Por Emiliano Gullo – @emilianogullo

(Nota del editor: Otra crónica más que sacamos del maravilloso archivo de nuestros hermanos de NTD.la y que nos permite recuperar una atrapante historia musical de la primera mitad del siglo veinte. Recordar a Chano Pozo es tener en la memoria algunos de los mejores momentos del jazz y la música caribeña a través de uno de sus más brillantes intérpretes. Bienvenidos nuevamente a disfrutar un exquisito relato sobre una leyenda latina). 

Chano Pozo no llegó a ver la revolución cubana. Él, de alguna manera, ya la había hecho. Y en el corazón del imperio. Tenía 33 años y vivía en Nueva York cuando un dealer le vació un revólver el 3 de diciembre de 1948. Pero le había sobrado el tiempo para convertirse en el “Tambor de Cuba” y dejar patas para arriba al tan gringo mundo del Jazz con sus congas y ritmos afrocubanos.

Como si fuese un requisito indispensable para convertirse en leyenda, el lugar de nacimiento de Chano todavía está en discusión. Se conoce la fecha y la ciudad: 7 de enero de 1915. ¿Pero dónde? En este caso no se trata de una disputa entre países -como el caso Carlos Gardel- ni de ciudades. Acá -en La Habana- son los barrios los que se pelean por la paternidad de Chano. Cayo Hueso, Pueblo Nuevo, Belén. Las barriadas de la Cuba ¿post? revolucionaria todavía hoy reclaman el nacimiento de Luciano “Chano” Pozo González. Lo que nadie puso nunca en duda es su origen pobre y su vertiginoso ascenso a los cielos de los tambores.

Dicen que donde hubiera ron y mujeres se podía encontrar a Chano pegándole a las congas para que la joda no se detuviera jamás. Por ahí también se lo veía meta baile, rompiendo sus caderas. Y las de los demás. Así transcurrió su adolescencia después de salir del Correccional para Varones de la localidad de Guanajay, en Pinar del Río. Entre rumba y rumba tuvo que trabajar de distintas cosas para sobrevivir. Lustrador de zapatos, vendedor de periódicos, mecánico de carrocerías de autos. Ya en la década del ´30 -antes de cumplir 25 años- compuso temas que luego se harían masivos en la voz de Miguelito Valdés y la orquesta Casino de la Playa, como «Blen blen blen», «Ana Boroco Tinde», «Parampampín». También tocó con los Hermanos Palau y preparó coreografías para espectáculos y revistas de centros nocturnos y teatros habaneros. Su nombre y su cualidades musicales crecían al ritmo de sus congas.

Su asalto al palacio del Jazz mundial vino de la mano de su medio hermano, el eximio trompetista Félix Chapottin, y de su amigo Gillespie, quizá el más grande trompetista hasta el surgimiento de Miles Davis. Dicen que cuando Gillespie le preguntó qué instrumento tocaba, Chano le contestó sin titubear: “Lo que siento”. A fines de 1946 ya era un integrante fijo en la orquesta del trompetista. Juntos compusieron -entre otros temas- “Manteca” uno de los hits de la época; una batalla rítmica desatada entre la estridencia de Dizzy y la tamboreo feroz de Chano. Ambos tocaron enseguida en el mítico Carnegie Hall, aunque no con la mejor prensa, y grabaron varios discos.

También trabajó junto a Machito, Miguelito Valdés, Arsenio Rodríguez, Olga Guillot, Tito Rodríguez y junto al dios del saxo, Charlie Parker. Durante finales de los ´40 se presentó en varios países de Europa y volvió a hacer base en Nueva York, la ciudad donde encontró a su asesino: el puertorriqueño Eusebio Muñoz, francotirador del Ejército Norteamericano en la Segunda Guerra Mundial. Resulta que Chano no encontró otro mejor para conseguir marihuana que el “cabito” Muñoz. Al parecer, el percusionista se enojó con el ex militar. Lo acusó de haberlo estafado y le prometió venganza. Pero el que se vengó fue el “cabito”. El 3 de diciembre de 1948 lo fue a buscar a un bar del Harlem. Chano estaba rompiendo caderas en el medio de la pista. Muñoz se acercó y lo asesinó a tiros. Lo enterraron en La Habana. Años después, en una de sus biografías, Gillespie lo recordó: “Fue el tamborero más grande que he oído en mi vida”.

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