Por José Gandour @gandour

Amigos, las máquinas volvieron a prender sus motores y  ahora pretenden salvarnos del aburrimiento. De repente nos encontramos, en pleno siglo veintiuno, en un simulacro bien montado del famoso local newyorkino Studio 54, y sentimos a nuestro alrededor la invasión de miles de lentejuelas, el brillo de las bolas de cristal, algunos polvos mágicos que invitan a la euforia y el inocente descaro de los bailarines, aspirantes a reproducir el moonwalking de Michael Jackson y el contoneo sabatino y nocturno del joven John Travolta. ¿En qué bendito segundo activamos los artefactos que nos retrocedieron en el tiempo y nos hicieron buscar en el closet de nuestros padres los pantalones bota campana y las camisas de cuello ancho que nos sugieren mostrar nuestro desnudo pecho, y ponernos la bisuteria dorada que brillará cerca a nuestros corazones mientras nos pavoneamos hasta el amanecer, creyéndonos playboys de la nueva era? Quizás el retorno del Italo disco y sus variantes intentarán salvarnos de la decadencia del reggeton y otras especies sonoras que nos rodean sin cansancio en estos días. Quizás, y nos atrevemos a pensarlo con un halo de esperanza en nuestros audífonos,  sea eso lo que esté soñando el argentino Gio, publicando su primer álbum All inclusive.

Su identificación lo tiene registado bajo el nombre de Guido D’andrea, vive en la ciudad de Buenos Aires,  y después de hacer parte de un proyecto llamado Los Tiros, de sonido más garage, ahora, como solista, retorna a las bases establecidas por genios como Giorgio Moroder, Ryan Paris y Gino Soccio y nos propone un nuevo descontrol pop, que, la verdad, suena regocijante, rico en matices y fiestero a morir. Lo suyo tiene sustancia de buen humor, desfachatez digital y una dosis de saludable nostalgia disco funk, dispuesta para romper los ya monótonos esquemas de los éxitos bailables del instante. Su álbum es corto (apenas veiintiseis minutos), pero con canciones como Gang Bang, Colombian Sound Machine y Baby (I´m on fire), entre otras, la celebración se incendia irremediablemente.

Lo que hace Gio es agradable y, aunque ya hayamos escuchado propuestas similares en otros exponentes en décadas pasadas, logra su propia identidad y llega como anillo al dedo en un momento en que el jolgorio requiere de nuevas texturas y renovadas excusas para seguir danzando. All inclusive arriba a tiempo y quizás nos ayude a sacudir la modorra de la repetición contemporánea. Ojalá, ya que el mundo nocturno lo necesita.


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