Por José Gandour @gandour

Seguramente uno de los mayores temores que tienen los buenos músicos es suponer que su próximo álbum no estará a la altura de su anterior creación, es creer que la inspiración se extinguió en la última producción. Por ello hemos visto que grandes artistas  hacen «álbumes de transición», grabaciones de relleno mientras vuelve la inspiración, contentillos para que el público no se olvide de uno y la prensa sepa que hay constante actividad. Igual, por suerte, no todos actúan igual. Ante esos actos de incertidumbre, hay algunos, afortunadamente, que, asumen el riesgo, quiebran el sello y  deciden que ha llegado su momento, el instante en que deben romper el orden sin perder la esencia, el tiempo para superar la etapa en la cual la gente ha podido reconocer las buenas dosis musicales que se han abordado y es hora de hacer historia, de sorprender como es debido. Se trata de jugarse la vida o morir en el intento en busca de la gloria. Eso, señoras y señores, es la valentía, es la madurez en su mejor imagen y sonido.

El dúo chileno Perrosky saca su nuevo disco Cielo Perro y de entrada pega la mejor de sus cachetadas para despertar al público acostumbrado a su buen sonido. Conserva la naturaleza de su ruido, pero reconoce felizmente todas sus influencias, sus viajes, su recorrido. Las doce canciones de esta producción admiten un pasado, unos recuerdos, tardes escuchando miles de discos, paisajes que quedaron en la memoria, conversaciones con propios y extraños alrededor del planeta. Cielo Perro tiene momentos que huelen al paso del río Mississippi, pero también al pogo de las mejores tarimas punk de Santiago. Tiene elegantes postales de los Andes y se empapa de la inteligencia del viejo rock and roll de siempre. Pero, si se escucha con atención, se siente que aquí hay una banda auténtica, que ha hallado su alma atada a su tierra y que cuenta historias creíbles, avasalladoras, relatos que son capaces de hacer reir en un momento y luego sacar nuestra más sincera lágrima de emoción. Este es un disco aparentemente sencillo, y, como siempre lo han hecho los hermanos Alejandro y Álvaro Gómez, ha sido registrado en su pequeño estudio análogo, sin mayor presupuesto detrás, pero que sin querer queriendo, su resultado final se mete de inmediato en la sangre y nos invade de magia, como pocas grabaciones lo pueden lograr en estos días.

Amigo lector: Este álbum debe ser escuchado de principio a fin, en el orden concebido. Está construído con una lógica seductora que hace su comprensión y su estallido más fácil en su llegada a nuestros oídos y a nuestro corazón. Amigo, déjese llevar por la ola. Luego, al repetir la audición, quizás, como el autor de esta nota, encontrará una belleza especial en temas como Sin rebelión, En la carretera y, especialmente, en Ali, canción que cierra el compilado, momento digno para decir que Perrosky ha logrado hacer del blues, en tiempos terribles y desoladores, una maravillosa arma salvadora, necesaria para volver a creer en todo aquello que nos ayuda a sobrevivir.

 

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