Por Emiliano Gullo – @emilianogullo

(Nota del editor: Como hacemos al menos una vez a la semana, acudimos a los archivos de crónicas de nuestros hermanos de NTD.la, para encontrar el relato de un momento histórico llamativo y, en esta ocasión, revisando almanaques, nos dimos cuenta que se acaba de cumplir un aniversario más del asesinato de un personaje nefasto destacado en los anales de América Latina, y que lo escrito por Emiliano Gullo da perfecta descripción del momento. Además, por alguno de esos bizarros caprichos que de vez en cuando tenemos, hemos hallado, para acompañar la lectura, una sorprendente y notable playlist de música indie nicaragüense cuya calidad nos ha dejado callados. Bienvenidos!)

“Blanco, Blanco”. El walkie talkie de un guerrillero argentino dispara la señal. Es el código que hace referencia al color del auto que acaba de salir de una mansión de Asunción. Lleva al ex dictador de Nicaragua, Anastasio Somoza, de gentil residencia en el país gobernado por otro asesino, el general Stroessner. Es el 17 de septiembre de 1980 y el plan ERP – FSLN para ajusticiar a Somoza está a punto de concretarse. Al frente del operativo está Enrique Gorriarán Merlo. Cuando le cortan el paso al dictador, un guerrillero dispara la bazuca pero el misil no sale. Gorriarán -debajo del ficticio “Pelado Ramón”- apunta con su ametralladora M-19 y lo acribilla; también cae el chofer y uno de sus asesores. Recién después de la descarga, logran resolver la cuestión del misil. Ahora sí. Apuntan, plum. El Mercedes Benz del genocida nicaragüense vuela por el universo y vuelve a la tierra destrozado. Sus ocupantes, todos muertos. Misión cumplida; es la “Operación Reptil”.

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Para fines de 1979 Nicaragua vive a pleno la revolución del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN). Hace pocos meses que los sandinistas tomaron el poder. Es el momento de la reconstrucción del país; el momento de la construcción socialista; el último que recuerde América Latina. A pesar del triunfo militar y moral sobre la dictadura, el genocida Anastasio «tachito» Somoza Debayle logra escapar. Estados Unidos es la primera base. Poco le dura el paseo por gringolandia a pesar de que un Secretario de Estado dijera tiempo atrás sobre su padre: “Somoza es un hijo de puta, pero un hijo de puta nuestro”. Menos aún le duran las estadías en Bahamas y Panamá. Busca entonces refugio en el Paraguay de su amigo Alfredo Stroessner.

“Tachito”. El irónico apodo que tenía Somoza, uno de los más sanguinarios genocidas del continente, se lo había puesto su madre de pequeño, cuando ya era rudo pero no asesino. Hijo de «Tacho», Anastasio Somoza Debayle fue “Tachito” para el mundo entero. “Tachito”, entonces, aterriza en Asunción a fines del `79. Planea su futuro cercano rodeado de asesores, entre ellos Joseph Baittiner, su consultor financiero, que también morirá con el plomo revolucionario. Sus salidas de la casona-fortaleza son escasas; pero existen. Y si existen -piensa “El Pelado” y sus compañeros- hay que rastrearlas.

El comando guerrillero cuenta con todo el armamento necesario para el ataque. Armas, municiones y hombres ingresan por contrabando. Son siete militantes; entre ellos Julia, compañera de Gorriarán, que viaja a Paraguay embarazada de su hijo. Algunos por Brasil, otros por Misiones. El 17 de septiembre cuentan con un lanza cohetes chino tipo bazuca RPG-2, una ametralladora estadounidense M-16 y otra Ingram; además de pistolas automáticas.

Somoza vive sobre la avenida Generalísimo Franco. Nadie sabrá cuánto influyó el recuerdo del dictador español para tomar esa casa. Lo cierto es que hasta ahí llegó el comando del “Pelado” después de que uno de ellos le preguntara a un taxista la dirección y éste -sin muchas precisiones- se bajara consultar en una comisaría de la zona.

En la esquina de la avenida Generalísimo Franco y Santísimo Sacramento, a dos cuadras de la casa del ex dictador, los guerrilleros montan un kiosco de diarios. Se trata de una de las zonas más exclusivas de Asunción; donde no sólo hay mansiones sino también cuarteles del ejército. Están en la famosa boca del lobo. El operativo también necesita una casa operativa que esté cerca. Engañan al propietario de una mansión porque -le dicen- son de la producción de Julio Iglesias y el cantante necesita un lugar de incógnito para dormir. De esa manera lo tendrían vigilado todo el tiempo, de cerca y sin levantar sospechas.

El 17 de septiembre, poco después de las 10 de la mañana, el portón de la mansión vigilada escupe un Mercedes Benz blanco; detrás sale un Ford Falcon. “¡Blanco! ¡Blanco!”, dice por el handy el guerrillero-kiosquero. Gorriarán se asoma desde la casa de Julio Iglesias con su M-16. Levanta y baja la mano. Roberto “Gordo” Sánchez entiende rápido. Saca la camioneta y se la cruza en el camino al Mercedes Benz. Hugo Alfredo Irurzún, alias “Capitán Santiago”, alto dirigente del PRT-ERP, es el misilero. Se baja de la camioneta y queda de frente al Mercedes. Con Somoza trabado en el auto, se calza la bazuca al hombro, aprieta el gatillo, pero nada. “Cohete de mierda”, pudo haber dicho. Gorriarán no deja ni pestañar al ex dictador y le baja las 30 balas de la ametralladora. El “Capitán Santiago” tuvo tiempo para ir a buscar otro misil. Y ahora lo vuelve a probar. Aprieta el gatillo y el auto explota. Adentro mueren Anastasio Somoza Debayle, el chofer y su consejero Baittiner. Los custodios del Falcon no pueden reaccionar a tiempo. Los guerrilleros ya se esfuman rumbo a las fronteras. Todos, menos uno. El “Capitán Santiago” vuelve a una casa segura en el centro de Asunción. En el camino lo descubren. Resiste, solo y a los tiros, todo lo que puede. Lo capturan y lo torturan durante días. Es la única baja de la Operación Reptil.

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