Por Clara Sofía Arrieta @medeatica Foto de Simona Malaika @simonamalaika

Por lo general, antes de irme a un concierto llevo a cabo un pequeño ritual personal que consiste en que mientras me arreglo, me visto, me como algo y me tomo alguito,  escucho la banda que voy a ir a ver. Como quien dice, me preparo espiritualmente para lo que va a ocurrir. Ayer no sería la excepción, pero al estarme alistando para ver 21 bandas, la preparación debía ser general: un tema (máximo dos por banda) y a correr hacia el parque. Se podrán imaginar que el resultado fue una playlist tan ecléctica como el cartel que ofrecía el domingo. Y así fue un poco mi sensación general de todo el día. Corrí de un escenario al otro porque quería ver un poco de todos, capturar alguna impresión y retener alguna imagen. (Imposible no acordarme de Santiago Rivas que corre de una tarima a la otra, libreta en mano, para llenarla con dibujos de cada banda. Lástima, yo no sé hacer ni una línea.). Y lo cierto es que ahora estoy un poco confundida con este acopio frenético y esquizoide de sonidos, recuerdos y puestas en escena.

Vamos a intentar desenmarañar este ovillo pero primero quiero dejar claro un punto. Por motivos de afinidades y gustos personales, si bien asistía a las tres tarimas, siempre me quedaba enganchada mucho más tiempo con lo que estaba ocurriendo en el Escenario Lago y en el Escenario Eco. Y sí, el gusto tiene ese problema, no es objetivo. Hubo una primera franja desde la apertura a las 3 de la tarde hasta las 5:40 de bandas completamente desconocidas para mí. Salvo Rocka, el resto eran grupos que debutaban en Rock al Parque y uno podía percibir esa emoción que imprimen los nervios de la primera vez. Y es que otra de las virtudes de este evento es que opera como rito de iniciación para las agrupaciones. Ni falta hace que volvamos al hecho de que hay un antes y un después de Rock al Parque. Citando a las tías: “les pone peso en el culo”. En ese momento me encontré con el Profe (Álvaro González) de Radiónica quien me habló de lo interesante que se está cocinando en esta nueva generación. Otro de los rasgos fundamentales de este encuentro anual con la música es que amplía el rango de escucha del público: así que me comprometo a seguirle la pista a Mad Tree, Manniax, Lika Nova y La mano de Parisi.

A partir de ese punto fue cuando más lamenté no tener el don divino de la ubicuidad. ¡Qué bueno estaría eso de dividirse y poder bailar a tres ritmos en simultánea! Y si de bailar se trata, llegamos a la que fue mi banda del día: Jupiter & Okwess. Si no los conocen, háganse el favor de buscarlos ya mismo. Esta joyita nos llega desde la República Democrática del Congo y vinieron claramente a recordarnos las virtudes felices y democráticas del baile y la buena onda. Todos sus integrantes eran un espectáculo individualmente, así que ya se imaginarán si los ponen a operar juntos el tamaño del show. Jupiter, el líder de la banda, es una cosa loca en escena. Un momento cumbre fue cuando cantaron The World Is My Land y entre los muchos países que mencionan, gritaron «Colombia is my land”. Sí, mis queridos Jupiter y compañía, Colombia, es su tierra. Si bien no hacía falta la traducción, porque acá es donde se hace cierta esa frase de cajón de que la música es el lenguaje universal, la banda invitó a cantar a Rafael Espinel de La Chiva Gantiva (que vienen directo de Bruselas para presentarse por primera vez hoy lunes en Rock al Parque) quien sirvió como anfitrión y puente entre el público bailador y estos grandes congoleses. Por último, qué bello cierre con esa canción a cappella que nos dejó a todos con ganas de mucho más.

Cuando hablo del problema de la omnipresencia me refiero específicamente al hecho de tener que salir corriendo desde Júpiter para poder ver una banda que también viene de otro planeta. Me refiero a Inspector Cluzo, que nos llega de Gasconia o Gascuña (en español), que si bien queda dentro del territorio francés, dista mucho de comulgar con la política y los preceptos de la cultura francesa. Pero bueno, no podría hacer un análisis de las tensiones entre gascones y franceses, pero sí, puedo observar en esta banda el sentido más puro del rock. Como decimos acá: no le comen a nadie. Es una banda autónoma (en todos los sentidos), nunca han firmado con una multinacional sino que siembran, cosechan y venden para hacer su música. Y esa independencia hace que su sonido sea algo también muy propio. No le temen a la mezcla, a la combinación, a la creación caprichosa, al poder de lo aleatorio. Y en un mundo de sonidos tan prefabricados, limpios (o digitalmente ensuciados), lo orgánico e intuitivo es un acto de completa rebeldía. Además, la voz de Malcolm Lacrouts es un descreste, sube y baja como se le da la gana y a veces puede parecerse a Johnny Cash, a Sting, a Jack White, a Brad Roberts, a Dan Auerbach. Aplausos para esta granja del rock.

