Por José Gandour @zonagirante

¡Vaya Gandour, otra vez usted quejándose de manera absurda!. ¿No se ha dado cuenta que Bogotá tiene todas las semanas conciertos con los principales artistas del orbe y que son pocos los que no se han asomado por aquí? ¿No ha visto cómo los festivales al Parque tienen cifras impresionantes de asistencia, convocando agrupaciones internacionales que le gustan a todos y todas? ¿No ha visto acaso, señor Gandour, que hasta en los clubes de Chapinero y sus alrededores, reciben cada fin de semana a las bandas de vanguardia, las que son reseñadas en espacios tan prestigiosos como Pitchfork, NME o TimeOut, entre otros? ¿No está contento, amiguito, de haber visto en vivo a New Order y a NIN, dos de sus agrupaciones favoritas, en un escenario a pocas cuadras de su casa? ¿No se ha dado cuenta que el mercado del vinilo está en auge y lo que publican un día en Londres, Nueva York y Tokio, al día siguiente puede comprarlo, por la cuarta parte de un salario mínimo, en alguna tienda de moda de la Zona Rosa? ¿No reconoce que algunos de los más reconocidos expertos del mercado musical del primer mundo vienen a cada rato a iluminarnos con su sabiduría y darnos consejos de cómo llegar a los grandes escenarios norteamericanos y europeos? Usted es un ciego desagradecido, señor Gandour. Usted es un resentido.

Todo lo dicho en el anterior párrafo es cierto. Es evidente e ineludiblemente cierto, salvo lo del resentimiento, espero). Bogotá disfruta de más espectáculos masivos de música que nunca. Las franquicias de certámenes tipo Primavera Sound y Lollapalooza (con el nombre que sea) tienen fuerte presencia en la ciudad y son miles los que desde el primer día de apertura de boletería quienes adquieren sus entradas a través de créditos bancarios. Por otro lado, los festivales organizados por la Alcaldía atraen tanta gente que con el dron respectivo toman la foto en la hora pico y se ve el Simón Bolívar hasta las banderas. Es decir, nadie niega que los bogotanos y bogotanas quieren consumir música y atienden los conciertos que tanto la empresa privada como los estamentos públicos realizan. Y no estamos aquí para proponer un veto o censurar los emprendimientos culturales. Sería ridículo. Pero…

En marzo del año 2012 Bogotá fue declarada Ciudad creativa de la música por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco). Eso ya lo hemos contado en varias ocasiones a lo largo de estos años: Esta es una de las pocas urbes del planeta que ha recibido ese título. Se supone que dicho reconocimiento estaba justificado ante los esfuerzos que hacía la capital colombiana para el sostenimiento de las actividades artísticas dentro de todo su perímetro geográfico y el impulso de su talento local. Bueno, once años más tarde, las marquesinas de los auditorios y recintos se llenan de anuncios (viene Kraftwerk, viene Alicia Keys, viene Blur, viene Rosalía, viene Drake, viene la hija ilegítima del Papa Francisco y con ella el holograma de la Reina Isabel Segunda a tocar el ukelele), pero todo es para un mismo público, que tiene el dinero para adquirir los tiquetes o para endeudarse con confianza para asistir a los espectáculos. Es una minoría, y, siendo más claros en el término, es una minoría total que no alcanza a llenar un estadio tres veces, en una ciudad de casi nueve millones de habitantes. El producto que ofrecen los empresarios tiene carácter aspiracional. Ellos, sabiendo esto, lo venden (y ese es el lema de uno de sus festivales) como un «mundo distinto», un paraíso ficticio hecho para una élite económica a la cual se le ofrece «una experiencia» que en muchos casos, de manera filtrada y a veces no tan disimulada, se trata de disfrutar de los sonidos mundiales lejos de masas pobres y polvorientas. En dichos eventos, además, en altísimo porcentaje, las agrupaciones y artistas bogotanos invitados tienen horarios desfavorables y no se les paga ya que, como dicen los mismos responsables, es suficiente el dinero que van a recibir por la Sociedad de Autores para merecer una retribución adicional. Es un favor que tienen que agradecer los músicos locales, así que no debe haber motivo de queja. Finalmente, en lo que se refiere este tema, hoy por hoy, la más activa de las empresas organizadoras pertenece en su mitad más uno a un conglomerado mexicano que lo que menos le puede interesar es motivar la presencia y el buen trato de los representantes capitalinos en sus certámenes. 

