Por José Gandour @zonagirante
Hoy cumple años Bogotá, y la verdad es que hace rato estoy pensando muchas cosas sobre el ambiente musical de la ciudad, sobre sus políticas públicas, y pensando, como siempre, las posibilidades de realmente convertir esta ciudad en una capital internacional de la música. Y decidí recuperar un viejo artículo que escribi durante 2019, que he revisado y actualizado para hablar del tema. Siento que mucho de lo dicho en esa fecha sigue siendo válido y puede servir aún para instalar la conversación. Aquí vamos:
Disparo, y espero me comprendan, un serie de críticas en las que explico porque creo que Bogotá es una ciudad con un gran potencial en la parte musical que no termina de explotar. Si, hay un montón de conciertos internacionales, que el público de la urbe agradece, pero todavía hay fuertes falencias a la hora de relacionarnos con el talento local. Todavía, en muchos casos, sigue la escena capitalina siendo, con excepciones notables, una camada de artistas que no entran en la repartición de la torta. El público consumidor de música contemporánea no sabe casi nada de todo el panorama sonoro de esta ciudad. Y en eso han ido, desde hace un buen rato, perdiendo la carrera los estamentos estatales. Alguién inmediatamente saltará a decirme que lo que digo es una blasfemia, que han ido creciendo la oferta, que al catálogo de festivales al parque, le añadieron joropo y vallenato, pero, sin animo de insultarlos, esos son propuestas que solo cierran pequeños huecos entre distintas comunidades de nuestro perímetro geográfico, pero no cumplen con la verdadera labor de hacer crecer de manera efectiva la cantidad de personas que deciden asistir y escuchar algo diferente a lo que su tribu urbana le ofrece desde siempre. Somos diversos, pero separados, y eso es un desperdicio inmenso.
Bogotá necesita más festivales públicos de gran tamaño, con espíritu ecléctico, abierto a todas las edades, a realizarse durante fines de semana largos, con diferentes tarimas, todas ubicadas en el Parque Simón Bolívar, donde se demuestre a ciencia cierta lo variada que es la música en la capital colombiana y confirme su ánimo creativo y experimental. Todo esto estaría pensado para bien de los ritmos folclóricos nacionales, el jazz, la salsa y, por otro lado, aquellas expresiones sonoras que dejamos por fuera, a la hora de ponerle el título de «Al parque», de los eventos organizados por la Alcaldía Mayor.
A la altura de 2015, si no me falla la memoria, después de un tiempo intenso de preparación, el equipo de trabajo de la gerencia de música del Instituto Distrital de las Artes (Idartes) presentó al director del estamento de ese entonces una idea interesante en la cual se proponía juntar tres de los cinco festivales populares del momento organizados desde sus oficinas, en procura de un resultado que fuera mas allá de la suma misma de espectadores. Se trataba de meter en un mismo fin de semana largo, de la misma forma que lo hace Rock al Parque, los festivales de Salsa, Jazz y sonidos colombianos. Se trataba de un evento con un futuro de seguro crecimiento, ya que hubiera sido un certamen de sonido abierto, que buscaría evolucionar acorde a lo que se producíría musicalmente día a día, sin necesidad de encerrarse en las etiquetas, y donde, por fín, podrían caber los géneros urbanos despreciados por los ámbitos tradicionales y donde, al mismo tiempo, la experimentación y las nuevas tendencias podrían tener una vitrina interesante. Un festival para toda la familia, con una riqueza de texturas sonoras sobresaliente, que, a la vuelta de unas pocas ediciones, tendría la posibilidad de convertirse en el evento de mayor convocatoria de la ciudad y, por que no decirlo, de mayor relevancia internacional. Todo esto, bajo el nombre de Bogotá Suena.
