Por José Gandour @zonagirante

Lo sé, más de uno de mis estimados amigos de la escena bogotana, esos que dicen no voy a los debates si no me pagan y que afirman que iría a pelear a puño limpio, cuando hace mucho tiempo no estoy ni con el físico ni con las ganas de hacerlo, debe estar pensando que yo estoy loco, casi al nivel del doctor Chapatín y otros personajes similares. En fin: la pregunta del título la formulo no para provocar controversia, sino para discutir algo más allá de la conformación del cartel del festival gratuito más importante que tenemos por estos lados, y porque hace parte de la política cultural pública de mi ciudad. Esta charla no involucra solamente a la escena musical de la capital colombiana, sino que directa e indirectamente afecta y contribuye a los demás actores implicados en la música latinoamericana. 

¿Por qué digo todo esto? Lo principal que hay que recordar, aunque sea una verdad de perogullo, es que Rock al Parque, como todos los festivales con ese apellido, se hacen con presupuesto estatal (plata de la Alcaldía de Bogotá) y que, hasta el momento, y espero que durante muchos años, son eventos gratuitos, de libre acceso, no importando los factores sociales, raciales, ni políticos de los asistentes. Es un certamen político (y no electoralista ni partidario) decidido y planificado desde los estamentos gubernamentales de la ciudad, y, más específicamente, desde el Instituto Distrital de las Artes (Idartes). Por tanto, discutir su curaduría no debería ser considerado un acto inútil y mucho menos ofensivo o invasivo en las labores de dichos funcionarios. Y como en cualquier decisión estatal, sea la que sea, puede hacerle la simple pregunta de «y eso, ¿para qué?». 

Ustedes, si me han leído, ya lo saben. Siempre he preguntado, con la más incisiva pero más sana de las intenciones, para qué sirve el festival. Y esa pregunta la hago, para que se entienda mejor, estando del lado de la escena musical bogotana, quien debería, por encima de todos los actores involucrados, ser la más beneficiada. El festival, como ha funcionado desde hace mucho tiempo, tiene como misión principal, entretener durante tres días cientos de miles de personas, que van a ver shows en vivo, y celebrar, como es lógico, la vida, sintiéndose complacidos de que la urbe tiene este tipo de actividades. Perfecto. Es loable, pero así como está diseñado, como lo hemos dicho en varias ocasiones, no le sirve para nada a los que se quedan, a los que tocan los otros 362 días del año por estos lados. No sólo dentro la confección del cartel terminan designando apenas un tercio (o menos) de participantes locales, sino que (y ese es el punto en cuestión en este artículo) la llegada de agrupaciones invitadas internacionales no suma en provecho del talento residente. ¿Por qué?

Me hago responsable de las siguientes palabras: Obviamente dentro de la curaduría del festival debe haber al menos un nombre muy atractivo en cada tarima por cada día de festival. Es decir, al menos nueve proyectos musicales de renombre que terminen de invitar al público asistente a quedarse hasta altas horas y mostrar, en la foto final, la cantidad de gente que asistió, ya que con eso nuestro burgomaestre y sus asesores sienten que todo se justifica. Listo, no hay problema. Pero, ¿y el resto? Recuerden, es un festival público y gratuito, aquí la cosa no es de recuperar dinero, es que sirva más allá del entretenimiento. Por tanto se puede jugar al riesgo de manera feliz, y además no sacar de vista la utilidad social y artística de cada convidado que convocamos.

No sirve de nada traer la banda punk inglesa de 40 años de historia, que ha  caído más allá de la etapa de decadencia normal de cada agrupación. o el grupo metalero  con décadas encima que ya ni siquiera hace parte de los espectáculos regulares del verano en sus países. Seguir jugando a la nostalgia, en lugar de mostrar el presente y el futuro es un tanto inutil. Y más cuando sabemos que el promedio de edad de los asistentes a Rock al Parque no supera la veintena y algo más de años. Seguir, a la manera del abuelo de los Simpson, balbuceando «esta agrupación que ha dado la vuelta al mundo durante medio siglo está haciendo su última gira y vienen a Bogotá antes de que uno de ellos se quiebre la cadera y no lo podamos volver a ver» es contraproducente. Es más, el único realmente favorecido de dicha operación es el vivo que hace de representante de dicha operación que se gana unos cuantos dólares a punta de una melancolía ficticia.

