Por José Gandour @zonagirante
Arte portada Zonagirante Estudio
Por estadísticas que me pasa por Whatsapp un amigo, me entero que buena parte de la población latinoamericana que vive en Estados Unidos (especialmente los hombres) ha votado por el mismo que insistentemente ha dicho en sus discursos que los inmigrantes portan malos genes y contaminan a los norteamericanos. Votaron por el mismo personaje que patrocinó a un comediante que, de manera desvergonzada, hizo un mal chiste al balbucear que Puerto Rico es una isla de basura en medio del mar Caribe. Eligieron al hombre naranja que vocifera que la oleada de inmigrantes que «invade» a su país son, en su mayoría, violadores, asesinos y miembros de pandillas peligrosas. Votaron con la ingenuidad con la que un judío hubiera elegido a Hitler en 1933, creyendo que, luego, podría hacer parte de las SS en próximos días. Como dice el viejo meme que viene circulando hace años por ahi, si hubiéran sido los dinosaurios, seguro votarían por la llegada de los meteoritos al planeta, creyendo que no les haría daño.
Así somos. Una porción muy grande de los que decimos ser latinos menospreciamos nuestros orígenes, nuestros colores, nuestros vecinos, y nos confundimos frente al espejo, jurando que somos menos negros, indios o criollos que los que nos rodean. Ejemplos hay un montón. Están aquellos dominicanos que detestan a los haitianos que huyen del hambre. Los colombianos que desprecian a los venezolanos, así como, hace varias décadas, los venezolanos que discriminaron a los colombianos que llegaron a sus tierras. El chileno que mira por encima del hombro al boliviano y el argentino que se burla del paraguayo. Somos el mejor ejemplo de mestizaje del mundo y, sin embargo, nos autoflagelamos negando la puta realidad. Somos racistas contra nosotros mismos. Somos autodestructivos. Nos comemos los peores cuentos. Somos arribistas y eso lo saben ellos, y se ríen de nosotros.
Ya, suficiente descargo contra los vendidos, los que se dejaron convencer a través de los pastores de las sectas evangélicas que era escoger entre Trump y el diablo (¡vaya ironía), aquellos que reniegan del feminismo porque les ofende que se usen pronombres más igualitarios y exigen unos obvios derechos. Aquellos que juran que el autócrata no va a hacer nada de lo que dijo y que luego verán a los suyos subidos a la fuerza en un autobus que los dejara tirados en la frontera. Ya, basta. Ahora hay que hablar en serio y comprender quienes somos y adonde vamos.
No, no me atreveré a darles un discurso de unidad hippie en el cual nos abrazamos y escuchamos a Violeta Parra. Pero si debo advertir una flagrante contradicción: Queremos que nos respeten, pero nosotros no respetamos. Queremos que nos compren lo que hacemos, pero no consumimos lo que hace el de al lado. Decimos ser latinos pero no aceptamos nuestra diversidad, consumimos solo lo que el cliché en el que nos hemos convertido produce, bajo las directrices de las corporaciones, las que dificilmente dirigen los que nos comprenden. Para muchos de los nuestros, somos Carmen Miranda, con un tocado de bananos en la cabeza, creyendo las trescientas personas que nos pueden ver en Iowa son mejores que las cinco mil que nos celebran en Bogotá. No sólo es un concepto que va en contra de nuestra autoestima, sino que, además, es un mal negocio, porque negamos nuestro mercado natural.
No podemos seguir con esa vocación de colonia, creyendo que Elon Musk nos viene a salvar. Nadie está diciendo que dejemos de escuchar a Beyoncé, Taylor Swift, Foo Fighters, Pearl Jam. No. Tampoco que apaguemos Netflix o Max. Más bien lo que les propongo, de manera ingenua pero sincera, es que comencemos a comprender dónde estamos parados, de dónde venimos, y conozcamos a los que conviven en nuestro entorno. Si nos fijamos bien nos daremos cuenta que tenemos una escena cultural rica y diversa, y un gran espíritu de emprendedores y, por otro lado, mucho desconocimiento de lo que somos y podemos dar. Nos han enseñado a odiar a los que nos parecen, teniendo como resultado que atentemos contra nosotros mismos. Tenemos mucho en común, especialmente las necesidades y los deseos de salir adelante. No somos como Trump y su pandilla fascista, y nunca lo seremos, por más que Milei, Bolsonaro, Kast y otros insistan en ello. Dejemos de mirar al cielo en busca de meteoritos.