Por equipo de Zonagirante.com @zonagirante

Arte portada Zonagirante Estudio    

Otra vez, comencemos

Nos lo preguntan con frecuencia, como si hubiera que justificar la existencia de la música que se hace en nuestros barrios. La respuesta es obvia: claro que vale la pena. Pero la pregunta correcta no es esa, sino cómo se debe invertir y qué compromisos deben asumir quienes lo hacen.

El sector privado: más que poner el logo

No basta con poner un poco de dinero y después inflar el ego corporativo porque su marca aparece en una tarima. Si el sector privado quiere hablar de compromiso social con la cultura, debe entender que la música independiente no es una estrategia de marketing, es una necesidad colectiva. La inversión debe ir más allá de lo cosmético: apoyar procesos de formación, financiar grabaciones, giras locales, intercambios regionales. Y ojo: no hablamos de caridad, hablamos de responsabilidad.

El sector público: desde el barrio hacia arriba

El Estado no puede limitarse a organizar festivales gigantes una vez al año y luego olvidarse de todo. El compromiso real empieza en el barrio: auditorios en múltiples zonas de la ciudad, abiertos todo el año. Estudios de grabación comunitarios, programas de formación para músicos jóvenes, campañas de difusión del talento local en medios públicos. La cultura es un derecho, no un accesorio. Queremos ver inversión en infraestructura, en educación y en difusión, no solo en tarimas que duran tres días.

¿Qué debe esperar a cambio?

Ni el privado ni el público deben esperar réditos inmediatos como si se tratara de una campaña de ventas. Lo que se gana es más profundo: una ciudadanía más conectada, más creativa, con más espacios de encuentro y menos espacios de violencia. Y sí, eventualmente eso se traduce en economía, turismo, orgullo ciudadano. Pero si solo invierten pensando en cuánto venden al mes siguiente, mejor que no se acerquen.

Tecnología y colectivos: la médula del asunto

La tecnología es autopista, no destino. Sirve para grabar, distribuir, conectar, aprender. Pero la verdadera chispa ocurre en los colectivos: allí se comparten saberes, se intercambian tips de software libre, se organizan toques, se arman redes de colaboración. Los colectivos son la médula del asunto: la música no se hace sola ni encerrada, se construye en comunidad.

¿Es rentable resistir?

La resistencia suena romántica, pero también puede ser estrategia. Resistir es negarse a que la música se vuelva un producto de catálogo impuesto por algoritmos. Resistir es apostar por la autenticidad, aunque cueste más. Y sí, desde esa rabia, desde esa terquedad, puede nacer algo más sostenible que cualquier contrato corporativo que convierta al artista en un número. La rentabilidad aquí no es solo dinero: es identidad, es comunidad, es la posibilidad de que la música no se convierta en ruido de fondo.


Con dibujitos sería más fácil, pero…

Ahora va la versión karaoke: queremos auditorios, queremos estudios, queremos canciones que suenen en nuestros barrios. Queremos que los públicos crezcan, que los artistas se multipliquen, que la música siga siendo un acto de resistencia y de fiesta.

Porque invertir en la escena independiente local no es un lujo: es una apuesta por el futuro de todos.

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👉 “Y como no todo se queda en teoría, aquí va música fresca: nuestra playlist Mujeres, con 40 canciones del talento independiente femenino latinoamericano. Pruébenla, súbanle el volumen y cuéntenle al barrio.”

 

 

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