Por Emiliano Gullo – @emilianogullo \ Foto de Ariel Feldman

Nota del editor: Ponemos a disposición de todos ustedes este artículo, originalmente publicado hace dos años en la página hermana Ntd.la. Es una bella crónica que respeta la grandeza de un gran artista: El brasileño Vinicius De Moraes.  No hay mejor tiempo para disfrutar las bellas canciones que nos dejó este eterno maestro.

Dicen que Vinicius quedó embelesado apenas escuchó los primeros acordes del guitarrista que lo acompañaría en su primer disco. Joao Gilberto repiqueteaba Chega de saudade de traste en traste con un ritmo inédito bajo la dirección musical de Tom Jobim. Entre los tres crearon un nuevo género musical a mitad del siglo XX.

Atleta olímpico del whisky, diplomático, músico, compositor, poeta, erudito, popular. Vinicius, mil hombres en uno, nació como Marcus Vinitius Da Cruz de Melo Moraes el 19 de octubre de 1913 en el barrio Jardín Botánico de Río de Janeiro. “Vinicius era muchos vinicius. Por eso era de Moraes sino hubiese sido Mora. Y, a la vez, de una sencillez bellísima. Cuando nos conocimos me dedicó un libro que decía ´Soy sólo un hombre´”, se ríe ahora su ex mujer Marta Rodríguez Santamarina en Buenos Aires, donde recordó con #NTD sus tres años de convivencia en Río junto al poeta.

La vida del músico carioca empezó lejos de los escenarios. Al terminar el colegio secundario entendió que lo más conveniente sería estudiar Derecho para luego probar suerte en el Palacio Itamaraty, la emblemática cancillería brasileña. Dio mal el primer examen y recién en el segundo intento pudo acceder a la carrera de relaciones exteriores. Mientras tanto, entre los textos de rigor académico, Vinicius se dedicaba a la poesía. Escribía desde los 10 años, pero su primer libro O caminho para a distancia lo publicó en 1933, a los 20. Recién 13 años después recibió la primera misión fuera de su país. Como vicecónsul de Brasil en Los Ángeles, Estados Unidos, se acercó al jazz y se hizo amigo de intelectuales, músicos y cineastas, entre ellos Orson Welles. Siempre cerca de la poesía, también comenzó con las críticas de cine. La música sonaba cada vez más cerca.

Gracias a su carrera diplomática viajó a México, donde se reencontró con su amigo Pablo Neruda. En 1960, camino de regreso a Río de Janeiro escribieron dos textos en los que se reparten admiración y afecto. Son dos sonetos, que luego de la muerte del poeta chileno se transformaron –junto a poemas de Vinicius- en el libro Historia natural de Pablo Neruda. La elegía que viene de lejos.

“Mirá, esa es la letra de Vinta. Mirá que clarita“, dice Marta, quien vivió con Vinicius en el barrio carioca de Gavea de 1975 a 1978. Abre con delicadeza cada tesoro que se trajo de Río de Janeiro al separarse del músico. La que señala Marta es la primera edición del libro dedicado a Neruda. Cuando empezaron la relación ella tenía 22, Vinicius 62. Se conocieron en Punta del Este. Marta estaba de vacaciones y se enteró que Vinicius tocaba su último show en el balneario uruguayo. Lo esperó en un restaurante. Al llegar, el poeta la invitó a sentarse a la mesa, después a ver su show a Montevideo, una gira en Sao Paulo y finalmente a vivir con él, a viajar por todo el mundo. Marta suspendió su carrera de abogacía en Buenos Aires y se lanzó a la aventura. “Después nos fuimos a París, en el 76; ahí ya era la novia de Vinicius. Él era muy sencillo. En sus conciertos iba con su guitarra, ponía una mesita con su whisky. Y listo, ya estaba todo armado.Contaba alguna historia, recitaba algún soneto, y se ponía a cantar”, cuenta Marta.

