Por José Gandour  Fotos archivo Ela Minus

El ritmo revienta en mi cabeza. Después de varios días haciendo la tarea de escuchar todo el primer álbum de la colombiana Ela Minus, Acts of rebellion, no me puedo quitar de la cabeza el golpeteo de They told us it was hard, but they were wrong. Apenas llega a mi recuerdo, casi sin poder reaccionar algo en mi cuerpo marca el compás de la canción, se activa un esclavizado movimiento ya sea en mi cabeza, en mis manos o el talón de mi pie izquierdo. Esto es música oscura hecha para estremecer, reflexionar y seguir bailando, es música de resistencia frente a todas las calamidades, aquí hay doce cortes sonoros que se transforman en armas contra la desazón y la mediocridad que nos rodea. 

Ella, en sus documentos de identificación iniciales, se llama Gabriela Jimeno, y registra su nacimiento en Bogotá. Como muchos de sus seguidores sabrán, fue baterista de una banda adolescente llamada Ratón Pérez, que hizo ruido durante varios años en la capital colombiana. Gabriela recibe entonces una beca del Berklee College of Music, en Boston, y recibe clases privadas con Terri Lyne Carrington, una legendaria baterista que solía tocar con músicos de la talla de Herbie Hancock. Igual, en medio de la seriedad de la academia, Ela encontró su espacio en el techno. Comenzó a ir a fiestas en Boston sola, para contrarrestar la rigurosidad de su educación formal. Hay un texto que, al leerlo, hace más fácil la comprensión de su música:

. «En ese entonces ni siquiera bebía o consumía drogas», dice. «Solo iba por la música, bailaba sola y me iba a casa».

Ahí está el punto. Volvamos al disco. A partir de la audición, se desata la necesidad de danzar como método de escapatoria. Es eso lo que se comprende cuando se escucha su música. Lo suyo no es un simple divertimento, algo que puede ser puesto en una fiesta y celebrado por un par de minutos y luego meterse en el cajón del olvido. Esta es arte que combate la dictadura de las formas, de las costumbres, de las incómodas imposiciones. La agresividad de las máquinas sonoras contra la opresión. 

Y hablando de máquinas, Ela, como parte de su educación, hizo una especialización en síntesis musical, donde aprendió a construir y diseñar sintetizadores . Al terminar sus estudios, se mudó a Nueva York y consiguió trabajo haciendo hardware musical para la compañía Critter and Guitari. Por esta formación, cumple y logra su deseo de hacer hacer Acts of Rebellion sin usar un solo sonido generado por computadora. Lo que escuchamos a lo largo de cuarenta y un minutos es su propio universo resonante. Cada detalle, cada segundo, le pertenece en su origen, ella es la única responsable en la elaboración del extraordinario ruido que formula su obra. 

Su álbum, publicado por el prestigioso sello discográfico norteamericano Domino Music, al cual están vinculados artistas, entre otros,, de la talla de Hot Chip, The Kills, Beth Gibbons, y Arctic Monkeys,  ha recibido en los últimos días los mejores comentarios de medios tan reconocidos como The Guardian, NME, Pitchfork y otros. Todos esos comentarios están justificados, ya que lo hecho por Ela Minus es sólido, tiene un discurso textual e instrumental redondo, contundente. Grabaciones como Megapunk, El cielo no es de nadie o Dominique (hasta el oasis de tranquilidad que se siente en Do whatever you want, all the time) son piezas mágicas que estremecen al oyente porque contienen un valor, una expresión de valentía, un impulso a la reflexión. Cada canción es una bandera que expresa descontento e inconformidad, cada tonada es un enunciado contra lo establecido, que, a pesar de lo que puedan pensar los posibles detractores, no deja de invitar al baile, porque, y así se comprende cuando se escucha repetidamente este álbum, el movimiento, en este caso, es una valiosa herramienta de rebeldía. 


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