Ok, cualquiera de ustedes podría argumentar a estas alturas que la misión de convertir a Bogotá en un verdadero punto de expansión musical para todos sus habitantes y promover la escena local desde sus raíces, con el subsiguiente crecimiento, en todas las capas sociales de la ciudad, del público consumidor, no le corresponde al sector privado. Ahí podríamos perder mucho tiempo discutiendo sobre la responsabilidad empresarial y esas cosas, pero hoy evitaré esa pelea, y quizás la proponga otro día. Hablemos entonces de las entidades culturales del Estado a nivel capitalino. Y es ahí donde les hago una pregunta: ¿cuántos de ustedes saben que el Instituto Distrital de las Artes (Idartes), ente perteneciente a la Alcaldía de la ciudad, tiene un presupuesto mayor al que le asignan al Ministerio de Cultura de Colombia? Buenísimo para los bogotanos, ¿no? Ehhhh…. ya después de ver los resultados, pondría en duda tanta alegría. 

Yo, y lo he dicho demasiadas veces, y disculpen la majadería, creo que las entidades públicas culturales están para fomentar y apoyar  los participantes activos de la realidad artística de la ciudad. Lo demás es la cereza del pastel. Yo insisto en que Idartes se ha dedicado a la parte más fácil y efímera de sus funciones, la de ser promotor de eventos, y ha dejado de lado, hace mucho tiempo, su principal labor que, debería ser la de sostener una verdadera industria cultural que haga que Bogotá sea un gran centro de arte y música, respetado en el mundo entero (¡cómo es usted de pretencioso y pomposo, señor Gandour!). Bogotá merece y necesita ser un punto referencial estable de orden global, basado en lo que puede producir y no solamente por lo que puede exhibir en sus escenarios limitados. Idartes se pavonea diciendo que llevó cientos de miles de personas a ver gratuitamente a Juanes, a Wilfrido Vargas, a Miranda!, como si su trabajo hubiera sido algo diferente a pagar lo que corresponde por dichos actos, subirlos a una tarima, abrir las rejas del Parque y dejar que todos entren. Se sabe que van a llenar, pero para ellos es una gran labor de curaduría, que viene a bendecir nuestros ojos y nuestros oídos con semejante regalo. Y al día siguiente, no pasa nada.

Una supuesta Ciudad Capital Mundial de la Música debería al menos asegurar un circuito de presentaciones en todos sus barrios para que cada semana que los vecinos, pagando o no, puedan asistir al crecimiento del talento de sus representantes culturales. Las autoridades estatales de la misma ciudad debería tener emisoras y canales propios para promover dichas artes. El (o la) burgomaestre a cargo debería incluir en el presupuesto general de la metrópoli que gobierna una partida para publicitar y promover las últimas publicaciones de los artistas locales en las plataformas digitales. Debería usar su Instituto Distrital de las Artes para abrir ventanas para aquellos proyectos con la suficiente calidad sean expuestos ampliamente, dar las herramientas para que haya difusión en la prensa y garantizar su derecho de exposición. Estaría bien que en cada barrio bogotano existiera al menos un estudio de grabación supervisado por las autoridades locales con las condiciones necesarias para que, con un crédito blando, las bandas y solistas que quieran registrar sus tonadas tengan oportunidad de ser oídos por la audiencia de su localidad y del mundo entero. La música hace parte de la economía, y puede ser un renglón importante para la creación de empleos, para el crecimiento de divisas y, añadido a eso, para crear un mejor clima social en la capital. Eso es industria cultural, amiguitos, no la estéril foto tomada desde las alturas que capta a la multitud vitoreando a una estrella que dirá «Gracias Bogotá, ¡ustedes son el mejor público que he tenido en mi vida!». Esa imagen solo sirve para sus englobados egos y para las anécdotas personales en las redes sociales.

En fin, disculparán este larguísimo discurso pero así estamos. Bogotá, y a más de uno le sonará absurdo lo que voy a decir, merece tener el nivel musical de Berlín, Ciudad de México, Buenos Aires y otros grandes núcleos poblacionales del planeta, pero eso no se alcanza simplemente con la llegada de grandes figuras a las que una pequeña porción de la ciudadanía tiene acceso. No basta con ser un punto más de comercio en el mapa de las grandes agencias de Los Ángeles o Nueva York. Se trata de crear un verdadero mercado interno, inclusivo, solidario y capaz de representar en unos años de forma efectiva a nuestra ciudad. No basta con ser eternos teloneros del gran show. Hemos sido perezosos y resignados, y le hemos comido demasiado cuento a unos supuestos especialistas que se la pasan en las ferias del ramo hablando de lo bien que estamos y de nuestro potencial, cuando la realidad es otra. 

 

 

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