Por José Gandour @gandour Fotos Karin Richter

Está claro. El Parque Metropolitano Simón Bolívar, en el occidente de Bogotá, se va a llenar (y bastante) el próximo fin de semana. Todo está programado para que Rock al Parque en su vigésima quinta edición esté hasta las banderas durante tres días y podamos ver en el periódico del martes la foto desbordante, tomada seguramente por un dron, acompañada de una nota que dirá, de manera exhuberante, que el rock se tomó a la ciudad. La misma nota afirmará que se oyeron los más intensos gritos de emoción, todo esto al compás de La camisa negra de Juanes o la frase ya convenida con alguna banda extranjera donde se asegura que la capital colombiana es la capital rockera del continente o algo así. A las pocas semanas nos desbordarán en Youtube, cada vez que queramos ver algún video musical, con la publicidad oficial, mostrando escenas palpitantes que comprobarán el alto número de asistentes que tuvo el festival y escucharemos las palabras del locutor diciendo «No más carreta. Bogotá se llenó de música. Hemos hecho la edición más exitosa de la historia de Rock al Parque. Gracias Enrique Peñalosa, alcalde de la ciudad». Todo, definitivamente todo, está hecho para que suceda eso. Habrá una gran fanfarría y, después de recoger el confetti, nada más sucederá. Sólo algunos, unas semanas después, preguntarán si todo esto sirvió para lo que tenía que servir o sólo para dar un gran espectáculo de campaña de salida de un burgomaestre que intenta desesperadamente quedar en la memoria de los más jóvenes de la ciudad.

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Ojo, desde Zonagirante.com nadie está invitándolos a no asistir a Rock al Parque ni mucho menos. Parafraseando al gran Diego Armando Maradona, decimos que la música, a pesar de todo lo que creemos que sucede tras bambalinas, no se mancha. Está claro que habrá grandes conciertos y momentos memorables que nadie querrá perderse. Nosotros, de entrada, estamos esperando la hora de ver a Cristina Rosenvinge, a Fito Paéz, El Gran Silencio, Eruca Sativa y otros invitados internacionales y, entre los locales, a Pornomotora, Morfonia, Tras las púas y Curupira, esperando otras sorpresas en el camino. Si, el capítulo 25 de Rock al Parque vale la pena, por su homenaje a viejas glorias y porque puede contener una que otra novedad que hay que confirmar en el escenario.  Igual, en la curación de esta edición, ante la necesidad de la foto del parque lleno, no hubo mayor riesgo en la selección de invitados, se va a lo seguro y hay poco espíritu de renovación de sonido, al contrario de lo visto en años anteriores. Eso lo lamentamos en tiempos en los cuales en América Latina vemos un constante fluido de nuevas e interesantes propuestas. Rock al Parque en 2019 tiene muy poco de vanguardia en un instante donde el continente está en uno de sus mejores momentos artísticos. Se prefirió hacer una programación de leyendas ya muy vistas en las mismas tarimas antes que ejercer una verdadera y empoderante curaduría que refrescara los oídos de los asistentes. Eso pasa cuando la primera misión de los organizadores, ante las imposiciones desde el Palacio de Liévano, es la aglomeración excesiva antes que la expresión cultural. 

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Lo que menos importa en esta edición de Rock al Parque es el talento distrital, no importa lo que digan. Se ve en el mismo porcentaje de participación de bandas distritales (26 de 72 agrupaciones presentes), en la comunicación sobre su selección y participación y en el plan de prensa casi inexistente para su promoción. A los artistas bogotanos se les trata como rellenos de la fiesta, como el mal necesario que tiene la ocasión. No hay una estrategia de desarrollo de la escena local, no hay un interés en fomentar verdaderos intercambios con otros movimientos desde la misma Alcaldía, ni un efectivo impulso de la circulación de dichos artistas alrededor de la misma ciudad. Hay tal despreocupación de parte de las directivas del ente organizador del festival por comprometerse con los músicos del medio, que los acuerdos logrados con otras esferas internacionales para traer proyectos de España y México, dejan mucho que desear a la hora de ofrecer bandas capitalinas. Aún en tiempos en los cuales algunos políticos le ponen color naranja a su discurso para hablar de industrias culturales, inexplicablemente no entienden que Rock al Parque no puede limitarse a ser un jolgorio de tres días donde se gastan millones y millones de pesos para llegar a la semana siguiente y olvidarse de quienes se quedaron y viven en esta ciudad haciendo música para sus habitantes. El Instituto Distrital de las Artes (Idartes), en su actitud constantemente cortoplacista y perezosa, sólo se está definiendo en sus actividades de entretenimiento, pero no construye economía cultural con futuro. Nos hablarán, ante el altísimo número de asistentes que tendrá esta edición del festival, de muchos números, muchísimos, pero las cifras que de verdad nos sirven no aparecerán ya que ellos aún creen que el Rock, y otras expresiones musicales, salvo muy pocos casos faranduleros, no puede hacer parte de un crecimiento exitoso que, además ayude a construir la paz.

Por último, perdón insistimos: Pedrina. Ante la falta de respuesta en las dudas que nos despierta su escogencia en la convocatoria de Shows Especiales para Rock al Parque, y la distracción torpemente planteada ante los interrogantes en la rueda de prensa efectuada en la Cinemateca Distrital, nos hacen sospechar de cosas que no nos gustaría pensar ni por el momento nos atrevemos a decir. Pero el manto de duda crece y analizando todas las posibilidades de justificación, bajo las reglas establecidas por la misma institución organizadora, no vemos cómo se acredita realmente la selección de una música de cuyas facultades artísticas no dudamos, pero cuyos procesos de participación en el concurso dejan muchas más interrogantes que certezas. No exageramos cuando decimos que eso si sería una mancha para todo el desenvolvimiento del festival. No todo vale, está claro, y menos con dineros públicos. 

 

 

 

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