Por Pablo Taricco @ntdla

Nota del editor: Como viene siendo costumbre, cada cierto número de días recuperamos una de las crónicas publicadas por nuestros hermanos de NTD.la en la década anterior. En esta ocasión, nos dio por recordar a Charly García y sus particulares historias en Belo Horizonte y alrededores, durante el proceso de creación de dos de sus grandes discos. 

Una parte de la historia es conocida, la otra no tanto: Charly conoció a Marisa Pederneiras en 1977. Ella era una joven bailarina de 17 años que había llegado a Buenos Aires con su compañía de danza contemporánea. La llamaban ”Zoca”, y así la presentaron en un bar, a la salida del teatro. Charly estaba en la etapa final de «La Máquina de Hacer Pájaros» y acababa de separarse de María Rosa Yorio, la madre de su hijo Miguel. La nueva pareja de su ex era Nito Mestre, hasta entonces el mejor amigo de Charly.

A la distancia, uno podría decir que esos meses de finales de 1977 se convertirían en una bisagra para el músico. A la crisis sentimental y artística se le sumaría el ambiente de censura y represión que imponía la dictadura militar. Por eso cuando Charly recaló en casa de los Pederneiras en Belo Horizonte, la idea de pasar una larga temporada en Brasil empezó a parecerle atractiva. Más aún cuando la familia de Zoca lo recibió de brazos abiertos.

“Yo había empezado a escuchar a Milton Nascimiento y su música me dio vuelta la cabeza. Entonces, con Zoca, empezamos a ir a la casa de David Lebón y tratábamos de convencerlo por todos los medios de que se viniera con nosotros a Brasil” le contó Charly al periodista Daniel Chiróm en su libro de 1983, «Charly García», a secas.

Y lo convencieron. A mediados de 1978, el pianista alquiló una casa en Buzios junto a su amigo y su familia. Era un departamento “de la puta madre” según el propio Charly. Los Lebón ocupaban la planta baja, mientras que él y Zoca tenían una habitación en el primer piso. Los días pasaban entre la música, la cerveza y los ácidos. Algunas tardes, Charly usaba la ventana como trampolín y saltaba a la pileta, una hazaña que repetiría algunos años más tarde en Mendoza.

“Buzios fue una etapa muy divertida. Yo me quedé en Belo Horizonte pero viajaba a Buzios constantemente. Estaba lleno de locos fumando porros todo el tiempo” le confesó Zoca al periodista Sergio Marchi, autor de «No digas nada, una vida de Charly García».

Ese fue el pesebre de Serú Girán. A casi tres mil kilómetros de Buenos Aires, en una tierra donde el rock no abundaba y donde tanto Charly como Lebón eran ilustres desconocidos. Después de algunos meses, se sumarían Pedro Aznar y Oscar Moro. Y todos congeniarían de mil maravillas en los estudios El Dorado, de la ciudad de San Pablo con Billy Bond como productor.

El resto de la historia es conocida, y su resultado sería el primer disco de Serú Girán.

Pero hay otro gran disco de Charly que fue craneado en tierra brasilera. Se trata de Piano Bar, y según cuenta el propio García, fue durante unas vacaciones en Belo Horizonte en 1984 cuando compuso sus diez canciones (la número once es Canción para mi muerte, un bonustrack).

Durante 1983, las presentaciones de Clics Modernos habían ocupado todo la energía de Charly . El sonido rock-pop del disco y su estética vanguardista habían sorprendido a todos, al punto de provocar críticas y reproches en parte la prensa y del público. La apuesta a los sonidos electrónicos y la pose provocadora de García hicieron eclosión en Córdoba, cuando Charly se bajó los pantalones en pleno show para mostrarle a todos cuánto le importaban sus abucheos.

Después el disco decantaría y marcaría una nueva dirección en la música argentina. “Yo también quiero que mis hijos bailen con mis discos” dijo Luis Alberto Spinetta tras contar lo que sucedía en el living de su casa cuando hacía sonar Clics Modernos en el tocadiscos.

Para 1984, Charly se merecía un descanso. Pasar un verano en casa de sus suegros junto con Zoca le pareció una gran idea. La comida de su suegra le gustaba mucho, y los paseos por Belo Horizonte lo relajaban. Pero cuando hizo las valijas para partir rumbo a la casa de los Pederneiras, no pudo resistir el impulso y junto con la ropa y los regalos, cargó su teclado Yamaha P-55. Las canciones se sucedieron a lo largo de los días. Iban apareciendo a la hora de la siesta, en medio de un paseo por el centro, durante la noche en compañía de una cerveza helada.

“Puse el aparato esperando que hiciera una cosa pero se retobó e hizo otra. Me puse a descubrir qué era lo que estaba haciendo y ahí apareció el riff de Promesas sobre el bidet” contó Charly años más tarde. “Después de comer me fui a bañar y cuando estaba en la ducha se me ocurrió todo lo que iba a hacer con ese riff. Le pedí a Zoca que me trajera lápiz y papel. A todo esto yo estaba con la ducha al mango y lleno de champú. Ella me trajo lo que le pedí, y se sentó en el bidet. Yo escribía bajo el agua, y la lluvia me lo iba borrando”.

Cuando al terminar el verano volvió a Buenos Aires, entró directo al estudio y plasmó lo que sin dudas es uno de los grandes discos del rock nacional de todos los tiempos. Un disco que, al menos en apariencia, parece tener poco que ver con el Brasil. Al menos en lo musical.

Y si bien es arriesgado atribuirle a Zoca y a Belo Horizonte algo de la originalidad y el talento de Charly, según cuenta la historia, hay un amor y un paisaje brasileño en el corazón del artista.


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