Por José Gandour @gandour Foto de Simona Malaika @simonamalaika

Mis gustos musicales personales se alejan mucho de lo que propone gran parte del catálogo metalero mundial. Eso no debería ser una revelación novedosa para los lectores de Zonagirante.com. Eso sí, tengo claro que todos los años asisto, asumiendo todo el respeto del caso, al primer día de Rock al Parque, jornada preferencialmente relacionada con los géneros más pesados.

Voy por varias razones. La primera: No me atrevería a decir que la gran mayoría de los rockeros bogotanos son metaleros, pero si definitivamente representan una porción importante de la población y siento que se les ha visto erróneamente por encima del hombro, por cuestiones clasistas, discriminatorias y hasta racistas. La segunda: En cada día de metal de Rock al Parque siempre hallo algo que contradice mis preconceptos, que logra divertirme o conmoverme, que me arregla el día y me pone de buen humor (Ayer fueron los españoles Angelus Apatrida, con sus canciones redondas, contundentes y su fácil comunicación con el público). La tercera: El periodismo del género, salvo las obvias excepciones, ha aprendido a ser más abierto, a conversar más fluidamente con el resto de los cronistas musicales de la escena, y se nota en su trabajo. La cuarta: En general, en estos fines de semana largos, en Bogotá no hay mejor plan que ir al festival, incluyendo, por supuesto, el día de inicio.

Igual, no deja de sorprenderme algo: Las masas asisten numerosamente a disfrutar del metal y reafirman su compromiso. Ayer al menos fueron cuarenta mil personas al Parque (una cifra menor a la de otros años, pero de todos modos impresionante) y yo vi cantar y celebrar las canciones de algunas agrupaciones locales, a la par de las invitadas internacionales más destacadas. Vi a la gente feliz con The Brainwash Machine e Implosion Brain, y sentí que tomaban su talento como propio. Pero luego, ese fervor desaparece y las masas no asisten a los conciertos privados y queda la sensación de haber visto un evento ilusiorio. Se puede pensar que al menos hay doscientos mil aficionados al metal en Bogotá (Pogotá! Pogotá! Pogotá!), pero ¿cuántas agrupaciones locales pueden convocar 500 personas en una presentación posterior de manera individual?

Yo no creo que el problema sea de dinero, ni de la idiotez que algunos afirman, diciendo que la gente está acostumbrada a ir a festivales gratuitos y que eso dañó el negocio. Yo siento que todo parte de no creer en el cliente y no convencerlo de manera efectiva. Claro, los que lo han intentado me pueden responder diciendo que yo no sé nada al respecto y que no he visto lo que han sufrido en sus actividades. Pero no creo que esta situación se solucione echándole la culpa al público. Cuando escucho esos razonamientos, casi siempre veo que llegan a finales de veneno espiritual, en los cuales quienes usan esos argumentos no hacen más que entorpecer el trabajo de otros.

Ayer vi la quinta edición de la revista Metal Live. Una edición tamaño bolsillo, de impresión elegante, con una muy llamativa selección de fotos, textos atractivos y una comprensión adecuada de la importancia de los representantes colombianos en sus páginas. Además, una destacada mancha publicitaria que debe mantenerlos a flote de manera tranquila, labor que no logran la mayoría de las publicaciones independientes. Vi la revista y sentí que sus responsables son parte de lo que puede ser el futuro próspero del Metal, de salir de conflictos innecesarios y enfrentamientos inútiles y trabajar con el verdadero potencial que tiene su escena en esta ciudad. Como Metal live, hay ejemplos para seguir con atención y no perder de vista.

A Bogotá le conviene tener una verdadera escena metalera, una que apoye a sus artistas, que asista a sus conciertos todo el año, que consuman su mercancía, que estén pendientes de sus noticias, que creen empresas independientes alrededor. Hacer todo esto es meterse en una necesaria misión inclusiva, donde toda la sociedad se ve positivamente afectada, sin importar si a tal o cual le gusta o no esa música. Vuelvo y digo, quizás me quede corto con la cifra de seguidores metaleros capitalinos, pero en la economía cultural y en la presencia de sus actividades en el calendario artístico no se refleja esa popularidad como es debido. Si esto no cambia, nadie se atreverá a decir que el metal desaparecerá de la ciudad, pero cada vez será más marginal y simplemente se convertirá en un refugio de quejumbrosos y resentidos. Y eso no le sirve a nadie.

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