Entonces, regla número uno: Traer sonido fresco, actual, quizás mirando al porvenir, que tenga más qué enseñar, y qué mostrar de lo que pasa en el mundo. Eso le sirve al púbico y le sirve a los artistas. Y les doy un ejemplo contundente: En 2001, dentro de la genial noche de música electrónica mexicana que se realizó en el parque del Renacimiento, se presentó una agrupación de la ciudad de Monterrey llamada Kinky, que nadie conocía. Es más, si no recuerdo mal, era la primera presentación de esta banda fuera de México. Hubo un riesgo, se asumió la posibilidad de que no gustara. Ahora díganme si hay algo de qué arrepentirse. Las bandas y artistas que participan en Rock al Parque deben servir de inspiración y no para la morriña.

Regla número dos: Tenemos la posibilidad de posicionarnos, tal como debimos siempre desearlo, como el mejor punto de encuentro de la música latinoamericana. Pero no es simplemente invitando, como lo hicimos correctamente en el pasado, a las bandas más destacadas del momento en el mercado continental. Ese propósito ya se lo robaron las empresas privadas. Se trata de hacer una convocatoria abierta a todos los centros neurálgicos de este lado del mundo para que ofrezcan lo mejor de su comunidad artística y hagamos intercambios reales con dichas colectividades. Y antes de que farfulle cualquier tonto que afirma que en América Latina no hay nada del interés del sonido contemporáneo que pretendemos promocionar, lo invito a que revise todas las playlist que hemos hecho a lo largo de estos años para darse cuenta que estamos geográficamente en uno de los puntos de mayor ebullición musical del momento. 

¿Intercambios? Si, porque traer a una banda de nuestros países vecinos no puede ser un acto pueril, debe traer dividendos. Si traemos a tal artista de tal país, debe haber una reciprocidad para la exportación de nuestras bandas. Así de simple. No puede ser como alguna vez lo planteó un curador antiguo del festival, que afirmó haber hecho una negociación con los festivales españoles y que cuando se le preguntó que cuantas agrupaciones íbamos a llevar a la península ibérica, dijo que eso no hacía parte de sus funciones. ¡Fantástico propósito, amiguito!

Implementar estas políticas no solo ayudaría año tras año a promover nuestros artistas en diversos lugares del planeta, sino que le daría más argumentos a las instituciones administrativas organizadoras del festival a crecer en sus objetivos. Comprometerse a trabajar todo el año en cultivar el talento local con vista internacional es hacer verdadera industria cultural y salir del exclusivo papel de organizar eventos de entretenimiento para la ciudadanía. Es fortalecer un renglón de la economía hasta ahora bastante descuidado. El papel de la política estatal frente a la música no puede ser fatuo. Con un reenfoque necesario de la expansión de nuestras capacidades y nuestras necesidades  se genera trabajo, estabilidad, compromiso y paz. Estas advertencias no pueden caer en saco roto, menospreciando los valores y las posibilidades de la cultura y del arte. Para ello podemos ver ejemplos muy valiosos que vienen de Chile, Brasil, México y Argentina, donde están las instituciones de las cuales podemos seguir el ejemplo y crecer.

Finalizo, a manera de divertimento, armando una playlist de algunos de los invitados internacionales que me gustaría ver un día de estos (más pronto que tarde) en el festival. Artistas y agrupaciones que nunca han venido a este certamen. Su sonido es actual, tienen vigencia y especialmente futuro, y seguro su entorno está más que dispuesto a hacer negocios para la exportación de nuestro talento. Apenas una muestra, obviamente hay muchísimos más. 

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