negociosociobannerSrOstiaPor José Gandour @gandour Foto Oscar Perfer @perferoscar

Desde 1995, la Alcaldía de Bogotá, no importando el tinte político de quien estuviera gobernando, ha organizado una serie de espectáculos públicos y masivos, al aire libre y con un apellido distintivo: «Al Parque». El más conocido de ellos está relacionado con el Rock. Este evento fue  declarado en 2004 patrimono cultural de la capital colombiana por el Concejo de la ciudad y se ha celebrado en 22 ocasiones. Convoca entre doscientos cienta y cuatrocientos mil personas en 3 días y es uno de los festivales gratuitos más grandes del mundo. Algunos cuestionan su existencia y dicen que es un gasto que no debería por qué asumir el Estado y otros que pensamos que es una inversión social importante. Pero, a partir de este punto, quiero ir más allá. Ser ente promotor de paz, punto de reunión de los distintos estratos poblacionales y una fiesta multitudinaria de la que debería estar orgulloso cada bogotano no basta. Aquí es dónde me corresponde preguntar, ¿dónde está el negocio, socio?

La visión que tiene el Instituto Distrital de las Artes (Idartes), ente organizador, entre otras, de los festivales al parque, es limitada. Se trata de, unos pocos meses antes, organizar sus actividades, hacer las convocatorias, esperar que llegue la fecha, y una vez terminado, se recogen los papelitos de la fiesta y no se habla más del asunto hasta que inicia el siguiente ciclo. En este caso especifico, Rock al Parque se guarda en un cajón hasta el próximo año una vez termina de tocar la última banda del festival. Se destina un presupuesto importante para citar a cientos de miles de espectadores y luego es como si no hubiera pasado nada y eso no le sirve a la ciudad.

Expliquemos el contexto actual: Bogotá es una urbe de ocho millones de habitantes donde la actividad musical permanente se concentra en un pequeño porcentaje de su extensión. La gran mayoría de los toques, cada semana, se efectúan en bares donde se prohibe la entrada de menores de edad. Los grandes conciertos privados tienen un precio de boleteria prohibitivo para la gran mayoría de la población. Una banda rockera bogotana destacada toca en promedio apenas 10 veces al año en su ciudad y muchas veces frente a un público similar que reside a pocas calles del sitio de su presentación. La buena música en vivo, salvo en temporadas de festivales públicos, es un espectáculo de características elitistas.

Por otro lado, la Alcaldía de Bogotá tiene en cada localidad auditorios y espacios abiertos públicos con poco o nulo uso artístico. Son espacios construidos para espectáculos  que, por no tener programadas de manera regular actividades de entretenimiento se vuelven salones para juntas de barrio o bodegas de almacenamiento. No sólo se ha desperdiciado la oportunidad de convocar contidianamente a cada una de las comunidades a encontrarse, teniendo como perfecta excusa el arte, sino que se han ignorado las posibilidades de fomentar industria cultural.

Hablar de industria cultural es hablar del potencial económico general que tiene lo artístico en cada ciudad, en cada país. Es comprender que  cada actividad del ramo genera directa e indirectamente puestos de trabajo y un movimiento importante de recursos. Es integrar a la población en un mercado interno de talento y favorecer la formación de audiencias en todos los estratos sociales. Es hablar de prender la maquinita artística en cada uno de los espacios desaprovechados y contribuir de manera importante al afianzamiento laboral del sector. Se trata de abrir las puertas a empresarios locales, a aquellos que vemos con ganas de hacer las actividades en su barrio, darle las herramientas para que implementen sus eventos y así fomentar la creación de pymes a lo largo de la geografía urbana que a su vez construyan el circuito de actividades que necesita la ciudad para que durante todo el año Bogotá se llene de música, teatro y  danza, con todos los beneficios que eso genera. Es pensar que el desequilibrio social también se combate  a través del crecimiento y la expansión de la cultura. Y eso lo deben entender  las instancias políticas de esta ciudad.

Idartes debe tener una gerencia que comprenda y dé los elementos para que crezca la industria cultural. Que tenga la astucia financiera para invitar y formar emprendedores  que cubran todas las localidades. Es aprovechar el poder de la marca que tienen los festivales al parque para establecer acuerdos con instancias internacionales que puedan aportar recursos que completen las necesidades. Es sacudirse de la modorra y poner a disposición sus espacios para que se generen los negocios que hagan crecer el sector. Es romper con el esquema que los pone a organizar eventos simplemente buscando el entretenimiento esporádico de la ciudadanía.

Aquí es donde recuerdo esa frase que le repetían los asesores al presidente Bill Clinton en tiempos de campaña, a la hora de dar sus discursos: Es la economía, estúpido. La misma frase  se la debemos decir  tanto al alcalde de la ciudad como al director de Idartes, más cuando aplican torpes recortes de presupuesto  y dan muestras evidentes de no saber de lo que están haciendo. Si, señores Peñalosa y Ángel: En materia cultural tienen la oportunidad de igualar las balanzas, de ser astutos y crear empleo, mover el dinero de manera inteligente, crear justicia social. Se los repito, con todo el respeto del caso, sabiendo que comprenden la intención de mi comentario: Es la economía, estúpidos.

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