Por José Gandour @gandour
Todos ellos nacieron entre el 92 y 94. Todavía se ve en las fotos que no han superado completamente la adolescencia. Igual eso no le ha impedido a los integrantes de la banda chilena Amarga Marga sacar un disco divertido, de sonido sólido y con capacidad de cautivar a toda una generación de nuevos rockeros a lo largo de estas tierras.
Mi arma blanca, publicado por el prestigioso sello discográfico Algo Records, es un compendio de 13 canciones de guitarra taladrante y aguda, de melodías desenfadadas, que parece dejarse perfumar por algunas grabaciones de bandas británicas como Supergrass y Blur, y haber absorbido las buenas enseñanzas del buen rock independiente chileno de la década pasada, tales como Ramires! Guiso o Tsunamis, por poner algunos ejemplos. Este disco, hecho con la seriedad con la que trabaja una agrupación con ganas de romper la historia de la música, trae temas contagiantes donde la sencillez del esquema planteado, tanto instrumental como textualmente, se vuelve el arma que atrapa al oyente. Amarga Marga hace pequeñas joyas sonoras de corta duración, que dicen lo que tienen que decir y no se dejan envolver en florituras innecesarias. Quizás por la cabeza de estos cuatro veinteañeros no pasa la idea de ser representantes de una generación, pero está claro que lo suyo es hablar directamente, sin intermediarios, a una audiencia que no tiene aún los estúpidos complejos de otras edades.
Mi arma blanca tiene momentos brillantes en canciones como Niña cuchillo, Tan tuya y El miedo, pero el álbum tiene que ser escuchado de principio a fin para entender el buen espíritu que transmite en cada uno de los momentos reflejados en esta producción. Es un trabajo redondo, sin lugar a dudas.
Amarga Marga es una nueva señal de que el pop rock chileno con sus más recientes propuestas seguirá trayendo las respuestas más adecuadas a las ansias de buena música que ha generado entre el público aficionado en las últimas décadas. Eso es motivo de alegría.