Texto y fotos por Simona Malaika @simonamalaika

La emoción de ver al señor Celso Piña en la tarima de Rock al parque fue incomparable, no sólo por la admiración que tengo por este maestro sino por el hecho de estar en La Media Torta, espacio de mis amores musicales, un sitio antes vetado para estas músicas tan sabrosas, por decirlo menos.

Después de mucho esperar y ver propuestas algo densas y romanticonas para mis oídos, entró un grupo de músicos que ya empezaban a llenar el corazón de alegría. La segunda voz (gran animador) presentó a la Ronda Bogotá,  quienes silenciosos empezaron a calentar la entrada del rebelde del acordeón. Desde ahí empezó un recorrido musical desde Monterrey hasta la costa caribeña colombiana que no sólo contenía cumbia, como es habitual en Celso, sino con vallenato (y vallenato del bueno). Con esa música que nuestros papás bailaron, Celso dio uno de los más bonitos homenajes a la música tradicional de Colombia, país que este músico lleva en el alma. Se le nota en cada tonada, en cada palabra y en el orgullo con que interpreta un instrumento que por mucho tiempo fue relegado de los sonidos contemporáneos en Colombia y que gracias a su carisma y a un grupo impresionante de artistas lo han logrado llevar alrededor del mundo, convirtiéndose en un representante de toda una cultura y un embajador de la música latinoamericana.

El poder que tiene Celso Piña en el escenario es conmovedor. Este señor con su sonrisa logra transmitir amor. Escuchar Macondo o Los caminos de la vida de esa voz  es especial.  Oir esa cumbia que es una revolución, una versión avanzada, pesada, rasposa y roñosa (como el mismo dice) es un experiencia maravillosa. 

Los clásicos como Cumbia sobre el rio o Cumbia poder no podían ir sin Pato Machete quien le da ese toque callejero y rudo que ya se volvió indispensable. Este dúo en el escenario es un hit, se entienden a la perfección y se les nota el cariño que se tienen y que tienen por la música que interpretan. La canciones de su más reciente álbum tienen esa sabrosura suavecita colombiana con ese poder representativo en la guitarra y la voz que no por nada lo hacen acreedor del nombre, el rebelde de la cumbia.

Este es un agradecimiento a Celso Piña y su ronda Bogotá por creer en nuestra música, por sentirla de esa manera y por transformarla en sonidos que inspiran y trascienden.

 

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