Por José Gandour @gandour

Foto VRodas.

Los que han podido seguir la carrera de Fernando Ruiz Diaz han podido comprobar a lo largo de estos años que lo suyo es hacer canciones que combinen emoción cruda, rock de rabia y corazón y, por otro lado, un espíritu de experimentación que marca distancia con el simple uso de los sonidos tradicionales del género. Lo suyo, y lo vimos en Catupecu Machu, y ahora en Vanthra, su nuevo proyecto, es lograr himnos que contagien el valor de sus melodías, la sangre caliente de sus rutas y uno que otro coqueteo digital que rompe el esquema común de las bandas de su entorno.

Llamar a Vanthra y su más reciente álbum como un producto de «rock electrónico» sería sencillo pero demasiado limitado para el resultado. Ruiz Diaz y sus compañeros (Charlie Noguera yPape Fioravantino) no niegan sus raíces provenientes del rock en sus orígenes más fuertes, y es claro que conservan su gusto por el olor de las masas adquirido en etapas anteriores, pero, aún saben que, para distinguirse, su labor es meterse con nuevas texturas, no sólo provenientes de lo que da la nueva tecnología, sino también de elementos del folclor del interior argentino. Para muestra de ello, su set percusivo incluye un bombo legüero, un ton de batería de diez pulgadas intervenido y una conexión a un Octapad. Eso ayuda a que sus construcciones compositivas avancen por terrenos del hard rock, pero a su vez por la experimentación industrial y, aunque suene contradictorio, por algunos espacios planteados por el chamamé y otras manifestaciones culturales autóctonas del Cono Sur.

Este álbum incluye, durante cuarenta y siete minutos, 11 temas,  que, en buena parte, quieren mantener al espectador con el ánimo en las nubes. Vanthra quiere ver a su público cantando y gritando cada una de las letras expuestas en las grabaciones, a manera de desahogo intenso, como una especie de limpieza ruidosa del alma. Esta producción es la suma de instantes estruendosos que sacuden el cuerpo y que, una vez terminan, nos permiten sentir liviandad en  el peso. Es un disco palpitante con momentos geniales como los que se pueden escuchar en Canción sola, El desierto de Dios, La suma de nada y todo y, especialmente, en Bailan los Diablos, una obra maestra por donde se le vea.

Fernando Ruiz Diaz ha madurado y sigue trayendo buenos momentos musicales dignos de ser agasajados. Sería atrevido decir que está constantemente reinventando lo que concebimos como «Rock», pero afortunadamente no desfallece en el intento y celebramos sus intenciones.

 


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