Volviendo al baile, Antibalas, la banda de afrobeat norteamericana con veinte años de historia nos movió con esa cantidad de excelentes músicos que inevitablemente me hicieron pensar que Fela Kuti estaba en el aire del parque Simón Bolívar. El Escenario Lago fue ayer el espacio en el que sólo había que dejar entrar la música para que ella hiciera lo suyo en el cuerpo de los espectadores. En el público se armaban ruedas, pequeñas pistas de baile donde cada quien se dejaba poseer por el sonido. Era imposible no hacerlo. Personalmente, debo admitir que las orquestas grandes me generan una suerte de fascinación. Tanto se teje ahí, frente a mí. Y en este caso, todos moviéndonos obedientes ante el influjo del hombre rosa. Otro baile -y muy distinto- ocurrió en el Escenario Eco cuando los chicos de HMLTD se tomaron la tarima. Estos artistas, que no pueden negar su origen británico, son un colectivo de glam punk. Por supuesto, la apuesta visual es alta y si a uno no le gusta la música bien se puede entretener viendo sus vestimentas. Allí, la cuestión del género no es una cuestión, lo masculino y lo femenino conviven con total desparpajo. Y su vocalista, Henry Spychalski guapo y atractivo, se apropia de cada pedazo de la escena desafiando a sus espectadores a seguirle el paso. Y para terminar el impulso dancístico qué mejor que cerrar con un Dancing Mood, bandota instrumental argentina que se ocupa de desactivar cualquier resistencia corporal. Otra orquesta numerosa que se tomó el Escenario Lago. Con su sonido impecable nos hizo gozar el ska que vuelve cada tanto la mirada al jazz y que bajo la dirección de Hugo Lobo nos recordó por qué es que acá en Colombia disfrutamos tanto esas propuestas que nos regala el sur del continente.  

Hablemos de las chicas. Candance Kucsulain, la vocalista de Walls of Jericho, es la tremenda peliroja que le pone la voz furiosa a esta banda de hardcore. Además es contundente al hablarle al público de cómo cada día es un ejercicio de lucha personal por hacer un poco mejor el mundo en el que vivimos. Habló de vivir en esa búsqueda continua por ser quien uno quiere ser, por verse como uno quiera verse. Y después nos invitó a todos a levantar nuestro dedo del medio contra aquellos que no comprenden y gritar FUCK contra ese mundo que sólo quiere controlar. Más tarde en otra parte del parque, en el Escenario Eco la gente se desesperaba porque las Pussy Riot nos contagiaran con un su actitud retadora. Hubo un problema técnico que hizo un poco más larga la espera y cuando finalmente comenzaron, arrancaron ya por el quinto punto de los 27 que componían su manifiesto. Lástima que no hayan traducido el texto al español, la abucheada de la gente se debía principalmente a no poder entender. (Lo que justamente daba la razón a los puntos del manifiesto en donde se hablaba del poder y la riqueza de unos pocos sobre otros, de las potencias mundiales y su imposición –incluso idiomática- sobre los países del tercer mundo). He leído comentarios que critican la presentación de este colectivo, a mí me resultó muy interesante, en cambio, tener acceso a esta puesta en escena que es performance, que es activismo político, que es movimiento y furia feminista, que es resistencia y que abre la puerta a lo queer (Lxs Tupamaras entran gritar con fuerza que empoderan a las maricas, las travestis, las lesbianas y en fin a su familia: los parias, los incomprendidos y rechazados). Me alegró poder tener en casa a las chicas que desafían a Putin y que han estado presas por hablar duro de política, religión y feminismo. Ellas lograron desestabilizar el control del Mundial de Futbol, el evento más importante en este planeta. En fin, me alegra porque creo, como las Pussy, que la vagina tiene mucho que decir y que va a ganar la carrera.     

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