elpublicobannerSrOstia-opcionalPor José Gandour @gandour Foto Oscar Perfer @perferoscar

Ocho y media de la noche, escenario Lago.  Baroness, de Estados Unidos,  es la última banda de la programación del lunes en esta tarima. Su cantante, John Dyer Baizley, refleja claramente en su rostro la emoción que siente. Estoy seguro que nunca en su infancia en Lexington, Virginia, se imaginó que algún día iba a tocar frente a treinta mil personas en una ciudad desconocida llamada Bogotá, ubicada en un país cubierto con tantos clichés violentos y primitivos en la mente de sus compatriotas. Me atrevo a imaginar que, una vez fue invitada su agrupación a participar en Rock al Parque, Baizley no creyó jamás que gran parte de ese público que presenció su concierto en el último día del festival iba a tararear con justo conocimiento gran parte de sus canciones, pidiendo a cada rato por su nombre uno y otro tema para ser tocado. Se notaba emocionado y agradecido. Estoy seguro que no olvidará con facilidad ese momento.

El público asistente a Rock al Parque 2016 se portó a la altura de las circunstancias. Evitó caer en los llamados extremistas de algunos irresponsables y aceptó todo lo que escuchó con paciencia, con cariño, con deseos de pasarla bien. Mientras ciertos personajes que se presentan como periodistas y gestores culturales pedían desobedecer el llamado del festival porque en su contenido no todas las bandas participantes sonaban a la encajonada definición de rock que tienen en sus mentes, los más de doscientos cincuenta mil espectadores que llegaron durante estos tres días al Parque Simón Bolívar aceptaron lo que vieron, se retiraron con prudencia cuando no les gustó una presentación y pasearon por los tres escenarios en busca de las emociones que perseguían. Ellos fueron a celebrar la música, sin importar las tontas fronteras que desde torpes tribunas les proponían.

Al público de Rock al Parque lo critican porque los artistas no sienten su presencia luego en sus presentaciones privadas. Algunos son tan porfiados que creen que van a aumentar su lista de aficionados tocando en sitios lejanos de donde vive la mayoría de quienes disfrutan su música en el festival. Los músicos no han comprendido que dicha ausencia es su responsabilidad, por no haber creado un verdadero circuito que abarque todas las localidades de la ciudad. Las bandas bogotanas sólo se presentan, como hemos dicho en otra nota anterior, en el 10% de la geografía urbana, y pretenden que los habitantes del restante 90% se adapte a las circunstancias.

El público de Rock al Parque, que en su mayoría viene de la clase media y baja de la ciudad, no hace parte de la base de datos de los festivales privados. Estos eventos, que llegan a cobrar entradas con costos equivalentes económicamente al salario mínimo mensual colombiano y mas, no tienen sus puertas abiertas para esa audiencia. Es más, tienen en sus lemas de promoción frases como «Un mundo distinto» y buena parte de sus clientes asumen esa diferencia para no ser enmarcados dentro del combo de espectadores que va gratuitamente al Parque Simón Bolívar todos los años. De cierto modo, hay un esfuerzo de esos empresarios por convencernos que el verdadero potencial del mercado colombiano de música contemporánea sólo reside en aquellos que tienen suficiente poder adquisitivo para comprar sus productos y la verdad, en eso estoy totalmente en desacuerdo.

Volvamos a la experiencia de Baroness. Estamos hablando de una banda que sólo había sonado en programas especializados de radio, y, hasta el día de su presentación en Rock al Parque, poco se había publicado de ellos en medios locales, y, sin embargo, los miles de espectadores que estaban en el escenario Lago, habían hecho la labor de escuchar su música con anticipación, informarse sobre su carrera y cantar a su manera cada una de las tonadas que interpretaron en su concierto. A partir de esta realidad, hago una apuesta con todos ustedes, estando seguro de ganar: Revisen en los próximos meses cómo aumentan las cifras de la banda en Spotify, Deezer y Youtube y verifiquen cuántos de los consumidores de la música de la agrupación provienen de Bogotá. Serán muchísimos, se los puedo garantizar.

Este es el público que vale. El mismo público que se sabe todas las canciones de Los Elefantes, que festeja a todo pulmón a Compadres Recerdos y que atiende de manera calmada y tiernamente a Danicattack. Es un público que quiere vivir la música respetando e idolatrando a los buenos músicos y que no está ahí por la moda, la pose o la foto en instagram. Es una audiencia que colecciona en su memoria estos momentos y que quiere durante todo el año contribuir a la escena musical local si sus protagonistas salen de sus cómodas trincheras y asumen de una vez por todas el compromiso de acercarse a sus barrios y hacer a precios razonables sus presentaciones por toda la ciudad.  Es una audiencia que pide ser incluída en los planes de los músicos colombianos, que, por olvido, pereza o por creer en discursos equivocados, se está demorando en llegar a sus puertas y difundir entre ellos su obra.  Este público es el puto amo y es hora de consentirlo como se merece.

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