Por José Gandour @zonagirante

Arte portada Zonagirante Estudio 

Vamos inicialmente con dos verdades innegables. La primera es que, no importa lo que yo escriba sobre los masivos festivales privados, aquellos que son producidos por por grandes empresarios (lo de grandes lo digo por el tamaño, no por alguna apreciación cualitativa), a ellos les va a entrar por un oído y les saldrá por el otro. La otra verdad irrefutable, es que, por más palabras de crítica vaya a lanzar contra este tipo de eventos, algunos de los momentos más emocionantes de mi vida los vivi asistiendo a este tipo de espectáculos, viendo y escuchando bandas que marcaron mi vida así, de frente, y disfruté cada segundo de sus conciertos. Lo que voy a decir no va en contra de los artistas que, a la hora de la verdad, siguen siendo, en la mayoría de los casos, la cadena más frágil de un negocio que, lejos de ser romántico, es una estructura maltratadora e injusta. Comencemos:

– Uno de los factores menos importantes del negocio de los festivales es la música.

Esa imagen vieja donde el organizador de un evento de este tipo hacía el esfuerzo de completar un cartel de músicos y bandas que tuviera un atractivo particular, por cuestiones de sonido, de coherencia artística, de identidad intelectual ya no existe, y, si aceleramos nuestro sarcasmo a niveles más altos, quizás nunca estuvo ahí. ¿Hay excepciones? Quizás, pero la verdad los festivales con grandes letras en la marquesina son una suma de nombres que convocan un número de aficionados determinado, que se adicionan a otros que no tienen nada que ver y punto. No se confundan, esto no es un discurso idílico de tolerancia y diversidad, y de mostrar que la gente ya descree de etiquetas y sigue lo que suena en el viento y ese tipo de bobadas. En muchos casos no hay curaduria. Llámenme ingenuo y hasta imbecil funcional al anticapitalismo o cosas por el estilo, pero juntar, por que si, a, por ejemplo, Galy Galeano con Tool, es un oportunismo chabacano. Yo no tengo problemas con ninguno de los seguidores de estas propuestas sonoras, pero aquí se nota el hambre de los promotores, haciéndose los liberales y comprensivos. Muchos de estos festivales nacieron con una idea bonita (defiendo el valor de esta palabra, sin caer en la cursilería) de llegarle a un público que necesitaba comprobar su existencia y su tamaño, siendo despreciados por los grandes medios, y ahora son simples comodines de una transacción económica, para completar una tabla de excel como si nada.

– Ahora la mercancia en venta es «la experiencia»

Hoy por hoy ir a este tipo de festivales es como ir a un gran centro comercial al aire libre, donde la música es un ruido de fondo al cual, de vez en cuando, le ponemos atención. En este tipo de ágapes, lo más importante es que lleves tu celular, y como zombie tomes todas las fotos y videos que puedas, y añadas el hashtag #melaestoypasandobien, o #produzcoenvidiaalosquenovinieron y ,en lugar de ver el concierto de tal o cual artista, te dediques a grabar  unos cuantos segundos y, con ello, reportes tu presencia en el lugar. Ya pagaste la entrada, ahora, sin darte cuenta, le estas pagando con tu interactividad en las redes sociales, a los sponsors que pusieron en tus ojos la coca cola de turno, la cerveza multinacional, la ropa «deportiva» de las tres tiras que hace juego con tus audífonos, el banco que te permitió pagar la carísima boleta en varias cuotas, etcétera, etcétera, etcétera. Sin darte cuenta, pagaste más de lo que salió de tu bolsillo. Una aclaración: Insisto, entiendo perfectamente las circunstancias y las necesidades de convencer patrocinadores para financiar estos conciertos, pero lo que menos te venden es la música. Lo que estás comprando es la posibilidad de hacerte una selfie frente a una tarima donde está tocando alguien del cual, en la mayoría de las veces, no te vas a acordar de su nombre.

-La «experiencia» es discriminadora

Yo sé que muchos de ustedes van a un festival porque va a tocar uno de sus artistas favoritos, y han ahorrado para hacer de ese instante uno de los mejores de su vida. Yo vi a New Order, una de mis agrupaciones favoritas de todos los tiempos, dos veces, y debo confesar que la primera vez, sin darme cuenta, llore de la emoción apenas sonó Regret. Pero este tipo de certámenes, desgraciadamente, convoca gente que sólo quiere estar ahí por cuestión de status, advirtiendo en su discurso que pagan para no juntarse con aquellos que «contaminan» los festivales gratuitos. «Es un mundo diferente», dicen, repitiendo el lema de uno de estos eventos, y es ahí donde se juntan con «iguales», donde «el aire es más puro», donde «te puedes tomar un whisky sin que algún despreciable te moleste», «donde todo suena mejor, aunque nosotros no les estemos parando bolas al músico». La «experiencia» es discriminatoria, aspiracional y después de unos días, es una nube de humo que se disuelve rápidamente. Igual, como decía el genio de Diego Armando Maradona, «los boludos son como las hormigas, son un montón y nunca se van a acabar», y eso lo saben los empresarios.

