Por equipo de Zonagirante.com @zonagirante

Los vecinos han comenzado a poner tablas sobre sus ventanas y han advertido que hicieron un nutrido mercado para permanecer encerrados dos meses en su casa. Han dicho que se vienen los peores tiempos de los últimos años y han escogido alejarse de la humanidad mientras todo se soluciona o, como dicen los más pesimistas, sobreviven unos pocos y reconstruyen la sociedad. Eso si, han afirmado que la cuenta de Netflix y de Prime Video no la suspenden, ya que saben que, durante el caos reinante en la ciudad, no se quieren perder ni un solo minuto de las reposiciones de Pasión de Gavilanes ni las posibles nuevas temporadas de Dark o La Casa de Papel.

Mientras tanto, ha pasado una horda de ciclistas, cada una exhibiendo en la parte posterior de su sillín un asta y una bandera desflecada de colores desgastados, y varios vienen con pitos en sus bocas, haciendo todo el alboroto posible. Pasan a toda velocidad, con sus caras protegidas por anteojos de plástico transparente, barbijos que cubren la mitad de su cara y crema para el bronceado que producen las llamas nocturnas.

La tienda de abarrotes de la esquina  ha hecho su agosto, vendiendo todos sus restos a precios de nobleza, deshaciéndose de todo el papel higiénico, el agua con sabor a frutos tropicales, el jamón vencido de fecha y todo el pan que les quedaba en las bodegas, incluido el hecho hace varios meses. El dueño ha puesto candado y ha tomado rápidamente su camioneta para irse a su finca en Villeta para olvidarse por varias jornadas de lo que suceda en la ciudad.

Al encender el televisor, y con el patrocinio de Aspirinas Bayer (y si es Bayer es bueno), vemos al presentador, con sudor añadido antes del inicio de la emisión, anunciando que en pocos minutos se comunicarán con la casa de gobierno, desde la cual harán la respectiva proclama con todos los edictos que les permitirán contener toda la violencia de los sediciosos y en el que se le da el poder necesario a las fuerzas de seguridad para darle calma a la población. La imagen que acompaña la lectura de las noticias da fe de los humos del centro de la urbe, donde se han congregado los manifestantes, los despistados, los curiosos y la turba de periodistas que aseguran frente a sus cámaras que tienen la exclusiva de lo que está sucediendo.

Las redes sociales explotan. Unos, para simular sus gritos en pantalla, escriben en mayúsculas que el nuevo orden se derrumbará y que los ricos perderán todo su dinero pronto, rodando las monedas de sus bolsillos al mismo tiempo que sus cabezas y que las calles se inundarán de sangre, como lo prometió el primer anarquista desconocido caído en combate. Al frente, están los que responden, mostrando la esvástica tatuada en su pecho, garantizando que pronto tendran entre sus dedos las vísceras de sus enemigos y que se pararán al lado de la policía para defender las instituciones que tanto les ha costado mantener y a las que nunca les pagan los impuestos correspondientes. Se desata una cruel guerra de memes, donde cada imagen es implacable con el rival, provocando las risas de los fieles. Obviamente, en medio de la anarquía, tenemos a la universitaria de collar de perlas que pide calma, «¿o acaso nadie quiere pensar en los niños?»).

Y mientras el apocalipsis llega, hemos trepado al techo de la casa, con nuestros más potentes parlantes para ver el final del día, para contemplar a lo lejos la convenida quema de los bancos y de toda señal de capitalismo. Encendemos el estéreo y ponemos nuestra playlist de canciones de menos de dos minutos para sentir la velocidad de los hechos. Mientras todo pasa, nos sentimos afortunados, ya que el señor de los abarrotes nos alcanzó a vender una bolsita de palomitas de maíz para disfrutar el espectáculo.


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