Por José Gandour @gandour Fotos de Julián Gutierrez

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Y, jugando a meteorólogos en medio del peor momento del calentamiento global, nos dijeron que era mejor celebrar Rock al Parque a finales de junio, porque seguro íbamos a broncearnos ante tanto sol que cubriría el Parque Simón Bolívar. Claro, cómo no. Pero igual, Google nos dijo desde la mañana que las posibilidades de precipitaciones sobre la ciudad de Bogotá estaban en un catorce por ciento. Y nosotros los tontos que confiamos en las corporaciones del cyberespacio les creímos y nos fuimos a ver conciertos como si estuviéramos en el desierto. En fin, cayendo en el cliché de los noticieros televisivos, tuvimos una jornada pasada por agua, mucha, mucha agua. Y si uno se refugia en la carpa de Prensa del festival, y en medio de la congestión, la sobrepoblación, la oscuridad y el descuido del salón, se escuchan todas las historias sobre lo que sucede con la organización de Rock al Parque, lo que la relaciona con la escena local y los pormenores de tal o cual contratación. Algunas teorías de la conspiración que se pierden en las fantasías de ayer y hoy y denuncias concretas que definitivamente hay que revisar. Ciertos desinformados se enteran tarde que El Gran Silencio canceló su presentación y que, solución de último momento, han decidido aprovechar la presencia de Ruben Albarrán, cantante de Cafe Tacvba, para presentar lo que llaman un «No djset». Caras de desconfianza y otros diciendo «quizás salga con una locura interesante, al fin y al cabo es el hombre de los mil nombres, el de las pintas loquísimas, el original Cosme». No sé, debo confesar que desde 1999, cuando Cafe Tacvba y Molotov impidieron la presentación de Ultrágeno en Rock al Parque, yo le cargo bronca a esas bandas y en particular al señor Albarrán, pero, perdónenme, es un problema mío, exclusivamente mío. 

Antes de la lluvia he visto a Odio a Botero. La mitad de la gente los ama, la otra mitad los enfrenta con muchísimo desprecio. Yo me paro en el escenario Plaza a verlos, porque hace mucho rato no los pillo y algunas de sus canciones me divierten. Instrumentalmente es una banda con detalles dignos de admirar. Lo que pasa con ellos es que Odio a Botero intenta ser una banda graciosa y por eso no se nota claramente el poder sónico de su guitarrista. Jaime Angarita es un artista arriesgado con sus efectos, con su interpretación y con su intento de renovación de la palabra punk al etiquetar su estilo musical. Es dificil notarlo cuando lo que sobresale es el discurso rabioso/humorístico/sarcástico de René, que es lo que la mayoría del público que lo sigue pretende escuchar. A veces pienso que muchos aficionados a esta banda les gustaría escuchar un stand up comedy del líder de la banda, y quizás dejar de fondo, como acompañante ambiental, la parte instrumental como si nada. Alguna vez me gustaría escuchar un proyecto paralelo de Angarita, donde la risa no primara. En fín, el resultado de la presentación de Odio a Botero fue decente pero también predecible. Muchas veces las fórmulas graciosas tienden a agotarse si no renuevan el repertorio, y aquí está sucediendo algo parecido.

Después de la lluvia, ya cansados de escuchar todas las especulaciones del círculo periodístico, nos fuimos a la tarima Bio (anteriormente llamada Lago, un cambio que hace parte de las terquedades de la organización y que han confundido a los habituales del festival). Nos fuimos preparando para ver a La Vela Puerca, y nos encontramos con La Doble A, iniciando su presentación. Aquí comienza mi confesión del día: Yo padezco de una prevención terrible e injustificable con buena parte de las bandas rockeras de Medellín. Ojo, algunas de las agrupaciones de dicha ciudad viven del abuso de las fórmulas del pop punk y sus himnos a la selección y a cualquier héroe del momento (parecen la versión paisa de Los Oportunistas del Conurbano, ese fantástico sketch de Peter Capusotto) y son tan insistentes que contagian al resto de su combo. Ver a La Doble A fue un ejercicio de necesaria humildad y silencio de mi parte. Pensé durante todo su concierto «cállate, escucha, aprende, celebra». 

La Doble A asume seriamente su discurso político, palabras muy contrarias a lo que normalmente nos llega de Antioquia, territorio mayoritariamente uribista, anti procesos de paz, donde celebran con alboroto frases como «venga le doy en la cara, marica» y «a plomo vamos a defendernos». Serios, firmes con sus palabras, y sin caer en la sensiblería pastosa de los falsos propagandistas, y, especialmente, haciendo canciones redondas, fueron tragándose al público presente. Un performance que supo combinar el entretenimiento y la fortaleza de los argumentos, donde hubo tiempo de saltar, reir, lagrimear y celebrar estar ahí, en ese momento, con una agrupación que nos contaba su verdad y que asumía con madurez su papel en el escenario con toda la responsabilidad debida del caso. Un show inolvidable.

A continaución un rato de La Vela Puerca. No mucho, porque la verdad, la lluvia desgasta y (por primera vez en mi vida como director de Zonagirante.com voy a decir esto) ya no estoy para muchos trotes en el festival. Debo dosificar mis fuerzas y ver algo de cada show. Igual, sobre los uruguayos debo observar lo obvio: Son una máquina de hacer buena música y su formato de orquesta es brillante. Todas sus tonadas tienen el desarrollo exacto para emocionar a su audiencia y, después de verlos, espero que regresen pronto a tomar el sitio que les pertenece entre los aficionados de esta ciudad.

Poco más después, algo  de esto, un poco más de aquello. Aunque no crean, vi un rato a Pedrina. Sigo diciéndolo: No me gustó el proceso de inclusión de esta artista bogotana en el cartel del festival, siempre me olió mal el asunto y lo sigo diciendo. Nunca desde la organización tuvieron la decencia de aclarar el asunto y eso lo hace más sospechoso. Pero bueno, ahí cantó y hay que decir que tiene un par de temas que se dejan disfrutar.

¿Hoy, último día del festival? La misión es disfrutar lo que hay, casi sin pasar por el Escenario Plaza. Estoy más que seguro que la zona de prensa estará llena de sapos y vampiros que nunca han ido al festival y que se creerán los dueños del territorio. Habrá demasiados lagartos que irán por primera vez con la soberbia indebida a Rock al Parque, a decir que Juanes es el mayor valor rockero de este país, cantando sus baladas y sus carrangas de medio pelo. Desgraciadamente, por estas circunstancias, no podré ver a Fito Páez, porque el foso estará a reventar de este tipo de bestias que impedirán el trabajo fluído de la prensa. Ojalá no aparezca el Alcalde por ahí, con toda su comitiva, haciéndose el amigo del festival que tantas veces quiso acabar. Eso sería el caos. 

Igual, voy al Parque pensando en algo claro y teniendo, como dije hace unos días, imitando a mi amado Diego, al Dios imperfecto Maradona: No importando lo que digan los torpes y los politiqueros, la música no se mancha y mi intención es enamorarme de Christina Rosenvinge, cantar los clásicos de Pornomotora y esperar a que Babasónicos cante Los calientes, para que la gente se coma a besos esta noche, total nadie lo va a notar.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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