Por Tomás Pont Vergés – @pontomaspont

Nota del editor: Otra vez acudimos a los valiosos archivos de NTD.la para republicar otra de sus maravillosas historias de la música latinoamericana. En esta ocasión viajamos al México de antaño y, aprovechando la remasterización de una de sus colecciones de grandes canciones hecha durante la pandemia, nos acordamos del gran Agustín Lara. Esta nota es apta para ser leída por todos, ya sea usted un centennial de última hora o su abuelita nostálgica de bellas tonadas de tiempos perdidos. ¡Adelante tod@s!

Agustín Lara era feo con ganas. No sólo era poco agraciado por la naturaleza, sino que portaba una horrible cicatriz que le cruzaba el rostro. Pero lo que la Natura no dio, a Don Agustín la Poesía le prestó: a fuerza de boleros perfectos se convirtió en el amante más grande de la historia de México.

Agustín Lara llevaba en su documento el increíble nombre de Ángel Agustín María Carlos Fausto Mariano Alfonso Rojas Canela del Sagrado Corazón de Jesús Lara y Aguirre del Pino. Aunque nació en un hogar acomodado de Veracruz, a los doce años escapó en busca de aventuras: trabajó en el ferrocarril, fue ladrón, convicto y combatió en la Revolución Mexicana, en donde recibió dos balazos. Aquel celebre navajazo que le dibujaba una sonrisa de Guasón, en cambio, no era una herida de guerra, sino una marca de sus tropelías femeninas. Un chulo celoso lo tajeó de la boca a la oreja por andar coqueteando, en los momentos de descanso, al personal de las casas de putas donde tocaba el piano por catre y comida.
Decía de sí mismo: «el Señor de los Señores me hizo tan feo que me dio también la gracia de la divina masculinidad”. Seducía por deporte, porque para él en la seducción, como todo arte, se alcanza la maestría sólo a través de la práctica. Si el discurso romántico del bolero le prestó sus palabras a millones de cortejantes fue porque Agustín Lara se encargó de enloquecer a legiones de amas de casas desesperadas, con versos de amores tórridos y sufridos.

Vivió como un mísero músico prostibulario hasta que -según cuenta la leyenda – a finales del ’20 compuso sobre la tapa de una caja de zapatos, el tema Mujer Divina, que presentó en una radio y lo lanzó a la fama continental. Se convirtió desde entonces en un ícono sagrado de los mexicanos, que reemplazaron su kilométrico nombre por «El Flaco de Oro», así, a secas.

Compuso más de 500 temas, entre ellos éxitos como Mujer Divina, Noche de Ronda, Amor de mis Amores, Sabor a Mí, Farolito, Piensa en Mí, Pecadora, Cada Noche un Amor, Pervertida, Aventurera, y siguen los títulos. Si bien el hombre creó los boleros más sublimes y románticos pero sobre todo tematizó como nadie el lado B del idilio: el despecho y la desolación.

Durante una década tuvo un programa de radio llamado «La Hora Íntima de Agustín Lara». Allí contaba anécdotas, recitaba poesías y tocaba el piano. Y era todo un éxito. Estrenaba religiosamente un bolero por semana. Fueron los años en que la Iglesia Católica le declaró la guerra a través de la “Liga de la Decencia”, obsesionada en censurar en la radio sus canciones.

A Lara se le conocen infinitas conquistas, algunas de ellas memorables, como la estrella máxima del cine mexicano, María Félix, a la que sedujo regalándole un piano de cola blanco con la inscripción: «En este instrumento sólo tocaré las melodías que componga para la mujer más espléndida del mundo», y donde compuso el tema María Bonita, tal vez su obra más conocida.

Creer o reventar: a pesar de su suprema fealdad, se convirtió en galán de cine. Filmó más de treinta películas, todas llenas de cursilerías. Basta de muestra un breve fragmento de su film «Señora Tentación» al final de esta nota.

Otro récord del Flaco de Oro: Se casó doce veces. Cuando murió -en 1970- su docena de esposas tocaron la puerta de su escribano a reclamar la herencia. El notario cumplió en informarles la dura realidad: todos los matrimonios habían sido ficticios. Montajes con actores pagos simulando sacerdotes y jueces.

Nobleza obliga a Don Agustín: reconoció a todos sus hijos, a condición que se llamaran Agustín, o Agustina. Sus 17 hijos llevan su nombre de pila.

Lara x Lara:

“He amado y he tenido la gloriosa dicha de que me amen. Las mujeres en mi vida se cuentan por docenas. He dado miles de besos y la esencia de mis manos se ha gastado en caricias, dejándolas apergaminadas. Tres veces he tenido fortunas -fortunas, no tonterías- y tres veces las he perdido… Soy un ingrediente nacional como el epazote o el tequila… Soy ridículamente cursi y me encanta serlo… Quiero morir católico pero lo más tarde posible”.

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