Por José Gandour @gandour

Hace quince años disfruté uno de los mejores conciertos de mi vida. Al menos el mejor al que asistí en toda mi historia relacionada con Rock al Parque, y agradezco haber tenido el privilegio de verlo sentado entre bambalinas, en la mismísima tarima del escenario Lago de la décima primera edición del festival. Unos meses antes había recibido en un paquete de correo la colección entera de las publicaciones de un sello disquero independiente chileno llamado AlgoRecords, perteneciente a los hermanos Álvaro y Alejandro Gómez, entre los que se incluían discos compactos y cassettes de vhs de Ramírez, Pendex, Guiso y, por supuesto, The Ganjas. Yo, que hasta entonces, me sentía alejado de cada expresión sonora rockera que durara más de cuatro minutos y que poca hierba he fumado en mi vida, después de darle vueltas y vueltas al divertido punk de Guiso y su álbum El sonido, que había llegado en el mismo envoltorio, me puse, no sin cierta prevención, a escuchar la banda formada en ese entonces por Samuel Maquieira (guitarras, voz), Pape Astaburuaga (bajo, voz), Luis Felipe Saavedra (teclados, melódica) y Aldo Benincasa (batería). Ya el mismo nombre, The Ganjas, me hizo pensar antes de poner el disco en el estéreo, que escucharía durante un rato algo de reggae, en el mejor de los casos algo parecido a Todos tus muertos, o, en el peor, a Cultura Profética. Estaba muy equivocado. 

Volvamos otra vez a la metáfora de la licuadora, para explicar las vibraciones emanadas de los parlantes cuando comenzó a sonar Laydown, segundo álbum de la carrera de esta agrupación: Tome elementos clásicos procedentes del rock californiano de los años sesenta, tales como Jefferson Airplane, Buffalo Springfield o The Byrds. Luego busque en su alacena cubitos de blues de tiempos de Muddy Waters y John Lee Hooker. A eso añada condimentos más contemporáneos de bandas como The Brian Jonestown Massacre o The Dandy Warhols, y cruce el océano para adquirir una buena ración de  agudos acoples procedentes de agrupaciones como My Bloody Valentine y The Jesus and Mary Chain. Es decir, psicodelia en su estado más lisérgico, sumado a un colchón ruidoso y guitarrero, intenso, una experiencia que somete al espectador a escoger entre el viaje sónico más intenso o al desespero y la incomodidad para aquellos que no están acostumbrados a tipo de experiencias auditivas.  Para mi, escuchar canciones como Alondra, La lluvia no quiere caer y, especialmente, Dancehall, era cruzar una barrera necesaria para alimentarme de otras especies, reconocer ese lado rockero al que tanto me resistía por el cliché hippie que tanto repudiaba, por el discurso de paz y amor tan manido que me intentaron vender aquellos terribles cultores nostálgicos que se quedaron encerrados en días de locura ficticia y discursos de falsa melancolía. Laydown fue un disco que me ayudó a construir, como luego me pasó con producciones totalmente diferentes, una variada y preciosa ruta sonora para la banda sonora de mi vida. 

Yo quería ver a The Ganjas en vivo y quería que mis amigos bogotanos participaran de esa experiencia. Por suerte Daniel Casas, en ese entonces coordinador de Rock al Parque, aceptó la propuesta y los puso a cerrar la segunda tarima del festival, el 16 de octubre de 2005. Diez mil personas fueron testigos de su maravillosa presentación, especialmente de ese momento máximo que significó oír los más ocho minutos del periplo vibrante de Dancehall. Apenas terminó esa canción sentí como si alguien fuera subiendo, con cierta timidez al principio, y con estremecedora resolución a continuación, la palanca de gritos de éxtasis de la audiencia. Cuando acabó el concierto, alguno de los miembros del staff del certamen se me acercó con lágrimas en los ojos diciéndome que era lo mejor que había visto en el Simón Bolívar. Ahí me dí cuenta que lo que yo había vivido esa noche noche no era producto de mi imaginación.

Hace pocos días, el sello ByM records, actual gestor de la música de The Ganjas, publicó en Youtube una versión sonoramente remasterizada de la presentación de lanzamiento de este álbum, registrada en vivo ese año en la Sala Master de la Radio Universidad de Chile. Hecho con una sola cámara por Andrés Padilla, visualmente no es el producto más profesional, pero, entendiendo las circunstancias históricas, la verdad es que este es un material digno de ser disfrutado en repetidas ocasiones. Tres lustros después, Laydown no ha perdido un sólo segundo de su valor y de su potencia, y seguramente podrá seguir cautivando nuevos oyentes en su labor de difusión. A la espera del nuevo material de The Ganjas, que han prometido durante ya demasiados días a sus aficionados, esta muy bien recorrer la discografía de esta banda, cuya hermosura permanece en su espíritu y en sus ondas, para placer de la audiencia que los rodea.  


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