Por José Gandour @zonagirante
Arte portada Zonagirante Estudio
Acudamos a los antecedentes, antes de que alguien se sienta insultado. El título de este artículo proviene de la frase «¡Es la economía, estúpido!» («It’s the economy, stupid!»), acuñada por James Carville, estratega de la campaña presidencial de Bill Clinton en 1992. Carville la utilizó como uno de los mensajes clave dentro del equipo de campaña para mantener el enfoque en los temas más importantes. La expresión se popularizó porque destacaba la importancia de la economía en la victoria de Clinton sobre George H. W. Bush. La exclamación, puesta en esta y otras variantes políticas más actualizadas, no pretende ultrajar la honra ni el intelecto de un oponente, sino, más bien, al contrario, reenfocar las acciones de pares, personas con quienes podríamos coincidir, para conseguir los resultados buscados.
Todo esto surge a partir de un hecho que no puedo dejar de calificar de pintoresco e innecesario. El sistema de medios públicos RTVC, entidad colombiana que reúne las radios y los canales de televisión del Estado, anunció hace unos días un gran concierto en Bogotá, a realizarse en la céntrica Plaza de Bolívar el dos de marzo, con el artista puertorriqueño Residente como único protagonista de la jornada (o, al menos, la publicidad nunca nos mostró otros nombres). El costo del evento superaba los 3 mil millones de pesos (un poco más de setecientos mil dólares), todo solventado con el apoyo del palacio presidencial. Obviamente, a los tres segundos, comenzaron las quejas y las denuncias de los detractores, algunos con argumentos válidos y otros con discursos oportunistas de aquellos que, cada vez que pueden, se comportan como la famosa señora que sale gritando en Los Simpsons «¿nadie quiere pensar en los niños?». Y, como para desligarse de semejante polémica, Residente, el protagonista del certamen, pocos instantes despues del anuncio de su show, canceló todo, argumentando que «en lugar de utilizar el dinero en un evento como este sentimos que es mucho más productivo utilizarlo para apoyar a los artistas colombianos y su cultura local».
Una vez se dió dicha cancelación, el secretario general de la Alcaldía de Bogotá, Miguel Silva, por un motivo que no he logrado entender, afirmó que dicha eventualidad no afectaría la realización de otros conciertos públicos y gratuitos, como Rock al Parque. Como respuesta no solicitada, inmediatamente salió Gustavo Petro, presidente de la nación, a dar en la red social X una especie de perorata anquilosada en los tiempos del hippismo, en la que exponía sus gustos musicales personales, disparando al aire llamativos aleluyas como «el potencial revolucionario del rock clásico, el sinfónico y el latino» y, para anunciar su desprecio por lo que llamó la cultura maiamiense, proclamó que lo que se relaciona con dicha urbe del Estado de Florida «no es cultura, es simple supermercado», Petro remató toda esta retahila asegurando que él fue quién propuso a la banda española Mago de Oz para el principal festival bogotano (¡Vaya por dios y la virgen María!). A continuación, en otro giro inesperado de la controversia, la Secretaria de Cultura de Bogotá, ente de la Alcaldía de la capital colombiana, del que depende el Instituto Distrital de las Artes (Idartes), encargado de la organización de los principales certámenes públicos de la ciudad, salió a desmentir al presidente por su supuesta recomendación de la agrupación hispana, y aclarando, con el presupuesto para la realización de Rock al Parque en 2024 en las manos, que el festival, próximo a cumplir 30 años, «es un logro colectivo que supera gobiernos». En fin, toda una telenovela turca donde Petro jugó a ser un insospechado martir de las causas rockeras y otros, en una discusión poco práctica, levantaron las banderas de eventos que han sido indiscutiblemente masivos, pero que, con el paso de los años, están más hechos para la tribuna que para cultivar la expansión de la escena musical.
¿Se han dado cuenta que en medio de esta discusión, todos hablan de «logros políticos» y de describir los recitales como elementos de motivación social, y nadie abre una necesaria conversación sobre las industrias culturales? No hay quién se tome en serio la participación de los actores locales en estos eventos o lo que pasa una vez recogemos el confetti de festejo de las masas y desmontamos los equipos del escenario. Ojo, yo creo que los conciertos multitudinarios son divertidos, y de alguna manera generan una emoción significativa para un público ávido de este tipo de espectáculos, pero apenas representan la cereza del pastel de todo lo que se puede y debe hacerse desde el Estado. Aquí se presumen grandes inversiones en actividades que se limitan a darle distracción ocasional a las multitudes, pero que se desvanecen prontamente. Son certámenes que se quedan en el momento y no bastan para edificar bases sólidas para los artistas locales en el desarrollo de un renglón de la economía que tiene un gran potencial y que, desgraciadamente, se observa con ignorancia y menosprecio.