La idea era buena, pero llegó a manos de un director poco capacitado para ejecutarla. La idea fue aceptada, pero nunca se consultó a los distintos gremios musicales para acompañarla. Fue lanzada con un simple resumen de prensa, a destiempo, de forma confusa y con todos los errores posibles en su redacción, sin, además, un respaldo inmediato de los mismos promotores para defender el concepto. Lo que hubiera podido ser una ceremonia que convocara al entusiasmo y la celebración, con todos los argumentos y herramientas de presentación a su favor, fue una exageradamente tímida carta enviada a deshoras a los medios de comunicación. Eso lo único que provocó fue desaliento y rechazo. Y ante las críticas generadas por algunos músicos y periodistas que nunca entendieron lo que pasaba, Idartes se encerró en el silencio, sin nada que responder. Todo se empeoró cuando el Alcalde de aquel entonces, Enrique Peñalosa, que no sabía nada del asunto y al que no se le había contado de qué iba todo este proyecto, fue a una entrevista televisiva con María Jimena Duzán, creyendo que iba a hablar de movilidad y otros problemas de la ciudad, y se encontró debatiendo sobre el fin de Jazz al Parque, no teniendo en cuenta que Duzán es la esposa de uno de los jazzistas más reconocidos del país, Oscar Acevedo. Las respuestas del burgomaestre fueron penosas, ya que, en lugar de aceptar su desconocimiento en la materia, se puso a decir cualquier barbaridad al respecto.
Como consecuencia de ese desencuentro vino el llamado del alcalde al equipo de Idartes de ese entonces para reclamarles el por qué de dicha desinformación y la cancelación inmediata de Bogotá Suena. A los pocos meses, después de varios actos fallidos durante su administración, el entonces director de Idartes fue destituido. Desde entonces, han sobrevivido los tres festivales al Parque nombrados (Colombia, Jazz y Salsa), de manera individual, convocando en cada caso una minoría especializada en cada género, sin provocar inteligentemente el crecimiento significativo de una nueva audiencia.
Estamos en 2024 en una ciudad cosmopolita, de ocho millones de habitantes, con ganas de demostrarle al planeta de qué está hecha. Bogotá necesita actividades musicales donde, de manera masiva, el público, de manera gratuita y abierta a todos los estratos sociales, escuche la música del mundo en su más destacada amplitud, al lado de los artistas de nuestros barrios. Donde, en un mismo día, en una tarima pueda ver a Wynton Marsalis e Inner Groove, en otra a Herencia de Timbiquí y Ana Tijoux, y en otra a La 33, y en medio de todo eso, t Tego Calderón, Rosalía, LCD Soundsystem y Julio Victoria. A algunos les parecerá un revoltijo sin forma (un sancocho, dicho de manera criolla), pero lo que estamos haciendo ahora no termina de servir, no va para ninguna parte y no favorece ni siquiera a los géneros que ahora están de moda. Todavía la audiencia bogotana ve al Jazz como un estilo lejano, incomprensible, hecho para una élite pretenciosa. A la Salsa se le observa como una categoría artística vetusta, que ha perdido vigencia y que sólo convoca masas cuando viene una figura clásica a los escenarios. Colombia al Parque tiene fundamentos interesantes, y la curaduría mejora año tras año, pero no termina de convencer a la hora de reunir la masa de asistnetes esperada. Un festival unificado, a la vuelta de un tiempo, lograría hacer crecer de verdad el interés por lo que se hace en esas esferas y, de paso, daría nuevas claves para resolver el panorama musical de la ciudad.
En ese entonces se despedició la oportunidad de desarrollar este proyecto, que hubiera podido ser su gran contribución a la cultura de la capital colombiana. El portafolio de artistas que tiene esta ciudad y que, principalmente se muestra en lugares alternativos y en escenarios reducidos, es prolifico y cautivador. Y si sólo dependemos de lo que hagan un par de empresas privadas organizadoras de eventos con tiquetes imposibles de adquirir para la gran mayoría de la población, y donde los representantes colombianos aducen de falta de atención e incumplimiento de requisitos para sus presentaciones, no habrá progreso. El talento local, lo he dicho muchas veces, es un relleno dentro de los grandes espectáculos, y su inclusión, en esas condiciones, no ayudan para nada a fortalecer nuestra escena. Hay que fomentar vínculos, seguimientos de actividades durante todo el año, meter dinero y estrategia en la promoción de la comunidad artística y pensar en términos de industria cultural de verdad.
Es hora de darle a la ciudad desde la Alcaldía Mayor herramientas efectivas que pongan aún más en el mapa a Bogotá. Dejar la pantalla y el discurso farandulero, y más bien implementar políticas claras para crecer de verdad.