Por José Gandour @gandour

Esta agrupación residente en Bogotá parece un barco pirata. En la embarcación hay gente de todas partes y con todo tipo de historias. Claro, al contrario de lo que sucedería en cada uno de los trayectos de los ladrones, este barco atracaría en cada puerto buscando tesoros musicales y literarios, y compartiría tonadas sobre aventuras vividas en anteriores paisajes conquistados. A diferencia de lo que acontecería con la llegada a su ciudad de bucaneros y corsarios, de Barbanegra y todos los barbas crueles del universo, el arribo de Burning Caravan traería canciones finas para bailar, escuchar atentamente y soñar. Entre su botín traerían, recien brillado con los mejores artilugios, su último álbum, Ciudad Faro, una confirmación de aromas bohemios y aspiraciones gitanas con el cual intentarán conquistar al orbe.

Burning Caravan es una banda diferente. Todavía conservan en sus apelativos la marca «rock», pero realmente lo suyo es acudir a los sonidos que convengan para construir su propuesta llena de histrionismo y drama, lo que sirva para contar historias de manera exquisitamente poética. Lo suyo está en recabar en los detalles, en las lentejuelas que destacan en cada espacio, en la bella y particular voz de Francisco Martí, y en el aire festivo que cultivan en cada una de sus composiciones, con esa evidente mezcla de chanson francaise, ska, rock and roll de vieja data, música de festejo Klezmer,  y toquecitos de vientos caribeños que rozan sus grabaciones. 

En la propuesta que expone Burning Caravan en su ya tercer álbum se reconocen, además, coqueteos con baladas que parecen tomadas del festival de San Remo en los años sesenta, como se ve en El nuevo orden y El Misterio. También una marcha heróica que parece brotar del corazón cuando suena Ciudad Faro. La alegría igual vuelve de manera poderosa en títulos como Fenicia y Tifón. En fín, este álbum confirma el avance de estos peculiares filibusteros, felices y constantes viajeros de la permanente migración musical, cuyas canciones esperemos se puedan disfrutar sin complejos en todo el planeta, incluyendo, como dicen en Calles de mundo, Cartagena, Osaka y Beirut.

 

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