¿Para que sirve traer a Residente (brillante artista al que respetamos mucho en esta página, vale la pena aclarar), gastando una plata que, como él mismo dice, puede ser destinada más inteligentemente para comprometerse, como es debido, con el presente y futuro de las expresiones contemporáneas del sonido colombiano? Y, cruzando hacia la acera de enfrente de la controversia, ¿en que termina de ayudar un festival como Rock al Parque, que costó en su última edición, según las mismos datos proporcionados por los organizadores, más de cinco mil millones de pesos (un millón doscientos mil dólares al cambio de hoy), si cada vez es menor la participación de las agrupaciones distritales por convocatoria (34% del total, la última vez), que, a su vez, se tienen que resignar a su papel de teloneros eternos en el festival de su propia ciudad, donde, además, ha mermado el esfuerzo de traer artistas internacionales con vigencia, con los que se pueda, de paso, fomentar intercambios con otras ciudades del mundo, contratando, en su lugar, a bandas cuyos miembros tripican en promedio de edad a los que asisten a estos conciertos, mostrando un catálogo de canciones que no se renueva hace décadas.
Hablando en serio: Creo personalmente en la participación del Estado en el desarrollo de la industria y la economía cultural (y en particular, la musical), más en países, como los latinoamericanos, donde hay gran aptitud y, desafortunadamente, limitada participación privada en el sector, por fuera de los monopolios multinacionales. Se trata de crear las condiciones para que la política cultural no sólo sirva para proteger las tradiciones y los aspectos folclóricos que le dan identidad a una nación. Debemos crear las condiciones para el crecimiento de la tasa de empleo en este sector y fomentar pequeñas y medianas empresas que saquen adelante este propósito. Apoyar y favorecer la difusión del talento de nuestro territorio, rompiendo con los esquemas impuestos por la estructura vigente de los medios de comunicación. Elaborar verdaderas leyes de la música, donde se hable de temas vitales, relacionados con el desarrollo de los derechos de los artistas en los espacios físicos y digitales. Gestar nuevas tarimas permanentes en espacios perisféricos, ignorados por los grandes empresarios del ramo. Se trata de generar un verdadero impacto social, impulsando, además, la sistemática exportación de todo el complejo arco de expresiones contemporáneas a los distintos rincones del planeta. Es invertir con claridad desde el erario público para que logremos márgenes de participación de la industria cultural en la economía nacional a la altura de nuestra capacidad.
Con una política clara desde el Estado, y no con diatribas innecesarias desde el sillón presidencial, conseguiríamos en unos años cambios sustanciales. Todo lo que se hace, incluyendo los mismos conciertos masivos, debe tener una utilidad, más alla de la celebración que se desinfla apenas se apagan los amplificadores y la gente se retira a su casa. Hay mucho por hacer, y no hay que perder tiempo en superfluas reivindicaciones discursivas. Y ya que hablamos de música, le comento, Presidente Petro, con todo el respeto del caso, que hay muchísimos proyectos de habla hispana mucho más interesantes, y más baratos que estos piratas hispánicos, embajadores del mal gusto que usted promociona. Para comprobarlo, lo invitamos a consultar nuestra página.
También le sugerimos que converse al respecto con su amigo, el presidente chileno Gabriel Boric, y aporveche a preguntarle cómo ha crecido en los últimos años la música independiente en su país, con las inversiones públicas debidas. En un gran ejemplo a seguir, se lo aseguro. Ah, y de paso, pídale que le muestre su colección de discos, para que deje de adorar a Mago de Oz, que, siendo brutalmente sinceros, vienen a ser los Locomía del Heavy Metal, pasados de kilos y de malas nostalgias.
En fin, fuera de bromas, es hora de actuar con más inteligencia al respecto. Insisto, con toda la amabilidad y consideración del caso: ¡Es la industria cultural, estúpido! Lo demás es humo.