milmariasPor José Gandour @gandour

Para comenzar, hay que decir lo siguiente: la banda colombiana Milmarías es una agrupación terca, tosuda, que, a pesar de sus genuinas intenciones de ser una banda popular que tenga canciones en el top 40 de todas las fiestas que se respeten, se empeñan en contradecir el modelo y la fórmula de otros e insisten con abordar rutas que otros creerían demasiado arriesgadas para lograr el éxito. Estoy seguro que el uso que le dan a su licuadora musical debe aterrar a más de un «experto» del negocio artístico y, al menos, los debe calificar de chiflados e imprudentes.

Milmarías ha asumido el tren de la diversión confiando en que en el camino se permiten saltos y sorpresas. Ahora se han encontrado con la célebre agrupación dominicana Proyecto Uno para meterse en el laboratorio y componer Amor Ninjutsu, una amalgama de merengue de los años noventa y la particular visión que tiene Milmarías del rock, donde el sonido de la guitarra parece imitar a un requinto y donde el principal objetivo frente a la audiencia es poner a bailar a todos, convirtiendo cada concierto en una verbena de pueblo.

Algunos reyezuelos de la crítica especializada dirán que lo que hace este trío bogotano no tiene nada que ver con el rock. Cada uno con sus idioteces. Aquí el asunto no se circunscribe al respeto de las viejas etiquetas sino al deseo natural de los aficionados a tener un momento de diversión y zapateo. Por el momento, y con sus propias herramientas, Milmarías vuelve al ruedo y todos tienen la oportunidad de pararse para sacudir la cadera como es debido.

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