Por Pablo Taricco – @tariccopablo

(Nota del editor: Otra crónica que tomamos del archivo de nuestros hermanos de NTD.la. Ahora nos trasladamos a Brasil, ese gigante que tan poco conocemos y con quien merecemos estrechar relaciones y amores. Aquí va una crónica de una de sus principales figuras musicales de los últimos tiempos). 

Cuando a Renato Manfredini Junior le diagnosticaron epifisiólisis pensó que su vida se terminaba. Tenía 15 años y no podía caminar ni hacer ningún esfuerzo. Sus huesos no resistían el peso de su propio cuerpo. Tuvo que acostumbrarse a pasar los días en cama, y a movilizarse en silla de ruedas. Fueron dos años que cambiaron su vida.

Había nacido en Río de Janeiro en 1960, pero pasó buena parte de su infancia en Nueva York. Su familia tuvo que mudarse siguiendo a Renato padre, empleado del Banco de Brasil. Dos años de escuela en los Estados Unidos le dieron a Junior un buen manejo del inglés, lo que le permitió lanzarse a una vorágine de lecturas y escuchas de discos que iban a ir formando su personalidad de joven snob.

Cuando finalmente los Manfredini se instalaron en Brasilia en 1973, Renato encontraría un espacio propicio para desarrollar sus intereses. Ese experimento de capital diseñada por Niemayer sobre la nada, plagada de profesionales, burócratas y diplomáticos fue el caldo de cultivo propicio para él y para una generación de jóvenes que miraron más allá de lo que indicaba el Tropicalismo dominante en el Brasil.

A finales de los años 70, la muerte de Sid Vicious produjo una conmoción en el mundo del rock rebelde. Tanto es así que la revista británica especializada Melody Maker publicó una carta fechada el 31 de marzo de 1979 que decía: “Nada me golpeó tanto como la muerte de Sid. Lloré toda la noche, y era como una especie de grito doloroso, no solo por Sid, sino por todo”. Hacia el final, la carta advertía “Voy a hacer por él todo lo que él hizo por mí.” La firmaba un tal Eric Russell, cantante de la 42st Street Band.

A 9 mil kilómetros de Londres, en un rincón de la habitación de Renato Manfredini Junior en Brasilia, los discos de la 42st, junto a varias notas y comentarios sobre sus shows, el perfil musical de la banda y la historia de Russell, su líder, estaban prolijamente apiladas. Pero eran solo pinceladas de una historia ocurrida en la mente de un chico enfrascado en sus pensamientos. Habían sido producto de las miles de horas que Renato había pasado en cama entre los 15 y los 17 años, víctima de aquel extraño debilitamiento óseo que le impedía caminar y que lo había postrado.

Su afiebrada imaginación adolescente había inventado un frontman, con banda, discos e historia. Incluso lo había llevado a escribir aquella carta tiempo después, firmada por esta suerte de alter ego suyo llamado Eric Russell. Según cuenta el periodista Arthur Dapieve en su biografía “Renato Russo”, el joven Junior creó a este personaje inspirado en dos personalidades que admiraba y que curiosamente compartían cierta fonética en su apellido: los filósofos Bertrand Russell y Jean Jaques Rousseau.

Cuando Renato logró dejar atrás su enfermedad, sintió que ya no tenía tiempo para perder. Se había propuesto ser el protagonista de aquella historia de rock que había imaginado en su cama entre libros, discos y guitarras. Quería convertirse en el líder de la mayor banda de rock de la historia de Brasil, y lo iba a hacer con un nombre adecuado: Renato Russo.

Corría 1978 y Aborto Eléctrico nacía con una fuerte impronta punk. Influenciado principalmente por bandas como los Sex Pistols, The Smiths o The Cure, Renato fundaba su primer banda y mostraba tener lo que se necesitaba para liderar un grupo de rock. Además del talento musical, era propenso a las borracheras y al escándalo público, con lo que fue forjando cierta fama en una Brasilia ávida de novedades y repleta de jóvenes clase media cansados de la Bossa Nova. Parte de esta etapa en la vida de Renato Russo puede verse en el film brasileño Somos Tan Jóvenes, dirigido por Antonio Carlos da Fontoura, en el que se retrata el intenso mundo juvenil de aquella Brasilia de finales de los años 70.

