Por José Gandour @gandour

El artista debe comprender que lo suyo no es complacer a la audiencia sino, más bien, sacudir conciencias, incomodar, confirmar enemigos, generar escosor. Si el artista no desestabiliza el territorio de vez en cuando, se vuelve un simple agente del entretenimiento, un bufón de palacio, un payaso de la conformidad. El artista debe jugársela cuando el paisaje se envilece y cuando quiere sinceramente desafiar el poder reinante. Puede uno estar en la cumbre de los listados populares, en la floreciente brillantez de las cortes de moda, en la explotación de los caminos finacieramente más fértiles, pero si se extingue la rebeldía, y más frente a realidades crueles y torturantes, lo que sigue es simple pose y asco sofisticado.

Es 2017 y Fito Páez ha comprendido su lugar en el mundo contemporáneo. En Argentina (y en el resto del mundo) la gente mala ya no tiene vergüenza de sentirse orgullosa de sus maldades. Ahora los deseosos de la desgracia ajena se exhiben en las calles, buscando causar dolor para su deleite descarado. Y así, en medio de ese panorama, con altas posibilidades de recibir los insultos y el escupitajo de aquellos que hoy mandan, Páez se la juega, se quita de encima cierta modorra que cargaba en los últimos años y decide dar la batalla, a punta de bellas canciones y lenguaje necesariamente satírico y soez. Exhibe 18 temas donde, de manera profundamente impactante e inteligente, no deja títere con cabeza y desafía al mundo a punta de amor y rabia. Eso es La Ciudad Liberada, quizás el álbum que esperábamos para sentir que este año no podía pasar sin tener una voz desafiante, que haga temblar las estructuras y hacernos creer que lo que sucede no puede seguir así. 

La Ciudad Liberada es un disco complejo donde Páez pasa de celebrar el empoderamiento femenino (Aleluya al sol), y presentar la sensualidad y el enamoramiento usando texturas beatlescas (Wo wo wo), hasta convulsionar al oyente a punta de certeras explosiones y ubicar al espectador en medio de la desgracia planetaria (Islamabad) o burlarse de aquellos que desde el egoismo ramplante lo desprecian (El ataque de los gorilas). Escuchamos Tu vida Mi vida, elaborada en compañía de Fabiana Cantilo, y volvemos a los momentos mágicos de años anteriores, donde esa especie de fórmula de rock progresivo «a la argentina» sigue funcionando y nos emociona. Pero pocos minutos después, Navidad Negra presenta una perspectiva delirante y denunciante donde se reflejan, como vimos hace poco en las noticias, algunos seres que presumen de ser humanos y sin embargo se burlaban de los muertos más recientes  («Hay un fantasma volando entre las calles/La gente está reloca/Salvaje Buenos Aires»). La Ciudad Liberada es un disco escrito y grabado en medio de un país donde muchos se han contagiado del odio y desean la infeliz desaparición del otro. Páez presenta su álbum creyendo quizás que el amor (aunque siempre debe estar ahí) no basta para combatir a los codiciosos: La resistencia debe ser menos ingenua y más lacerante en su respuesta.

Fito Páez, en resumen, presenta un compilado de canciones preciosas, poderosas, lacerantes y atrevidas, que desempolvan los mejores momentos de su carrera y lo presenta como el necesario artista valiente que estábamos esperando.

 

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