rockmejorparatodosbannerSrOstia-opcionalPor Santiago Rivas @rivas_santiago Foto Rodrigo Morales @megapulse

Hoy empieza Rock al Parque. Siempre es bueno cuando llega el puente favorito de muchos milennials, centennials y hasta decennials. Justo ayer, primero de julio, la gente hablaba hasta la náusea en las redes sociales sobre la cancelación de Lollapalooza Colombia 2016. Ese festival nada tiene que ver con la gestión pública, pero que valga esta coyuntura para recordar que no fue fácil construir una marca tan grande y duradera como Rock al Parque, que ha sobrevivido grandes dosis de desidia y torpeza en administraciones pasadas y sigue ahí, siendo parte fundamental del espíritu de Bogotá.

Solo por eso, deberíamos sentir todos en la ciudad que el festival nos pertenece, exigir que siempre se haga de la mejor manera posible, y entender qué papel cumple en nuestras vidas, más allá de entretenernos tres días. Rock al Parque siempre es un esfuerzo grande, incluso cuando le han recortado el presupuesto. Hay que agradecer de antemano a quienes trabajan para hacerlo posible, pero en general, no se siente como si el festival sirviera un propósito más grande de lo evidente. ¿Existirá alguien que encuentre la manera de articular los grandes eventos en un proyecto de ciudad que nos haga bien a todos?

Las preguntas son muchas, porque lo único que se percibe de parte de la administración Peñalosa en cuanto a cultura es incertidumbre. ¿En qué se cifra, hasta ahora, la gestión de Idartes y su director, en qué la de la Secretaria de Cultura? ¿Por qué están acabando con Idartes? ¿Por qué dicen que no saben cómo van a administrar la nueva Cinemateca, si tienen un presupuesto tan grande (el más grande de la historia, dicen) en cultura para el Distrito? ¿Quién tiene idea de para qué sirve Rock al Parque y, si tienen tanta plata, por qué le recortaron el presupuesto? ¿Por qué no tenemos una agenda cultural poderosa y visible, como solíamos tenerla?

Es posible que yo esté desinformado, pero si lo estoy, al mismo tiempo es porque a los medios de comunicación no llega casi nada de lo que se hace a nivel cultural en el Distrito (El Tiempo no cuenta). La cultura, su presencia en la ciudad, es un indicador positivo en la calidad de vida de todos y por eso una cultura invisible es irrelevante; no le sirve a nadie, lo mismo que si no estuvieran haciendo nada. No estoy promoviendo revocatoria alguna, menos si esta se plantea en medio de una retórica tan ciega como la de nuestra actual polarización. Salvo en ciertos casos especiales, hay que dejar trabajar, pero creo, en esa misma línea, que es importante que la cultura siga moviéndose por pasión, por convicción y no por inercia. Y que se haga sentir: no solamente en convocatorias, sitios patrimoniales y bibliotecas públicas puede centrarse el esfuerzo de la alcaldía.

De manera que las herencias son lo mejor que le ha pasado a la cultura en el gobierno Peñalosa, pese a que son precisamente lo que la alcaldía está tratando de suprimir, como pasó en su momento con el proyecto de la nueva Cinemateca; llegan a los medios noticias de la Filarmónica, Libro al viento, el Planetario y, por supuesto, Rock al Parque, esa herencia que Antanas Mockus, no sin reticencia, le dejó a todos sus sucesores, para bien o para mal.

Pero entonces ¿Para qué carajo sirve o debería servir Rock al Parque? Si me preguntan, debería servir para educar por igual a músicos, espectadores y productores, traer sonidos nuevos e interesantes, democratizar la oferta musical y ser un experimento político deliberado e interesante, convocando a jóvenes de todas las clases sociales y gustos musicales, dándonos nuevas perspectivas sobre el significado de la palabra “rock” y todo lo que conlleva. Pero sobre todo, para darnos la esperanza de que las instituciones trabajan en pro de las cosas que nos hacen felices; a nosotros, a nuestros hijos, sobrinos, vecinos y a la gente que no conocemos ni entendemos, pero que merece ser feliz también; a todos.

Esto, por supuesto, trasciende los límites del festival, pero precisamente de eso se trata: de encontrar una propuesta cultural que tenga carácter y que incluya, de manera articulada y coherente, la existencia de un esfuerzo tan grande como ya lo es este evento gigantesco. Cuando tenemos una ciudad con una propuesta cultural hecha con carácter, llena de matices y contrastes y no solo rica en eventos, la ciudad es la que gana. Rock al Parque debería servir como un termómetro, pero también como el laboratorio en el que se construya gran parte de las propuestas y apuestas de la ciudad en cultura, a nivel de producción, pero sobre todo a nivel de espíritu, y estrategia comunicativa. Tal vez así le verían más sentido a seguirlo haciendo año tras año.

La coincidencia con la cancelación de Lollapalooza no es gratuita. Al contrario, que sirva como enseñanza para todos, pero sobre todo para esta administración, que al parecer cree en la privatización como solución a todos los males: lo privado no es infalible, menos en la cultura, que no necesariamente tiene que ser rentable, sin importar cuánta publicidad se le cuelgue o qué tantos costos se recorten. La gran riqueza que nos llega a través de las artes no es posible monetizarla, capitalizarla o cuantificarla y por eso siempre vale la pena que el Distrito, sin importar quién esté al mando, destine un esfuerzo gigantesco a preservar lo que hace relevante la cultura de la ciudad.

O bueno, mentira. Si van a acabar Idartes entonces sí mejor véndansela al grupo Santodomingo, que es preferible a que la borren del mapa. Si no, al menos actualícenle la página web.

Un feliz Rock al Parque para todos, nos vemos en el parque, y por acá, en Zonagirante al Parque 2016. Disfruten.

 

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