Con la separación de Aborto llegó una breve pero encendida etapa de solista, en la que Renato se presentó con su guitarra acústica como soporte de cuanto show hubiese en la ciudad. Algunos llaman a esta la “época dylaniana” de Russo, por el intenso componente poético de sus canciones, directas y profundas, pero también por su performance de escenario inspirada en el mítico Bob Dylan.

Pero en 1982, después de muchos intentos y varias decepciones, junto al guitarrista Dado Villa-Lobos y el baterista Marcelo Bonfá formaría Legión Urbana y encontraría definitivamente su lugar en la escena musical.

José Emilio Rondeau, el productor del primer disco de Legión Urbana dijo una vez que “sólo un ciego o un sordo podía no darse cuenta de que Renato era John Lennon, Bob Dylan, Elvis Presley y Paul McCartney en un país que no tenía equivalentes nacionales”. Y más allá de esa comparación bastante presuntuosa, Rondeau da cuenta del lugar central que Russo ocupó en el rock brasileño de los años 80.

El primer disco de estudio, Legión Urbana, se publicó en 1985 y produjo un efecto inmediato. Canciones como «Será», «Geração Coca-Cola» y «Ainda É Cedo» le dieron a Russo visibilidad nacional, con melodías potentes y letras bien construidas que pronto comenzaron a ser coreadas en los shows. Pero el salto de popularidad llegaría un año después en 1986, con el lanzamiento del segundo álbum Dois. Con más de un millón de copias vendidas logró poner a la banda en todas las radios del país. Sonaron canciones como «Índios» o “Tempo Perdido”. Pero también comenzó a suceder un fenómeno muy característico de la relación de Legión Urbana con sus fans. Canciones como “Eduardo y Mónica”, una balada folk sin estribillo, resistida por los programadores musicales en las emisoras, eran coreadas con fanatismo en los shows. Algo similar ocurrió con el tercer disco Que País e Este, de 1987, cuya canción de más éxito fue “Faroeste Caboclo” una composición de 168 estrofas sin estribillo que era cantada cual mantra por miles de jóvenes en los conciertos de la Legión. Por supuesto, también era programada en las radios ocupando el lugar de 3 o 4 canciones del chart, lo que era considerado todo un fenómeno comercial. Como era de esperar, la fama de la banda se disparó hasta las nubes y comenzó el raíd de entrevistas en radio y TV, shows en vivo, viajes, hoteles y todo el resto.

Pero por supuesto, no todas eran rosas en la vida de Renato. Según cuentan sus amigos, se deprimía con frecuencia y pasaba días enteros encerrado en su departamento. Incluso intentó cortarse las venas en 1984, pero fracasó. Después contrajo SIDA y sus problemas con las drogas y el alcohol empeoraron. “Estaba en mi época Kurt Cobain” dijo el propio Russo en una entrevista en 1994.

Hace algunos años Ciro Pertusi, de Ataque 77, uno de los primeros fans de Legión Urbana en Argentina, dijo que si fuera necesario hacer comparaciones, la Legión debía ser comparada con Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota. Y el paralelo es interesante. Al igual que sucede con los Redondos, las canciones de Renato Russo son coreadas por sus seguidores como si fueran pasajes bíblicos. Además, al igual que la banda del Indio Solari se convirtieron en un fenómeno típicamente local, muy difícil de exportar a otras latitudes. Y como si todo esto fuera poco, la popularidad de Legión Urbana también los fue obligando a tocar cada vez menos en vivo. Sus shows llevaban tanta gente que se convertían en incontrolables, y se producían disturbios antológicos como el del Estadio Mané Garrincha en 1987.

El 11 de octubre de 1996 Renato Russo murió por complicaciones derivadas del HIV. Editó ocho discos con Legión Urbana y dos solistas. Sus canciones son coreadas aún hoy por toda una generación.

 

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