-No es lo mismo venir de afuera que ser artista local.

Nadie es profeta en su tierra, por ahí dicen. Pero jugar de local en un festival significa muchas veces pasar penurias, ser maltratado y, en muchos casos, no recibir el pago correspondiente. Uno de ustedes dirá, con justa razón: «Gandour, alguien tiene que abrir el evento, y nadie está obligado a ir desde el comienzo». Obvio, y ese papel le corresponde a aquellos que se están abriendo camino en la industria musical. Totalmente comprensible. Pero es tan común  escuchar que «por falta de tiempo», estos artistas se ven obligados a dar su show cuando aún no han abierto las puertas del recinto. Otros se suben a tarima sin haber probado sonido, o cambiando sus planes porque llegó la banda estrella y exigió que nadie mueva sus instrumentos. La mayoría de estos novatos escucha el falaz argumento de que la organización no les va a pagar, porque «les están dando una oportunidad que nadie más les va a brindar» y que, al fin y al cabo, la sociedad de autores, que recauda por el uso de las canciones en el evento, les va a abonar lo que corresponde. Y, en los peores ejemplos, el productor del festival reclama su parte al artista, ya que «es injusto que quien puso todo el dinero se quede cruzado de brazos frente a semejante impuesto». Eso si, a ninguno de estos personajes se le vio haciendo la misma triquiñuela con los headliners de su programación.

-¿Y las mujeres?

Claro, las estadísticas han mejorado, pero sigue siendo tremendamente minoritaria la participación femenina en la configuración de los certámenes. Hay la inexacta creencia que las mujeres convocan menos gente que los hombres. Y es ahí donde Zonagirante.com reivindica su convicción de que gran parte de lo más interesante de la música de hoy se hace del lado de las mujeres y de las disidencias sexuales. Hay mucho que trabajar al respecto.

-¿Las mejores presentaciones de los artistas se dan en los festivales? No.

Bajemos un poco el volumen de nuestra algarabía, y admitamos que, si uno va por el interés musical a estos espectáculos, planifica un recorrido y trata de ver la mayor cantidad de recitales posible. Pero, por evidentes razones, tiempos, estructuras y presupuestos, el mejor show de la mayoría de los artistas no será observado en estos lugares. Como anécdota personal, escuche a Trent Reznor, en su presentación con Nine Inch Nails en Estereo Picnic, exclamar que esa había sido el peor show de su vida, por todos los problemas de sonido y luz que tuvo en tarima ese día. Si tienen la oportunidad de ver a sus bandas favoritas en otro tipo de escenarios, mejor. Además, no tendrán que soportar al despistado que, en medio del himno que siempre quisiste oír en boca de tu ídolo, preguntar quién está tocando o diciendo que no entiende nada y que se está aburriendo.

-Por último, los periodistas

Nadie está obligado a acreditar a los medios para asistir a los festivales. Eso es una verdad de perogullo. Pero tampoco el empresario tiene el derecho a maltratar y exigir tonterias a quien quiere reseñar el evento. Una cosa es pasar el filtro de las acreditaciones y contarle al organizador que piensa hacer uno durante el certamen y otra cosa es soportar al empresario en sus ridículas exigencias, como si uno fuera su promotor y no alguien que quiere cubrir dicho acontecimiento. De eso se han olvidado algunos «colegas», cuya dignidad se vende fácilmente por una credencial. Ellos ya sabrán que hacer con su vida.

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¿Dije demasiado? Lo lamento. Creo que hay otras formas de hacer las cosas, y que le sirven a todas las partes. Es un negocio, pero puede tener un mejor sentido de ética, de oportunidad y de gusto. Creo que la participación privada en la industria musical es esencial, pero todo lo que está sucediendo nos conduce a la triste conclusión que la música en vivo se ha vuelto un bien de poquísimos y que la gran mayoría de los músicos pierden con los daños que se infringen a los circuitos locales. 

¿Qué hay que hacer, entonces? Impulsar a que la misma comunidad artística se junte y arme las activades que necesitan en conjunto, para crecer, y lograr, de manera colectiva, ser cada vez más independientes de lo que le imponen los empresarios. El camino es largo y con muchas decepciones, pero no hacerlo es depender de gente que no tiene el mismo afán que la escena musical.

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Nos dio por fantasear, y usando las herramientas que tenemos en Zonagirante Estudio,  imaginamos festivales con una curaduria divertida e hicimos el diseño de sus afiches. Gracias por su atención.

 

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