“Tenía una percepción muy especial de la gente. Un día le dijo a mi hermano: `Carlitos, vos tenés que ser actor; sos un actor nato´”. El hermano de Marta tenía 20 años cuando escuchó la sugerencia del poeta, a quien el tiempo le daría la razón. Carlos Santamaría actuó en series de gran éxito como Los Simuladores, Sol Negro y Nueve Lunas, entre otras.

El cv sentimental de Vinicius dice que tuvo nueve mujeres. Marta fue la anteúltima. Pero de una manera u otra, todas fueron su garota de Ipanema. Una suerte de musa de inspiración continua.

Al menos en la composición, la Garota de Ipanema nació de la letra de Vinicius y de la música de Tom Jobim en 1962. Si la bossa nova había nacido con Chega de Saudade, con Garota de Ipanema iba a conquistar el planeta. La historia es sabida. Vinicius y Jobim pasaban las tardes entre guitarras, composiciones y whisky en el bar Do Veloso. Y así veían pasar las curvas de una mujer; que iba y venía siempre por delante de sus ojos. La garota de cuerpo dorado del sol de Ipanema, Helo Pinheiro, hoy de 67 años, se transformó en una celebridad en Brasil. Claro que de caminar distraída rumbo a la playa, con la canción sonando en todo el mundo la garota, finalmente, devolvió la mirada. “Tom Jobim estaba enamorado de mí, llegó a confundirme la cabeza, pero al final terminamos como amigos en un relación de afecto y reconocimiento”, contó Pinheiro años después.

La consagración musical se encontró con un Vinicius de casi 50 años. Poco antes había podido sacarse de encima los lastres del trabajo como funcionario diplomático. Ahora todo era poesía, música y whisky, mucho whisky. Tenía 50 pero la misma vitalidad que su “parceiro” Jobim, 14 años más joven. Los creadores de la bossa se separaron el mismo ´62, cuando Jobim viajó a Estados Unidos para trabajar con Stan Getz.

Vinicius necesitaba un nuevo parceiro. Su amigo Sergio Buarque -un reconocido historiador brasileño- frecuentaba seguido su casa de Gavea. Junto a él comenzó a ir uno de sus hijos, Francisco Buarque. Chico no tenía 20 años cuando empezó a tocar con Vinicius. Fue su compañero durante años. A principios los ´70, el viejo poeta conoció a otro virtuoso guitarrista, amigo de Chico. Antonio Pecci tenía la edad de Chico, con quien había compuesto sus primeras canciones. Desde que su mamá le había puesto el sobrenombre, todos lo llamaron así: Toquinho. Con el nuevo compañero viajó una vez más a la Argentina, a la que siempre visitaba. Pero este viaje, el de agosto de 1970, fue el que le abrió la puerta al olimpo rioplatense con sus actuaciones -y la grabación también junto a Maria Creuza- en el café concert La Fusa de Buenos Aires. En rigor de verdad, las grabaciones fueron en un estudio, al que invitaron gente e imitaron las condiciones y el ambiente de un bar. Luego repitieron las actuaciones en La Fusa de Mar del Plata y en la de Punta del Este. Vinicius ya había tocado en Buenos Aires dos años antes, cuando hizo reventar el Teatro Ópera con dos presentaciones. Pero desde la fusa en adelante, el poeta carioca –amigo y admirador de Astor Piazzolla– se convirtió en una figura central de la cultura porteña.

Con Toquinho estuvo hasta el día final, el 9 de julio de 1980. Ese día sonó el teléfono en la casa de Marta, que ya estaba en Buenos Aires. Había retomado Derecho, pero se dedicaba al periodismo. De su paso por Río recuerda el poco afecto de Vinicius para con su salud. “Controlaba muy bien su bebida, aunque ya a la mañana comenzara a tomar whisky. Pero su cuerpo le terminó pasando factura. Yo lo acompañé una vez cuando se internó en un hospital para controlarse mejor, pero al otro día ya estaba tomando de nuevo. Ahí me enojé porque no se quería cuidar; es una de las pocas discusiones que recuerdo”. Del otro lado de la línea le contaron la peor noticia. El monstruo sagrado de Brasil había sufrido un acv. Tuvo cinco hijos, nueve amores, y mil vidas.

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