que pensar obligatoriamente en sacrificar la vanguardia por el beneficio económico. Hasta los eventos privados, los que si tienen contingencias monetarias, se han tomado este año  más oportunidades de explorar nuevas tendencias, sabiendo que su público lo va a agradecer.

Igual, festejamos la feliz presencia de una cada vez más interesante Christina Rosenvinge, de la sorpresiva presencia de Rita Indiana, de la vuelta de Eruca Sativa y, de la oportunidad de festejar junto a clásicos como El Gran Silencio, Fito Páez y Babasónicos. Igual, estén tranquilos, vamos con la mejor sonrisa a cubrir, como siempre, nuestro festival favorito.

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En el segundo punto tenemos dos preguntas, estrechamente relacionadas entre si: ¿Rock al Parque necesita de la presencia de Juanes?, y ¿Juanes necesita estar en Rock al Parque?

La pregunta va más allá: ¿Rock al Parque necesita acudir al mainstream colombiano para crecer? Es decir, si viene Juanes, no nos sorprendería que luego, en uno de estos próximos años redondos que se aproximan, incluyamos en la programación a Carlos Vives y a Shakira, entre otros. ¿Suma la presencia de estos artistas altamente reconocidos en el mundo y tan distanciados del propósito inicial del festival? ¿Sirvieron alguna vez de referencia y de faro de inspiración para la escena rockera distrital? Ojo, alguien se acordará de Aterciopelados y hará la comparación y yo le diré que es muy diferente. Héctor y Andrea crecieron con Rock al Parque. El resto de la gran industria musical nunca le ha interesado el festival y hasta en ocasiones pasadas ha intentado sabotearlo. En los momentos en que la farándula se ha involucrado con el festival, se han provocado problemas graves.

Además, planteo esto sin ánimo de levantar los ánimos de los radicales que están desde ya dispuestos a sabotear la presencia de Juanes en el festival, pero, ¿queremos exponernos a que los resultados no sean lo suficientemente pacíficos como los que están esperando de forma ingenua?

Sospecho que no es una decisión asumida desde la curaduria del festival sino presionada desde altas instancias de la Alcaldia (y quién sabe de donde más) y eso enrarece un poco el ambiente. Sin invitar a un imprudente y contraproducente boicot, amigos de Idartes, ¿todavía hay tiempo para la reflexión al respecto?

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El tercer punto de la discusión es sobre el talento local que participará en el festival y que está en proceso de ser seleccionado a través de las convocatorias distritales. Son los representantes de la ciudad en su evento musical más importante. Por ello, hay que cuidarlos y consentirlos más que nunca.

Ante semejante cartel de invitados internacionales, es muy fácil restarle importancia la presencia de bandas bogotanas, olvidarse de ellas, menospreciarlas a la hora de presentarlas a prensa, desplazarlas injustamente en las decisiones de producción, vilipendiarlas en tarima y, por todo ello, rechazarlas desde el público por verlas mál paradas, más promocionadas, indefensas frente al invitado. Rock al Parque nació para hacer crecer la escena musical bogotana y equipararla, con el paso de los años, al panorama internacional, pero nosotros todos, los responsables de que eso suceda, muchas veces caemos en la tontería, en comerle excesivo cuento a la estrella que nos visita y a creer que nuestro talento no vale lo suficiente.

Idartes debe desde ya tomar cartas en el asunto y subsanar todo lo que requiera al respecto en el área de comunicación, promoción y producción. Estoy seguro que las agrupaciones escogidas este año para participar en el festival tienen en general todas las cualidades para salir adelante y merecen la atención de toda la afición, pero si desde la organización no se cuida a fondo todo este asunto, este festival no le servirá a Bogotá y a su escena musical como corresponde, y sólo será un gran espectaculo de entretenimiento que veinticuatro horas después será un costoso cúmulo de recuerdos y nada más.


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