Por José Gandour @gandour Fotos Julián Gutierrez @jackmulligan

Lo sé. Me hago responsable de la insistencia que he asumido con este tema. Pero quiero que entiendan: Vivo en una ciudad que en febrero de 2020 tenía un panorama halagüeño en materia musical. Si revisan nuestros archivos, se darán cuenta que nombrábamos a Bogotá como una ciudad de festivales, donde tanto la participación privada como la estatal era destacada en la organización de eventos masivos. Aquí la fuerza creativa iba demostrando cada día que el desarrollo creciente de las artes y especialmente del sector musical favorecía eso que los especialistas en marketing llaman Marca Ciudad, un factor que atraía visitantes externos, crecimiento del consumo económico, creación de empleos y una estabilidad social que acompañaba los tratados de paz firmados entre gobierno y las Farc. Hay que decirlo de una vez: Bogotá no es una ciudad llamativa por su particular belleza arquitectónica, su clima, o sus paisajes naturales, ni mucho menos. Lo que atraía de Bogotá era lo que su gente, especialmente lo que sus artistas, en todas las áreas, hacían.  Pero no pensemos sólo en los turistas: Esta urbe era un mejor vividero con toda la creatividad que salía de sus calles y espacios especializados, y sin ello, la vida se hace más difícil. Por todo lo dicho, a fuerza de mostrarme demasiado terco con el tema, creo que el desprecio que se tiene contra el gremio cultural, y en particular la comunidad musical, es ridículo e insostenible.

Si, la pandemia. Obvio. Todo se frenó por la maldita pandemia. Si no fuera por este virus traicionero y asesino, no estaríamos discutiendo todo esto en estos términos. Lo sé. Pero aquí, como en otros países de nuestro continente, no se adoptaron las medidas de protección económica que la población en general pedía y, todo lo que se tenía, se dejó caer. La gran mayoría de las pequeñas y medianas empresas relacionadas con la música cerraron sus puertas, y buena parte de los miles de empleados directos o indirectos del sector fue condenada a la pobreza. Todo eso pasó y mientras tanto escuchábamos irónicamente a buena parte de la población, desde el presidente hasta cualquiera de los ciudadanos de este país, diciendo que su vida sería insufrible si, durante esta crisis, no tuvieran sus canciones favoritas de su lado.

Piensen que en este momento, salvo pequeñas luces que sobreviven en el mapa, el panorama se parece a un extenso desierto donde hubo alguna vez vida y hoy sólo hay recuerdos. ¿Cómo lo reconstruimos? ¿Cómo planificamos una recuperación de lo que teníamos y vamos más adelante? ¿Cómo hacemos para que en tres, cuatro, cinco años, Bogotá vuelva a eso que alguna vez un periodista exagerado y optimista en un periódico español llamó «la capital mundial de la música»? Empecemos a discutir:

-La primera pregunta puede ser cruel, pero cualquiera de ustedes puede hacerla: ¿Es necesario reactivar el sector musical?. Cualquiera puede decirme «Gandour, deje de ser pesado. Usted le da demasiada importancia al tema». En otro artículo anterior, les hice la suma de todos los renglones laborales relacionados con este segmento de la economía que se habían frenado a partir de la crisis sanitaria. Son decenas de miles de personas. Demasiada gente como para simplemente girar la cabeza y mirar hacia otro lado. Si acudir a la parte humanitaria les parece demasiado lastimero, transformen eso en cifras monetarias y se darán cuenta que lo sucedido hace parte importante de la crisis económica que vivimos.

-Sigamos: Debemos definir responsabilidades, debemos destinar funciones para sacar esto del abismo. Las instancias estatales relacionadas con la cultura se están comportando con los mismos patrones que tenían antes de la pandemia. Todavía creen que a punta de convocatorias banales y becas individuales todo se remedia. Eso, la verdad, es poner pañitos de agua tibia en grandes heridas. Es rascarse perezosamente la barriga frente al resto de la población, cuando su trabajo principal debería ser pensar profundamente en cómo recobrar el movimiento artístico de la ciudad. Es irónico decirlo así, pero los menos perjudicados del sector cultural son los burócratas de estas instituciones, quienes tienen el presupuesto para impulsar la recuperación, pero la modorra no los deja mirar más allá de sus narices y sus bocas, desde las cuales, ante lo caótico de la situación, preguntan «¿y qué más quiere que hagamos?». Recuerden simplemente: Si no hay arte (y específicamente música), no se justifica para nada la existencia de estos organismos. Ellos tienen los modos, el presupuesto y las instalaciones para pellizcarse sus santos traseros y moverse. ¡Háganlo de una vez!

-La recuperación comienza desde lo más pequeño. Bogotá tiene 20 localidades y desde los puntos vitales de estas regiones municipales es que se debe pensar cómo se reactivan los conciertos, el desarrollo de talentos, la formación de públicos, la distribución de la información, la educación general de la audiencia. La cultura hace parte de los derechos populares y si sus actividades crecen, se refleja en el completo entorno en el que se desarrolla. Un sencillo ejemplo: Si el abandonado auditorio de una localidad (hay un montón así alrededor de la capital) pone su espacio a disposición de los microempresarios de los barrios aledaños, no sólo impulsa el consumo inmediato relacionado con los eventos que ahí se organicen. Piense en todos los negocios vecinos a dicho espacio. Se trata de poner dinero a moverse en muchas zonas de la ciudad. Se trata de integrar a la economía cultural a nuevos promotores que ya comprenden la potencial audiencia que pueden convocar. La solución parte de las bases y si esa política de reparación y restablecimiento se hace correctamente, el papel del Estado no será necesariamente el de poner siempre el presupuesto necesario para dichas actividades, sino, más bien, hacerse cargo de la preparación y pedagogía de las nuevas pymes por venir. 

-Ya dejemos la confusión: Hablemos de Industrias Culturales, no de Economía Naranja. Hablar de la creatividad como un renglón de la economía donde el único criterio de vinculación sea un común espíritu de colorida inventiva no conduce a ningún lado. Creer que en una misma bolsa caben la gastronomía, la arquitectura, el diseño gráfico, el turismo y las artes convencionales no lleva a soluciones prácticas. No dudo que los inventores de dicha teoría tenían buenas intenciones, pero han confundido las cosas. Miren, se los voy a poner más fácil: Si quieren, aunque algunos intelectuales ortodoxos levanten sus cejas en señal de protesta, hablemos de industria del entretenimiento. Salgamos del excesivo folclorismo, a través del cual jugamos a venerar viejas instancias nacionalistas y favorecemos clichés anquilosados, y pensemos en términos contemporáneos, donde tenemos claro el papel de nuestras artes en la construcción del producto interno bruto y en la solidez emocional y anímica de nuestra sociedad. 

-Por último (por el momento), trabajemos entre todos los sectores culturales para la implementación del Estatuto del Artista, para reconocer su papel y su sitio en la sociedad, dejando en claro los derechos de los trabajadores del sector, con un nuevo modelo de Seguridad Social, y un modelo fiscal sostenible e instituciones sindicales fuertes, que permitan crear referentes claros para que la cultura (incluida la música) sea un ejemplo de fuente de empleos de calidad. Sin la estabilidad de un gremio sólido, esto no avanza para ninguna parte. Se puede tomar de referencia lo hecho en España o en Argentina. Ejemplos son los que hay.

En fin, hay mucho que hacer, y lo primero es sentarse a conversar y debatir. ¿Arrancamos?


 

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